Entre un estadístico y un estadista
ES BUENA LA NOTICIA DE QUE NUEStro país inicia la vacunación anti-COVID-19 masiva, voluntaria y gratuita a mediados de febrero de2021.
Pero la misma noticia se torna menos buena si nos ubicamos en el mundo: los 27 países de la Unión Europea iniciaron a finales de diciembre simultáneamente la vacunación disponible para casi 500 millones de personas. Pero no nos comparemos con Europa ni EE. UU. Ubiquémonos en nuestra región.
Por mucho tiempo hemos sabido amargamente que Colombia ha sido el país de las “vacunas” entendidas como extorsión, chantaje económico o cobro de impuesto a la seguridad en los barrios, sobre todo a los pequeños comerciantes y/o propietarios, como un “para-Estado”. Sin embargo, este no parece ser el país de la vacuna anti-COVID-19. Todos nos estamos preguntando por qué países de nuestra región como México, Chile, Costa Rica (y luego Ecuador) estaban listos para iniciar la vacunación masiva antes del fin del 2020 o con el inicio de enero de 2021: aquí nos anuncian como un trofeo su inicio a mitad de febrero 2021 (¿?). Todo parece indicar que México, Chile, Costa Rica, Argentina, Uruguay y Ecuador cerraron la primera fase de negociación con Pfizer y AstraZeneca desde mediados de octubre de 2020.
Nuestro Gobierno inició a finales de noviembre y concluyó el 18 de diciembre. Ahí están las nefastas cuentas. ¿Pero por qué este letal retardo? Imagino algunas explicaciones basándome en hechos evidentes (o televidentes). Nuestro presidente y nuestro ministro de Salud dedicaron una hora diaria de su trabajo a presentarnos la contabilidad de contagios y de muertes COVID. Tuvimos entre el 26 de marzo y el 26 de diciembre un presidente y un ministro de Salud como óptimos presentadores de televisión por 300 días, dos horas laborales al día, para un total de 600 horas. A ello agregamos que casi siempre había otro ministro en la mesa. Presentaron “magníficas” contabilidades, entrevistas, pedagogías (y más). Pero, por andar reemplazando a los magníficos profesionales que tenemos, nuestro Poder Ejecutivo olvidó lo más importante en tiempo pandémico: negociar diplomáticamente las vacunas anti-COVID-19. Ya fuera con diplomacia bilateral o multilateral. Por jugar de estadístico, nuestro presidente olvidó ser un estadista. Olvidó hacer de nuestro país un Estado de la diplomacia negociadora. Somos un país OCDE como Chile y México. Ni Costa Rica ni Ecuador lo son. Obrando así, nuestro Ejecutivo nos condena a seguir siendo el Estado de la plomacia. Usamos tarde la diplomacia porque somos más veloces con la plomacia.
Si nos dejamos de cuentos y hacemos cuentas, tenemos un retardo de la vacunación de 60 días respecto a nuestros vecinos de la región. Tenemos un promedio de nuevos contagios diarios de 10.000, en total serán 600.000 contagios más antes de aplicar la primera vacuna. Tenemos un promedio de 200 muertos diarios COVID, en total tendremos 12.000 muertos más antes de vacunar al primer colombiano. Es un balance costosísimo por 600 horas de vitrina televisiva de nuestro Ejecutivo. En ningún país del mundo se ha dado este fenómeno mediático: ni en democracias presidenciales como la nuestra, ni en las parlamentarias europeas y ni siquiera en las monarquías absolutas, ni siquiera Venezuela.
Este letal retardo tiene causas políticas y no económicas, pues el dinero está de sobra ya que buena parte del Fondo de Emergencias se lo iban a prestar generosamente a Avianca si no lo hubiera impedido un tribunal de Cundinamarca. Y, además, nos hubieran consolado triunfalistamente con la noticia inicial de que la vacunación se haría a partir de mediados de abril 2021. Se recortó el mortal retardo gracias a la intervención del procurador Carrillo. Sin embargo, aun así, este atraso es fatal y letal. Pagamos la abismal diferencia entre un estadístico y un estadista. Una trágica confusión.