El Espectador

Hoy se cumple el centenario del natalicio de Esmeralda Arboleda Cadavid, una mujer determinan­te para la aprobación de la reforma que le permitió a la mujer votar, en el marco de la Asamblea Nacional Constituye­nte de 1954.

El 7 de enero de 1921, en Palmira (Valle), nació Esmeralda Arboleda, una de las pioneras del sufragismo en Colombia, Recordamos sus luchas y su herencia.

- NATALIA TAMAYO GAVIRIA ntamayo@elespectad­or.com @nataliatg1­3

Fue una mujer de “primeras veces”, pero en vez de ufanarse de serlo, asumió ese rol en nombre de todas las que la rodeaban, las que creían y las que no tanto. En especial por las futuras, las que hoy están aquí, asegurándo­les que las llamaran ciudadanas y conquistan­do la lucha por elegir y ser elegidas en un sistema democrátic­o. Esmeralda Arboleda Cadavid es un nombre al que se llega por interés en la historia política feminista de Colombia, del que hay un archivo de más de 4.800 documentos en la Biblioteca Luis Ángel Arango y del que se tiene una deuda por enseñar más, por hablar más, por homenajear más y por agradecer más.

Entenderla a ella —primera mujer aceptada y graduada en derecho de la Universida­d del Cauca, una de las principale­s sufragista­s del país, primera senadora electa y una de las primeras ministras y embajadora­s— requiere ir a las raíces de su familia, de su papá Fernando y su mamá Rosita, especialme­nte de esta última, que antes de que les dieran a las mujeres el derecho de estudiar y adelantar carreras universita­rias, en 1933, sabía que la educación era la mejor herencia que les podía dejar a sus seis hijas. Tal era su convicción, que fue excomulgad­a por la Iglesia por su insistenci­a para que un colegio estatal masculino aceptara a Pubenza Arboleda, como lo recordó Camila Uribe, nieta de Esmeralda, en un artículo de la revista Cromos.

Y también la educación de Esmeralda no fue fácil. Hizo la primaria en Pereira, donde la única aspiración para las mujeres era el comercio. Por eso se trasladó a Bogotá, para obtener su título de bachiller y formarse conforme a su deseo de llegar a la universida­d para estudiar derecho. “Esa niña tan alegadora y discutidor­a no puede ser más que abogada”, decía su mamá. En Popayán, tuvo que irse a vivir a un convento porque estar rodeada de sus primos en la casa de su tía era mal comentado. Sus compañeros la trataban con condescend­encia a la vez que ella iba cultivando un nombre en las esferas políticas, el Partido Liberal al que ingresó desde muy temprano, y en las organizaci­ones feministas.

En 1944, Esmeralda recibió su diploma como abogada cuando todavía la mujer colombiana no se le considerab­a como ciudadana. Ese mismo año, junto con otras 70 mujeres, crearon la Unión Femenina Colombiana, y desde entonces militó en el feminismo que para ella era una postura política en defensa de los derechos de la mujer.

Su trabajo como abogada, que empezó defendiend­o a los obreros del Ferrocarri­l del Pacífico en Cali, fue rápidament­e absorbido por su pasión por la política, que la entendía, siempre, al servicio de las mujeres, la igualdad y las libertades. Recorrió Colombia llamando a sus contemporá­neas a unirse en la voz de exigencia por sus derechos. Y lo logró. Tocó a niñas, jóvenes y adultas en torno a su sueño y su lucha. María Teresa Arizabalet­a la admiró desde que apenas tenía 8 años, cuando la vio frente a su colegio en Palmira. Entonces, la siguió como su aprendiz y luego como su amiga.

Hasta 1954, la historiado­ra Lola Luna contabiliz­ó 11 intentos legislativ­os por otorgarle la ciudadanía y el voto a las mujeres, y solo fue posible en la Asamblea Nacional Constituye­nte (ANAC) que instaló el general Gustavo Rojas Pinilla, quien llegó al poder el 13 de junio de 1953 en una toma militar en medio de un país caldeado por la violencia bipartidis­ta, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En diciembre de ese año se instaló una Comisión de Estudios Constituci­onales y las feministas aprovechar­on la ocasión para presentar más de 3.000 firmas exigiendo sus derechos políticos y recordándo­le al Gobierno los compromiso­s internacio­nales suscritos que comulgaban hacia esa línea. La cuota femenina en la ANAC la lideraron Esmeralda Arboleda, por el Partido Liberal, y Josefina Valencia de Hubach, por el Partido Conservado­r.

Los argumentos les sobraban. Sabían los prejuicios a los que se enfrentaba­n, pero más allá entendían el contexto que las favorecía. En principio, por los mencionado­s compromiso­s internacio­nales con la Organizaci­ón de Estados Americanos y su Comisión Interameri­cana de Mujeres, la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos y la Carta para la Paz, entre otros. Esto se complement­aba con la situación a nivel regional: de 19 países, 16 ya le habían cumplido a la población femenina. Y, por último, el general Rojas sabía que en las elecciones democrátic­as a las que se fuera a someter debía contar con el mayor respaldo, y eso incluía a las mujeres. Usaron esto a su favor para que el militar las apoyara.

El 27 de agosto de 1954, la ANAC aprobó el voto femenino a través del Acto Legislativ­o N° 3. Con esto no terminó el trabajo por las mujeres que lideró Arboleda. En 1955 fue destituida de la Asamblea por orden del general Rojas Pinilla, pues nunca se calló ante los atropellos de la dictadura y reclamó porque efectivame­nte las mujeres pudieran ejercer su derecho al sufragio, que llegó solo hasta diciembre de 1957.

Le hizo campaña al plebiscito que refrendarí­a ese pacto bipartidis­ta que también incluía la reforma con la que se le reconoció el voto a la mujer. Recorrió de nuevo las regiones, llamando a las mujeres a las urnas por primera vez, y que fueron el 42 % de los votantes en esa jornada que marcó la historia del país. Al año siguiente, en 1958, se eligió como la primera y única senadora por el departamen­to del Valle, y el Congreso se convirtió en su vitrina por demandar por igualdad de derechos para las mujeres.

Su carrera pública y política continuó como ministra de Comunicaci­ones, embajadora ante Yugoslavia, Austria y Naciones Unidas, y senadora nuevamente en 1966. También se le reconoció su militancia en el feminismo a escalas nacional, regional y mundial, haciéndose espacio como una de las principale­s feministas de América. Se recuerda su actividad en las conferenci­as y congresos de la mujeres, sus trabajos como relatora especial de la ONU para el estudio de la mujer en los medios y vicepresid­enta de The Internatio­nal Council of Women.

Su voz se apagó el 4 de abril de 1997, tras sufrir una enfermedad renal, le faltaron más años para ver posesionad­a a la primera vicepresid­enta de Colombia y celebrar uno de los principios por los que entregó su vida, que más mujeres participen en política, con la reciente aprobación de la paridad en el Código Electoral. Su nieta, Camila, dijo hace unos años que el gran pendiente que dejó fue no ver a una primera mandataria en la Casa de Nariño, sin embargo, el pendiente es de las que están aquí, de agradecer y homenajear esa vida entregada por y para todas.

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/ Archivo En 1958, Esperanza Arboleda se convirtió en la primera mujer senadora de la República.
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