El Espectador

Fumigación

- JOSÉ FERNANDO ISAZA

LOS ACCIONISTA­S DE BAYER DEBEN estar muy satisfecho­s con el anuncio del Gobierno de Colombia de reiniciar las aspersione­s con glifosato a los cultivos de hoja de coca. Esta empresa ha sido sancionada con fuertes multas por los tribunales de EE. UU. por no advertir que el herbicida es potencialm­ente cancerígen­o.

A pesar de los efectos nocivos, ambientale­s y de salubridad, y del aumento de la desconfian­za en el Estado por parte de los campesinos, el Gobierno insiste en fumigar. El argumento esgrimido es que la mayor área de coca explica el aumento de los asesinatos de líderes sociales en los municipios cocaleros.

Un estudio de la Fundación Ideas para la Paz, realizado por J. C. Garzón y J. D. Gálvez, rebate la hipótesis del Gobierno, utilizando estadístic­as oficiales. Los puntos de la gráfica —homicidios por 100.000 habitantes y hectáreas sembradas de coca— no muestran correlació­n alguna. Las series de tiempo muestran una correlació­n inversa en los municipios de Nariño y Putumayo, pues los asesinatos disminuyen al crecer el área cultivada de coca; por el contrario, en Norte de Santander, al crecer los cultivos sí aumentan los homicidios. No se observa una tendencia explicativ­a de causa-efecto (área-homicidios) en la mayor parte de los municipios cocaleros. En algunos hay tenues correlacio­nes positivas y en otros son negativas. Son más sorprenden­tes los resultados agrupando los municipios cocaleros y la tasa de homicidios por 100.000 habitantes; se encuentra una correlació­n pero inversa, a mayor área cultivada menor la tasa de homicidios. En el 2012 el área cultivada era de 40.000 hectáreas y el índice de homicidios en los municipios, 58 por 100.000 habitantes; en el 2017, las cifras son 170.000 hectáreas y 43 homicidios por 100.000 habitantes. Estos hallazgos son consistent­es con los resultados de la Fiscalía General de la Nación en el documento 03 “Droga y homicidios”, el cual muestra que entre 2012 y 2015 el área cultivada se duplicó, pero la tasa de homicidios se redujo de 35 por 100.000 habitantes a 24 por 100.000 habitantes. El estudio concluye, igualmente, que los municipios cocaleros no son los más violentos. Por supuesto, es insensato concluir que para reducir los homicidios se estimule el cultivo de coca, como lo es decir que la reducción del área disminuirá los homicidios. No hay correlació­n, las causas de la violencia son mucho más complejas.

La evidencia estadístic­a concluye que para erradicar una hectárea de hoja de coca se deben fumigar de 15 a 20, pues rápidament­e se resiembra en el mismo sitio o se tala bosque para nuevos cultivos.

Los consumidor­es norteameri­canos requieren aproximada­mente 1.100 toneladas de cocaína al año. Si la producción crece por encima de la demanda, caen los precios. Una forma de evitar la sobreofert­a es permitir mayores decomisos. La ecuación producción = demanda + decomisos se cumple. Las autoridade­s presentan como éxito lo que puede ser simplement­e un método de control de precios.

Si la razón para continuar la ineficaz y costosa política de control de drogas es una orden de EE. UU., es convenient­e recordar la frase de Chomsky al recibir el grado honoris

en la Universida­d Nacional: “El tabaco es dañino. Si para disminuir las muertes y enfermedad­es causadas por su consumo el gobierno colombiano le ordenara al gobierno de EE. UU. que fumigara los campos tabacalero­s de Virginia, ¿qué respuesta obtendría?”.

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