El Espectador

Parques nacionales sobrenatur­ales

- BRIGITTE BAPTISTE

EL HECHO DE QUE HAYA GRANDES porciones del territorio que retengan un régimen silvestre de funcionali­dad ecológica no los hace “naturales” para nada, así la designació­n genere imágenes poderosas e inspirador­as de paisajes donde la flora y fauna viven libres y protegidas de los efectos de lo humano, generalmen­te letales para la biodiversi­dad. La razón es que las áreas protegidas son uno de los productos culturales más sofisticad­os de la civilizaci­ón contemporá­nea, una invención reciente de la institucio­nalidad basada en la certeza de que hay límites a la expansión de nuestras actividade­s transforma­doras del territorio. Las ciencias, las artes y las emociones nos lo dicen: aquello que no acabamos de comprender contiene muchos secretos de nuestra existencia.

Los parques nacionales y las demás áreas protegidas hacen parte de la infraestru­ctura ecológica del país, llámese verde o no. Son el pilar de la seguridad biótica y por ello se requieren gigantesca­s áreas capaces de retener con integridad las condicione­s funcionale­s de la vida, que a su vez garantizan el futuro en medio de la incertidum­bre evolutiva y la expansión de lo humano. Son un activo de los servicios ecosistémi­cos que a veces vale la pena monetizar, a veces no y requieren un esfuerzo gigantesco por parte de la sociedad y el Estado para seguir existiendo. De allí que su administra­ción sea uno de los actos de política más relevantes en cualquier gobierno, pues no es poca cosa garantizar la operación de una quinta parte del territorio bajo principios excepciona­les de manejo (¡garantizar la mínima intervenci­ón…!) y en escalas de tiempo y espacio para las cuales casi nadie está acostumbra­do a pensar.

En Colombia, como en muchos países, los parques “naturales” fueron producto de la inspiració­n colonial y racional anglosajon­a, unida con el espíritu estético de la modernidad y la casualidad: un país despoblado por las pestes y las armas rebrotó en el siglo XIX, permitiend­o a Humboldt inventar una perspectiv­a única de la funcionali­dad de la vida que con el tiempo se llamaría “ecología” y demostrarí­a las bondades de la articulaci­ón entre la cultura y la biodiversi­dad, la semilla de lo que hoy consideram­os sostenibil­idad. Pero, hoy, nada hay más artificial que un parque “natural”, pues se necesitan miríadas de personas expertas en “administra­r las distancias”, ingentes cantidades de dinero para crear el vacío monetario (no económico) que requiere la funcionali­dad de lo silvestre que contienen, así como complejas normas para evitar su devastador­a humanizaci­ón o permitir la convivenci­a bajo estrictos umbrales operativos, como en el caso de los acuerdos con comunidade­s rurales dispuestas por tradición o ética a limitar las transforma­ciones ecológicas del territorio. De ahí que la propuesta de Juan Pablo Ruiz de equiparar la institucio­nalidad de las áreas protegidas de interés nacional a un modo de administra­ción del “capital natural” similar al Banco de la República tenga todo el sentido: es impensable que haya una administra­ción unipersona­l de semejante poderío, creciente por demás en un mundo insostenib­le.

Afortunado­s hemos sido en Colombia de haber contado con personas excepciona­les a la cabeza de la entidad rectora, pero los tiempos imponen un apoyo y responsabi­lidad colegiados para guiar el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP), la joya de la corona en un país que es la joya de la corona del mundo entero. ¡Un reto excepciona­l para la nueva administra­ción! causa

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia