El temor a la plebe
LA PROFE MARGARITA GARRIDO sabrá disculparme por la utilización a mente alzada de su cuidado texto. Hace ya muchos años ella escribió un artículo histórico titulado “Convocando al pueblo, temiendo a la plebe”, que considero un excelente punto de partida para esta nota desordenada llena de temerarios saltos cronológicos. Allí dijo que el proceso de Independencia había construido la idea de un pueblo imaginario al que se convocaba, pero que era excluido por las élites cuando sus procedimientos plebeyos se consideraban inadecuados y apasionados. Más que sujetos de derecho parecían sujetos que debían profesar obediencia o, dicho de otro modo, los derechos solo se merecían en tanto se asumían comportamientos aprobados por un selecto grupo que debía gobernar. Por supuesto, la gente no se quedó quieta: “El pueblo no es un ente imaginario”, decía un periódico de Mompox en los tiempos de mayor agitación independentista.
Si uno analiza la Constitución de 1843, se da cuenta de que es un documento hecho para limitar los derechos conseguidos como una manera de afianzar el respeto y la obediencia. Fue el producto de una guerra, la de los Supremos (1839-1842), y lo que pone en evidencia es la activa participación de los sectores populares en la contienda, de modo que la Carta representa una especie de blindaje constitucional ante la arremetida de los de abajo. Antes, en 1839, una ley que castigaba la vagancia fue reafirmada en 1842. Pero lo que más refleja el carácter del momento son las limitaciones al proceso de manumisión de esclavos —libertad de vientres— conseguido en el Congreso de Cúcuta de 1821. Y eso no era gratuito, la participación de la gente negra en la guerra fue evidente. En adelante —y así lo refleja la documentación judicial—, quienes pretendían alcanzar la libertad debían demostrar respeto, obediencia y no usar su libertad para el libertinaje.
Todos los liberalismos —incluso los radicales— fueron atemperados por los temores al pueblo. Este los hacía volver moderados y arcanos de sus privilegios. El golpe de José María Melo de 1854 lo demostró con creces, y se sorprenderán algunos si saben que Florentino González, que pasó a la historia como