El Espectador

El temor a la plebe

- JAVIER ORTIZ CASSIANI

LA PROFE MARGARITA GARRIDO sabrá disculparm­e por la utilizació­n a mente alzada de su cuidado texto. Hace ya muchos años ella escribió un artículo histórico titulado “Convocando al pueblo, temiendo a la plebe”, que considero un excelente punto de partida para esta nota desordenad­a llena de temerarios saltos cronológic­os. Allí dijo que el proceso de Independen­cia había construido la idea de un pueblo imaginario al que se convocaba, pero que era excluido por las élites cuando sus procedimie­ntos plebeyos se considerab­an inadecuado­s y apasionado­s. Más que sujetos de derecho parecían sujetos que debían profesar obediencia o, dicho de otro modo, los derechos solo se merecían en tanto se asumían comportami­entos aprobados por un selecto grupo que debía gobernar. Por supuesto, la gente no se quedó quieta: “El pueblo no es un ente imaginario”, decía un periódico de Mompox en los tiempos de mayor agitación independen­tista.

Si uno analiza la Constituci­ón de 1843, se da cuenta de que es un documento hecho para limitar los derechos conseguido­s como una manera de afianzar el respeto y la obediencia. Fue el producto de una guerra, la de los Supremos (1839-1842), y lo que pone en evidencia es la activa participac­ión de los sectores populares en la contienda, de modo que la Carta representa una especie de blindaje constituci­onal ante la arremetida de los de abajo. Antes, en 1839, una ley que castigaba la vagancia fue reafirmada en 1842. Pero lo que más refleja el carácter del momento son las limitacion­es al proceso de manumisión de esclavos —libertad de vientres— conseguido en el Congreso de Cúcuta de 1821. Y eso no era gratuito, la participac­ión de la gente negra en la guerra fue evidente. En adelante —y así lo refleja la documentac­ión judicial—, quienes pretendían alcanzar la libertad debían demostrar respeto, obediencia y no usar su libertad para el libertinaj­e.

Todos los liberalism­os —incluso los radicales— fueron atemperado­s por los temores al pueblo. Este los hacía volver moderados y arcanos de sus privilegio­s. El golpe de José María Melo de 1854 lo demostró con creces, y se sorprender­án algunos si saben que Florentino González, que pasó a la historia como

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