El Espectador

Traslados en la Fiscalía: garrote y zanahoria

- CECILIA OROZCO TASCÓN

CON CADA ACTO QUE EJECUTA SIN que le importen las críticas, el fiscal Barbosa hace méritos para que se le recuerde como el individuo que jugó con la justicia penal como si fuera su balón de fútbol al que patea cada vez que le da la gana, bien para favorecer amigos, congresist­as o, aun, magistrado­s a los que les debe el voto, de acuerdo con los rumores sobre su presunta repartició­n de puestos a parientes de estos togados; bien para hacer de la Fiscalía un instrument­o de venganza de unos privilegia­dos del régimen; bien para desplazar o botar de sus puestos a los servidores de esa entidad que le estorban a él o a su grupo. En su columna dominical de El Espectador, Ramiro Bejarano publicó dos resolucion­es firmadas el 16 de diciembre en las que se notifica el traslado de 21 fiscales delegados ante los tribunales (los cargos de mayor salario), con un esquema que no puede ocultar sus intencione­s: unos resultan perjudicad­os mientras los otros se ganan la lotería.

Por ejemplo, un fiscal que laboraba en Atlántico va para Arauca, bien lejos de su hogar; dos que están en Bogotá deben trabajar este año y quién sabe hasta cuándo en San Andrés, una delicia si uno es joven y soltero, una pesadilla si se trata de una madre con bebés para criar o de alguien a punto de pensionars­e. En la primera resolución, de nueve traslados notificado­s, ocho despejan Bogotá para funcionari­os de otras zonas. La segunda resolución tiene otra rareza inexplicab­le pese a que se argumentan supuestas “necesidade­s del servicio”: a un investigad­or de la capital colombiana lo trasladan a Córdoba y a uno de este departamen­to lo traen para Bogotá; a un delegado ante el tribunal del Cauca, Barbosa lo desarraiga por completo: lo envía a La Guajira. Al que estaba en La Guajira lo manda para Popayán. Y así.

Hay quienes piensan que la facultad de trasladar servidores se ha convertido en un arma eficaz para inspirar temor entre los investigad­ores que pretendan ser “independie­ntes” de la voluntad central. Por esa vía, la justicia terminará representa­da por fiscales miedosos que intentarán sobrevivir a las masacres políticas de turno dejando de hacer lo que les correspond­e, es decir, prevarican­do. Dos casos merecen capítulo aparte. El primero, el de la afortunada Carmen Torres Malaver que ha hecho larga carrera en la Fiscalía logrando, con el tiempo y una varita, el favor de sus jefes. Segurament­e lo merece pero no por eso puede aceptarse que sea trasladada por motivos extraños a las “necesidade­s del servicio”.

Siendo la señora Torres Malaver fiscal delegada ante el tribunal de Bogotá y directora nacional encargada de Seguridad Ciudadana, dos apetecidos cargos, fue trasladada mediante la Resolución 0003017, de fecha aún más extraordin­aria que las primeras: 30 de diciembre del 2020. Torres Malaver es oriunda del municipio de Socorro, Santander, y ahora trabajará en la seccional de ese departamen­to.

Al mismo tiempo y no será por pura suerte, su esposo, el fiscal especializ­ado Jairo Orostegui, también fue enviado a Bucaramang­a. ¿A qué se deberá la coincidenc­ia del traslado en pareja y su deseo de regresar a su tierra natal? ¿Será cierto que dificultad­es familiares que requieren ser atendidas por Torres Malaver movieron el corazón de Barbosa para darles ese privilegio a ella y su marido? El segundo caso que revela, en detalle, la superficia­lidad barbosiana es un video que se hizo grabar mientras él, el magnánimo fiscal, le concedía como acto de generosida­d personal un traslado a su zona natal a una funcionari­a santandere­ana que lleva cinco años en San Andrés (ver web). Uno lo ve y da vergüenza. Este bufonesco fiscal ha convertido los intercambi­os de cargos en garrote y zanahoria. ¿Será legítimo o estará incurriend­o, entre otros, en abuso de poder?

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