El Espectador

Primer peregrinaj­e

- @marioemora­les y www.mariomoral­es.info RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

de las ayudas.

Lo único que parece molestarlo es que le fijen fechas. De ahí su desdén al equiparar un ambiguo febrero con todo el 2021, y quizás el resto de su mandato, para iniciar la vacunación contra el COVID-19.

Cuidadito con que alguien nos compare con Israel, que ya tiene vacunada la quinta parte de su población objetivo, o con el cronograma ya iniciado de los vecinos…

En la historia quedó la Hora Gaviria en un intento desesperad­o por ganarle la carrera al racionamie­nto. Duque quiere inmortaliz­arse, sin afanes, con su propio calendario, lejos de las ataduras de los almanaques, así los tercos insistan en el conteo de contagiado­s y muertos por todas nuestras pandemias.

EL HISOPO TOCANDO EL GLOBO OCUlar fue el fuetazo inicial para emprender la marcha. La prueba negativa era obligación para buscar la ruta hacia el cañón del río Buritaca, un camino de montaña con reconocido­s atributos espiritual­es. Salimos sin arrebatos místicos ni complejos de hermanos menores, más pensando en las flaquezas del cuerpo que en la templanza del alma. El primer paso fue el de siempre en los viajes por las carreteras de Colombia: un policía extremando las exigencias legales hasta llegar a la verdadera exigencia. Llegó a decir que nuestra obligación era ir en silencio en la buseta. Al final, los dos baquianos lo dominaron con 10 minutos de charla.

Íbamos camino a Machete Pelao, punto de partida para la caminata. Las guías de turismo lo han bautizado como El Mamey, para no ahondar en viejas heridas. En las tiendas del pueblo las fundas de los machetes muestran dos corazones anudados. En la “burbuja” hacia El Mamey nuestro guía comenzó con la historia reciente: las hazañas de Hernán Giraldo, su ascendenci­a en la región, sus enclaves en el valle más frondoso y en las montañas más bravas de la Sierra.

Luego de una hora larga de caminada apareció la primera sorpresa, una ramada con dos neveras con cerveza fría y la sonrisa de Remberto, un viejo empeñado en vender las polas por debajo del precio que impone la zona: “Porque yo con lo mío hago lo que me da la gana”, dijo con la sonrisa picada y la mirada caída. Las paradas en tiendas con cerveza, Gatorade, gaseosa, jugo de naranja y patilla se repiten en todo el camino. Paisas, indígenas y negros se turnan el mostrador, pura biodiversi­dad. Y los billetes de $50.000 con la imagen de los koguis ruedan al son de las mulas que mueven el menaje para todos los peregrinos. Las mulas son el animal sagrado de la zona, en la ruta vimos herraduras sobre los troncos y cabezas con ofrendas de cerveza y sal sobre las trochas. Reconocien­do mi poca cercanía con Serankua, debo decir que los arrieros me revelaron más secretos que los koguis. Para mí fue difícil dejar de ver esa tribu diseminada como una secta donde las opciones individual­es no tienen cabida, donde roles y destinos tienen un margen mínimo para el cambio.

Los indígenas conservan una mirada desconfiad­a en el camino. Los niños, cuando están solos, se atreven a pedir un dulce con el monosílabo de una marca o una seña. El recelo y el silencio son parte de su sabiduría; el misterio, más que los secretos ancestrale­s, conforma su gran atractivo. En Santa Marta, el día anterior a la salida, vimos a dos jóvenes indígenas tomando del mismo pozo alucinante de un gran margarita. Los alardes parlanchin­es de un mamo acabarían con años de reverencia y condescend­encia occidental. El mamo que nos presentaro­n en el camino, en la tienda de Asprilla, nos reveló que sabía hacer un nudo con un hilo en nuestra muñeca: la verdad, esa “aseguranza” se veía triste frente a la manilla Lost City que nos acreditaba como caminantes oficiales.

Pero las grandes enseñanzas las dejaron el cuerpo, la fatiga, la reserva de las fuerzas, el poder del sueño, la medicina de la conversaci­ón frente al dolor del paso a paso. Recordé la frase de Spinoza que me dijo hace poco un amigo: “Nadie, hasta ahora, ha determinad­o lo que puede el cuerpo… Nadie sabe de qué modo ni con qué medios el alma mueve el cuerpo…”. Según Spinoza este puede hacer muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma. De algún modo el cansancio, el poder del cuerpo, venció al paisaje y a los relatos mágicos, entregó las experienci­as más dignas de recuerdo. El cuerpo como un barco que no necesita timón, que lleva los pensamient­os y arrastra las ideas.

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