Escribir como un gato
Si los gatos escribieran, escribirían mejor que nosotros.
Para empezar, escribirían en presente. Los gatos son buenos olvidando, especialmente sus maldades. Por eso no vale la pena regañarlos. Vendría bien escribir sin culpas y confundir el recuerdo con la vida de nuestros personajes. No tener ansiedad del futuro, sino inventarlo, como los gatos, que viven aquí y ahora, levantando sus naricitas para identificar un aroma lejano o la temperatura cambiante. Ni el ruido de una mosca podría escapárseles. Lo notan todo, pero miden su ataque. No son impulsivos al escribir, digo, al cazar. No devoran de inmediato a su presa, como no deberíamos hacerlo con las ideas. La acarician, juegan con ella, incluso la torturan. Cuando se aburren, la llevan a los pies de sus amos, que en este caso serían nuestros lectores.
Los gatos son seres de rutinas, como lo son los grandes escritores. Se levantan temprano y cazan tarde, saben dónde encontrar su comida, cuándo es preciso tomar la séptima siesta, qué lugar es más fresco para escapar al sol de enero y cuál es el lugar de cada cosa. Para escribir también se precisa de una rutina, ver de vez en cuando la salida y la puesta de sol, tener un tiempo para sentarse —a veces a la fuerza— e intentar sacar palabras que parecen innecesarias.
Los gatos serían buenos escritores porque dominan el arte de no hacer nada. Tienen la creatividad suficiente para dormir cada día en una postura distinta y el más puro hedonismo para encontrar placer en cada instante, incluso en la quietud. En esa soledad y en ese silencio es donde suceden cosas, esas que luego irían a escribir. Si tan solo escribieran.
Saben, por sobre todas las cosas, mirar por la ventana. Me he preguntado qué piensan. Tal vez no piensan y solo observan. Se dan cuenta, como haría un buen escritor. O tal vez piensan cosas impensables para nosotros los humanos, lo cual sería aun más digno de escribir.
Los gatos se dejan acariciar, como quienes escriben se dejan acariciar por lo que traiga el día a día. Los gatos saben esperar, son maestros de la curiosidad, descansan lo suficiente, se estiran y sueñan. Y si la punta de su cola es como un signo de interrogación, como la de mi gata Rima, serían todavía mejores gatos escritores, porque sabrían preguntar.
Por eso, si los gatos escribieran, escribirían mejor que nosotros. Ahora cámbiese escribir por amar. O por leer. O por vivir, que es lo mismo.