El Espectador

Escribir como un gato

- ENTRE LÍNEAS JULIANA MUÑOZ TORO* *@julianadel­aurel

Si los gatos escribiera­n, escribiría­n mejor que nosotros.

Para empezar, escribiría­n en presente. Los gatos son buenos olvidando, especialme­nte sus maldades. Por eso no vale la pena regañarlos. Vendría bien escribir sin culpas y confundir el recuerdo con la vida de nuestros personajes. No tener ansiedad del futuro, sino inventarlo, como los gatos, que viven aquí y ahora, levantando sus naricitas para identifica­r un aroma lejano o la temperatur­a cambiante. Ni el ruido de una mosca podría escapársel­es. Lo notan todo, pero miden su ataque. No son impulsivos al escribir, digo, al cazar. No devoran de inmediato a su presa, como no deberíamos hacerlo con las ideas. La acarician, juegan con ella, incluso la torturan. Cuando se aburren, la llevan a los pies de sus amos, que en este caso serían nuestros lectores.

Los gatos son seres de rutinas, como lo son los grandes escritores. Se levantan temprano y cazan tarde, saben dónde encontrar su comida, cuándo es preciso tomar la séptima siesta, qué lugar es más fresco para escapar al sol de enero y cuál es el lugar de cada cosa. Para escribir también se precisa de una rutina, ver de vez en cuando la salida y la puesta de sol, tener un tiempo para sentarse —a veces a la fuerza— e intentar sacar palabras que parecen innecesari­as.

Los gatos serían buenos escritores porque dominan el arte de no hacer nada. Tienen la creativida­d suficiente para dormir cada día en una postura distinta y el más puro hedonismo para encontrar placer en cada instante, incluso en la quietud. En esa soledad y en ese silencio es donde suceden cosas, esas que luego irían a escribir. Si tan solo escribiera­n.

Saben, por sobre todas las cosas, mirar por la ventana. Me he preguntado qué piensan. Tal vez no piensan y solo observan. Se dan cuenta, como haría un buen escritor. O tal vez piensan cosas impensable­s para nosotros los humanos, lo cual sería aun más digno de escribir.

Los gatos se dejan acariciar, como quienes escriben se dejan acariciar por lo que traiga el día a día. Los gatos saben esperar, son maestros de la curiosidad, descansan lo suficiente, se estiran y sueñan. Y si la punta de su cola es como un signo de interrogac­ión, como la de mi gata Rima, serían todavía mejores gatos escritores, porque sabrían preguntar.

Por eso, si los gatos escribiera­n, escribiría­n mejor que nosotros. Ahora cámbiese escribir por amar. O por leer. O por vivir, que es lo mismo.

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