El Espectador

El Valle, espere que espere

- SIRIRÍ MARIO FERNANDO PRADO

YO CREO QUE EL DEPARTAMEN­TO más paciente de Colombia es el Valle del Cauca. A pesar de que le traspasa, tributa o regala al Gobierno central muchísimo más de lo que recibe —caso Buenaventu­ra, entre otros—, aguarda años y años a que le cumplan las promesas que viven quebrantan­do.

¿Será que lo tratan así porque nunca ha pataleado, no ha hecho paros, no se ha levantado de las mesas ni ha formado peloteras? Porque miren no más a los paisas, a los santandere­anos y a los costeños, quienes ni bien abren la boca cuando les llegan los billones para sus obras.

En cambio, el Valle tiene que hacer lobbies, estudios y más estudios de los estudios, mendigar, rogar y arrodillar­se para que un proyecto se haga realidad. ¡Qué trato más injusto! Pero como aquí no hay quien le hable duro al Gobierno, entonces nos maman gallo.

Por eso, cuando leí El País el pasado domingo pensé que había cogido por error un periódico de hace años, porque en materia de infraestru­ctura ningún proyecto ha logrado iniciarse y son los mismos que seguimos esperando, muchos desde hace décadas.

Me refiero concretame­nte a la carretera Mulaló-Loboguerre­ro, que lleva años a la espera de una tal licencia ambiental que sigue en un eterno trámite; a la terminació­n de la doble calzada Buga-Buenaventu­ra, a la que tan solo le faltan 8,5 kilómetros y se volvió un tongo le dio a borondongo; a la malla vial, que está abandonada porque la platica de los peajes, por ejemplo, se la llevan a Bogotá y la utilizan para otras carreteras.

Por razones de espacio, se me quedan en el tintero el dragado del puerto de Buenaventu­ra, cada vez menos competitiv­o; la vía alterna a ese primer puerto del país; el nuevo puente sobre el río Cauca a la altura de Juanchito; la doble vía Cali-Candelaria y la intervenci­ón vial entre Cali y Yumbo. Ojalá que no suceda lo mismo con el tren de cercanías y corra la suerte del frustrado Ferrocarri­l del Pacífico, al que le están robando los intestinos ante los ojos de los entes fiscalizad­ores, que se hacen los de la vista gorda.

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