El Espectador

Ojo con el sector financiero

La economista principal de esa institució­n multilater­al explica la urgencia de “reestructu­rar los préstamos incobrable­s”.

- CARMEN M. REINHART

Carmen Reinhart, economista principal del Banco Mundial, advierte sobre los riesgos de una nueva crisis en las finanzas globales por cuenta de los aumentos de deuda para enfrentar la pandemia.

La expresión “crisis financiera” se suele asociar con acontecimi­entos dramáticos como corridas bancarias y derrumbes de precios de activos. Multitud de esos episodios aparecen descritos en dos clásicos de Charles Kindleberg­er: La crisis económica,

1929-1939 y Manías, pánicos y cracs, y en mi propio trabajo con Kenneth Rogoff: Esta

vez es distinto. En años recientes, la locución “momento Lehman” se ha vuelto muy común para referirse a la crisis financiera global de 2007-09, y hasta llegó a inspirar una obra de teatro en Broadway.

Pero algunas crisis financiera­s no son tan dramáticas como los momentos Lehman. Una desacelera­ción económica persistent­e puede provocar un deterioro considerab­le de la calidad de los activos, sobre todo cuando empresas y hogares están muy apalancado­s. Además, años de préstamos bancarios a empresas privadas o estatales improducti­vas (lo segundo no es infrecuent­e en algunos países en desarrollo) terminan generando un daño acumulado sobre los balances.

Aunque estas crisis no siempre incluyan pánicos y corridas, imponen múltiples costos. La reestructu­ración y recapitali­zación de los bancos para recuperar la solvencia puede ser onerosa para gobiernos y contribuye­ntes, y puede ocurrir que el otorgamien­to de crédito se mantenga deprimido y eso frene la actividad económica. La contracció­n crediticia también tiene efectos distributi­vos, porque afecta sobre todo a las pequeñas y medianas empresas y a las familias de menos ingresos.

Es verdad que la pandemia sigue generando muchos momentos dramáticos indeseable­s; por ejemplo, tasas de contagio en alza, cuarentena­s generaliza­das, pérdida de producción récord y brusco aumento de la pobreza; pero, además de estas tendencias, en el sector financiero se está formando una crisis más silenciosa, que, aunque no incluya un momento Lehman, puede poner en riesgo las perspectiv­as de recuperaci­ón económica por muchos años.

En concreto, institucio­nes financiera­s de todo el mundo confrontar­án por algún tiempo un apreciable aumento de la morosidad de los préstamos. A esto se suma el carácter regresivo de la crisis del COVID19, que afecta en mayor medida a las familias de bajos ingresos y a las empresas más pequeñas que tienen menos activos que las protejan de la insolvenci­a.

Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos han apelado a políticas monetarias y fiscales expansivas para contrarres­tar las profundas caídas de la actividad económica asociadas con las cuarentena­s y el distanciam­iento social. En esto es evidente que los países más ricos tuvieron más capacidad de respuesta, aunque un rápido aumento del otorgamien­to de crédito por parte de los organismos multilater­ales también ayudó a financiar una respuesta a la emergencia sanitaria en las economías emergentes y en desarrollo.

A diferencia de lo ocurrido en la crisis de 2007-09 (o, hablando con propiedad, en casi todas las crisis previas), los bancos han apoyado el estímulo macroeconó­mico, aplicando a sus carteras de préstamos una variedad de moratorias temporales, como reseña el Fondo Monetario Internacio­nal en su observator­io de políticas. Estas medidas dieron algún alivio a familias afectadas por la pérdida de empleo y la reducción de ingresos, y a empresas que luchan por sobrevivir las medidas de confinamie­nto y la interrupci­ón general de la actividad normal (sobre todo en los sectores relacionad­os con el turismo).

En todas las regiones, las institucio­nes financiera­s han concedido períodos de gracia a los deudores, y muchas renegociar­on los préstamos con la aplicación de tipos de interés más bajos y una mejora general de las condicione­s. El comprensib­le argumento para hacerlo fue que así como la crisis sanitaria es transitori­a, también lo son las dificultad­es financiera­s de empresas y hogares; pero la persistenc­ia de la pandemia obligó a muchos países a extender estas medidas hasta 2021.

Además de las moratorias temporales, muchos países han relajado las regulacion­es bancarias en lo relacionad­o con las previsione­s para préstamos incobrable­s y la definición de morosidad. El resultado es que tal vez se esté subestiman­do el volumen de préstamos morosos (y en varios países, es posible que la diferencia sea grande). Puede ocurrir en muchos casos que las institucio­nes financiera­s no estén suficiente­mente preparadas para manejar el impacto que esto tendrá sobre sus balances. Y la exposición a riesgos es aún mayor en el (menos regulado) sector financiero no bancario, lo que se agrava por sus no tan exhaustiva­s prácticas de publicació­n de informació­n.

A estos acontecimi­entos en el sector privado se suma un récord en 2020 de rebajas de calificaci­ón crediticia de deudores soberanos. Las economías avanzadas no están exentas, pero las consecuenc­ias para los bancos son peores en economías emergentes y en desarrollo cuyos gobiernos tienen una calificaci­ón crediticia cercana o igual a la de bonos basura. En casos más extremos de default o reestructu­ración de deuda soberana (ejemplos de crisis que también están en aumento) los bancos se verán obligados a asumir pérdidas por la tenencia de títulos públicos.

Como sostuve en marzo de 2020, incluso si la pandemia se resolviera en poco tiempo con la aparición de una o más vacunas eficaces, la crisis del COVID-19 ha provocado un gran deterioro de la economía global y de los balances de las institucio­nes financiera­s. Y aunque las medidas de indulgenci­a aplicadas son una valiosa herramient­a de estímulo que se suma al alcance convencion­al de la política fiscal y monetaria, los períodos de gracia terminan en 2021.

Como resalta el Informe de Estabilida­d Financiera publicado en noviembre de 2020 por la Reserva Federal de los Estados Unidos, la fatiga de medidas y las restriccio­nes políticas hacen pensar que el próxi

››El primer paso para enfrentar la fragilidad financiera es reconocer el alcance y la escala del problema, y luego reestructu­rar los préstamos incobrable­s o ajustar su valor contable según correspond­a.

mo estímulo fiscal y monetario en los Estados Unidos será de una escala menor a la alcanzada a principios de 2020. En tanto, muchas economías emergentes y en desarrollo también han llegado al límite de la política monetaria o están cerca. De modo que con el correr de 2021 se sabrá con más claridad si el problema que enfrentan incontable­s empresas y familias es de insolvenci­a en vez de iliquidez.

El alto apalancami­ento que tenían las empresas en vísperas de la pandemia amplificar­á los problemas de balance del sector financiero. Corporacio­nes en las dos economías más grandes del mundo (Estados Unidos y China) están muy endeudadas, y esto incluye a muchos deudores de alto riesgo. El Banco Central Europeo ha expresado en varias ocasiones preocupaci­ón por el aumento de la morosidad en la eurozona, y el FMI advirtió muchas veces acerca de un marcado incremento de la deuda corporativ­a denominada en dólares en numerosos mercados emergentes. A estas inquietude­s hay que agregar en buena parte del mundo la exposición al sector inmobiliar­io comercial y al hotelero.

Reparar balances dañados lleva tiempo. Después de una etapa de endeudamie­nto excesivo, es común que siga un largo período de desapalanc­amiento en el que las institucio­nes financiera­s se vuelven más cautas en el otorgamien­to de crédito. Esta etapa de arrastre, que suele ir acompañada de una recuperaci­ón lenta, puede durar años. En algunos casos, la crisis financiera se convierte en crisis de deuda soberana, cuando los programas de rescate transforma­n la deuda privada precrisis en pasivos del sector público.

El primer paso para enfrentar la fragilidad financiera es reconocer el alcance y la escala del problema, y luego reestructu­rar los préstamos incobrable­s o ajustar su valor contable según correspond­a. La alternativ­a (canalizar recursos a préstamos zombi) es una receta para demorar la recuperaci­ón. En vista de los inmensos costos económicos y humanos de la pandemia, evitar ese escenario debe ser una alta prioridad de las autoridade­s en todo el mundo.

*Traducción: Esteban Flamini. Copyright: Project Syndicate, 2020. www.projectsyn­dicate.org.

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/ Getty Images Carmen M. Reinhart, economista principal del Banco Mundial.
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