Las malas somos casi todas
A VECES ME GUSTARÍA QUE LA TIErra fuera plana, murmura mi amiga Isabel Barragán, aún medio dormida entre las sábanas de ensueño de su cama. ¿De qué estás hablando?, le pregunto. Un mundo sin noches ni sombras, una resolana perpetua. Me confundo, pero trato de seguirle la corriente: es 2021, el año del búfalo. Se despereza poco a poco. Su devastadora belleza ocupa la pantalla del portátil. No me hagás caso, dice. Estoy fantaseando con algo que leí anoche.
Busca debajo de la almohada. Saca un libro y en voz alta lee un trozo para mí: “El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío”. Quedo súpito, boquiabierto, torombolino, sansirolé, como el protagonista de un esperpento de principios de este siglo. Me muestra la portada: Camila Sosa Villada. Las malas. Tusquets Editores.
Es la novela más subversiva que he leído en mi vida, enfatiza, ya despierta del todo. Y agrega: Es un relato de travestis en Córdoba,
Argentina, y cuenta la historia de la tía Encarna y su hijo putativo, El Brillo de los Ojos, un niño abandonado en la zanja de un parque en el centro de esa ciudad. “Las malas” son las travas, las travestis, una montonera de mujeres que se prostituyen por curiosidad, deseo, tentación, brutalidad. Por ganas de ser lo que son y no lo que sus padres quieren que sean.
Isabel no me deja respirar. Camila escribe una prosa casi poética, repleta de simbolismos y fantasías inconcebibles por las buenas conciencias, dice con entusiasmo. Es una obra desgarradora, forjada por amor. El amor siempre gana, le repito uno de mis eslóganes personales. Puede ser una autobiografía, si así lo quieres, pues Camila vivió esa vida de putería a punta de mate y pan negro. Habla del odio a las travestis y de la violencia contra ellas y de la ferocidad de sus amores y de ilusiones siempre postergadas.
Se levanta de la cama. Tenés que leerla, Mejillón. Te va a mover el piso. Descubrirás que, fuera de lo genital, la menos comprendida y la más temida de las sexualidades humanas es la transexualidad. Solteros, maridos, bien perfumados o malolientes, tímidos, tiernos, violentos, pirobos de la alta sociedad, borrachos, cocainómanos, los hombres se deslizan tras las travestis en busca de la fugacidad del placer o de la mera satisfacción animal de sus instintos. No todos los manes que se acuestan con travestis son gais, dice, y lee otro fragmento: “Allá van las travestis sobre sus tacos que parecen patas podridas de mesas inservibles. Se llevan a la rastra a sí mismas, abandonan el territorio de la penumbra, de la belleza, del verde. Privadas de refugio, hostigadas por la luz, decidimos reformular nuestro comercio, nuestras esquinas, aprovechar cada oportunidad de business
que nos toque en suerte”.
Ojalá muchísima gente lea Las malas, dice Isabel. Sería al menos una mínima indemnización por el dolor padecido por Camila y sus parceras. No más, sonríe, y le da carpetazo a Zoom.
Rabito: “Y yo veía el sillón donde desplomaban sus cuerpos agotados, el cajón donde guardaban los billetes que pagarían los colegios privados de sus hijos y las vacaciones en la playa y las joyas de sus esposas. Pero también los veía llegar al parque en sus coches último modelo, igual de dispuestos a pagar por una mujer con pene. Nada los desquiciaba más: “Me vuelve loco verte dormir con ese cuchillo entre las piernas”. Camila Sosa Villada. Las malas,
marzo de 2019.