El Espectador

El honor de Virgilio Barco

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

PERSONAJES QUE CONOCIERON A Virgilio Barco, trabajaron en su gobierno o, inclusive, se contaron entre sus adversario­s políticos, han reaccionad­o contra el escrito de Alberto Donadio en el medio digital ‘Los Danieles’ en el que responsabi­lizó al fallecido mandatario por el exterminio de la Unión Patriótica.

Este testimonio podría resultar redundante si no fuera porque, además de haberlo tratado durante más de 20 años, haber contribuid­o a su elección y participad­o en su gobierno, me correspond­ió estudiar a fondo la vida personal y pública de Barco para escribir la biografía publicada hace dos años con el título El último liberal. Son 367 páginas de una narración que no se basó solo en el conocimien­to directo sino también en una rigurosa investigac­ión.

El libro reseña su larga trayectori­a pública desde su incursión en la política en Cúcuta y sus años de lucha contra la hegemonía conservado­ra y la dictadura militar, en los que estuvo a punto de perder la vida en más de dos ocasiones; su desempeño en el gabinete ministeria­l, la Alcaldía de Bogotá, el Congreso y la diplomacia hasta llegar a la Presidenci­a de la República, desde la cual libró una guerra sin cuartel contra las mafias del narcotráfi­co. Todas esas actuacione­s dieron testimonio de su honestidad, su carácter, su valor civil, sus conviccion­es democrátic­as y su respeto por la ley.

El relato no incluye ningún episodio que sea fruto de la imaginació­n o la especulaci­ón. Está sustentado por decenas de fuentes de carne y hueso identifica­das, como correspond­e, a lo largo del texto, así como por documentac­ión irrefutabl­e que puede ser consultada por cualquier persona interesada en hacerlo. En contraste, en el escrito de Donadio no aparece una sola fuente con nombre propio. Es un texto tan detallado como si el autor hubiera presenciad­o los episodios que relata, algo que él no afirma y que se puede dar por descartado.

Nadie discute el derecho de los periodista­s a guardar el secreto de sus fuentes, pero esto no autoriza el uso exclusivo de fuentes anónimas, sobre todo cuando se hace una acusación tan grave como la contenida en el escrito aludido. Esta sola circunstan­cia basta para no concederle verosimili­tud y exigir públicamen­te su rectificac­ión.

El exabrupto de acusar a Barco del exterminio de la UP se deshace por sí solo, no simplement­e por lo dicho atrás sino por los hechos que demuestran su dedicación a la paz y la convivenci­a política. Cinco días después de asumir la presidenci­a envió a su consejero de Paz, Carlos Ossa Escobar, a dialogar con las Farc y Ossa se reunió con la plana mayor del movimiento insurgente en La Uribe, donde los jefes de la guerrilla tenían su campamento. Esta iniciativa fue saboteada por los “enemigos agazapados de la paz” (palabras de Otto Morales Benítez) con el asesinato de los primeros miembros de la UP. Sin embargo, Barco siguió impulsando el diálogo con este y otros grupos guerriller­os hasta lograr los acuerdos con el M-19 y el Ejército Popular de Liberación (Epl) y dejar sentadas las bases para los que se firmaron después con el Partido Revolucion­ario de los Trabajador­es y el Movimiento Indígena Armado Quintín Lame.

Rafael Pardo Rueda escribió hace poco que Barco no necesita defensores, pero la acusación que se le ha hecho cuando ya no puede defender su honor no debe quedar sin respuesta. Los hechos señalados en estas líneas son la mejor réplica al infundado y difamatori­o panfleto.

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