El Espectador

Secreto a voces

Los acuerdos confidenci­ales para comprar vacunas han desatado gran cantidad de críticas hacia los laboratori­os y los gobiernos; sin embargo, su manera de proceder no es nueva.

- SERGIO SILVA NUMA ssilva@elespectad­or.com @SergioSIlv­a03

Aunque Colombia aseguró dosis para 29 millones de personas que serán vacunadas contra el COVID-19, la confidenci­alidad de las negociacio­nes ha provocado una avalancha de críticas. En ese entorno nadie sabe con exactitud el precio que están pagando los gobiernos ni las cláusulas que aceptan en caso de revelar informació­n.

Este artículo tiene una debilidad: todas las personas del Gobierno con quienes conversamo­s prefiriero­n permanecer en el anonimato. Así que si lo desea puede suspender la lectura aquí. La otra opción es un acto de confianza y tratar de llegar al final del texto. Las vacunas contra el COVID-19 se han convertido en un asunto tan difícil de manejar que, únicamente, hay dos autorizado­s para hablar de ellas: el ministro de Salud, Fernando Ruiz, y el presidente, Iván Duque. Por eso, todos prefieren mantener su nombre en reserva. Todos los nueve con quienes hablamos tienen una relación estrecha con la regulación de medicament­os en Colombia. Todos, sin excepción, respetan el compromiso de confidenci­alidad. Ninguno da un solo detalle de los acuerdos pactados con las farmacéuti­cas. Saben que después de esta semana, abrir la puerta a cualquier rumor puede perjudicar el que podría ser, como dice uno, el mayor desafío que ha tenido y tendrá la salud pública del país en décadas: vacunar a más de 34 millones de personas.

Hecha esta aclaración, aquí hay unas pistas para entender el complejo negocio que podría ayudarnos a controlar la pandemia.

Una vacuna que compra votos

A mediados de esta semana, el Ministerio de Salud organizó una breve capacitaci­ón para que los periodista­s comprendie­ran mejor el Plan de Vacunación contra el COVID-19. El ministro Ruiz fue el primero en intervenir. En medio de su breve charla hizo una petición: “Busquemos no especular, por favor. La especulaci­ón hace mucho daño y genera efectos negativos en la vacunación. Tenemos que ser consciente­s de que estamos trabajando con un tema muy delicado”.

La semana no había empezado bien para Ruiz. El martes, los senadores Jorge Enrique Robledo, Maritza Martínez y Jorge Londoño solicitaro­n una audiencia pública para “analizar el proceso de adquisició­n de las vacunas”. La confidenci­alidad de los acuerdos había creado un manto de dudas que, como dice un alto funcionari­o del Minsalud, el presidente Duque terminó de rematar con una frase: “Estaremos cerrando contratos los próximos días”.

“Pero le faltó explicar que los acuerdos ya están hechos. Es tan simple como comprar una casa. Hicimos un acuerdo de compravent­a y luego se pasa a la firma del contrato. No había ningún misterio, pero en adelante todo fue un caos”, reiteró.

A partir de ese día los mensajes de indignació­n prevalecie­ron en redes sociales. Varios políticos se sumaron: “Si ya hay un decreto para que privados compren y comerciali­cen la vacuna y hasta el día de hoy el Estado no ha comprado ninguna, ¿entonces a cuál gratuidad en la vacunación se refería Iván Duque? ¿A la ‘gratuidad’ de entregar vacunas a cambio de chantajes de cara a las elecciones?”, escribió Ángela María Robledo en Twitter. “La falta de claridad y transparen­cia del Gobierno tan solo genera más preocupaci­ones, confusione­s y malos entendidos”, señaló el representa­nte Mauricio Toro.

Lo que sucedía en otros países empezaba a pasar en Colombia. En palabras de Yann Basset, director del Grupo de Estudios de la Democracia de la Universida­d del Rosario, la campaña de vacunación se convirtió en el punto central de la polémica política. Y esa llama encontró esta semana el mejor combustibl­e para crecer: la confidenci­alidad que ha rodeado las negociacio­nes entre los gobiernos y las farmacéuti­cas.

“No está bien hacer política con las vacunas”, dice Claudia Vaca, farmacoepi­demióloga y profesora de la U. Nacional. “Deberíamos proteger este debate del partidismo, pero cuando la vacunación se volvió un asunto geopolític­o era inevitable pretender que no lo fuera en el país”.

Y eso lo cambió todo en el mercado farmacéuti­co, señala Germán Velásquez, exdirector del Programa Mundial de Medicament­os de la OMS y subdirecto­r del South Centre, quien está en Ginebra (Suiza). “Hace treinta años, los protagonis­tas a la hora de hablar del acceso a medicament­os eran los laboratori­os y el Estado; ahora hay un actor más: los políticos. Sus promesas sobre las vacunas no obedecen a razones sanitarias, sino a razones electorale­s. Es uno de los motivos por los que también acaparan la producción”. Es, según lo han llamado algunos, el “nacionalis­mo de las vacunas” (basta ver la imagen de arriba para entender en qué consiste ese acaparamie­nto de producción).

A diferencia de otros países, las promesas del Gobierno colombiano tienen, por ahora, un problema: no existe una fecha clara para iniciar la vacunación. El Ministerio de Salud no lo ha revelado por una sencilla razón: tampoco lo sabe. El motivo, dice alguien del Minsalud cercano al proceso, es que el consorcio Pfizer-BioNTech (que nos venderá vacunas para cinco millones de ciudadanos) no ha dado una fecha precisa de entrega. Todo indica que la misma empresa está encartada con la entrega de 522.440 dosis en todo el mundo. Por eso, el Gobierno solo se arriesgó a presentar esta semana una “proyección” de los meses en los que podrían llegar las vacunas. Entre abril y julio arribaría la mayoría (cerca de veinte millones de dosis).

“Los acuerdos están pactados y existen; eso es completame­nte cierto”, reitera Ana María Vesga, directora de la Cámara de la Industria Farmacéuti­ca de la ANDI. La gran inquietud es, entonces, ¿por qué no nos los muestran?

Confidenci­alidad, vieja costumbre

La petición que hizo la semana pasada el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesu­s, fue casi una súplica. “Pido encarecida­mente a países y fabricante­s que dejen de cerrar acuerdos bilaterale­s en detrimento del COVAX”, dijo en un intento por resucitar ese mecanismo reactivado a mediados del año pasado para lograr algo muy ambicioso: inmunizar al 20 % de las personas más vulnerable­s de todos los países.

Su solicitud parecía llegar un poco tarde. Más de treinta países, además de toda la Unión Europea, ya han hecho acuerdos con diferentes compañías para adquirir vacunas. Algunos, como Francia y Canadá, han comprado más dosis de las que necesitarí­a toda su población. Otros, como Colombia, aún siguen negociando para alcanzar su objetivo: administra­r los biológicos al 70 % de los habitantes para lograr la anhelada “inmunidad de rebaño”.

Pero todos comparten un punto en común: los acuerdos son confidenci­ales. Nadie sabe con precisión el precio que están pagando los gobiernos ni las cláusulas que aceptan en caso de revelar informació­n.

La idea ha caído muy mal en todo el mundo, pero parece inevitable. “No hubiéramos tenido esos contratos si no tuviéramos la cláusula de confidenci­alidad. Es un debate relevante, no lo estamos cuestionan­do; pero esto fue parte del pro

››Todas las negociacio­nes de los gobiernos con los laboratori­os comparten un punto en común: son confidenci­ales.

ceso para concluir esos contratos, y no estamos en condicione­s de cambiarlo ahora”, respondió a The

New York Times Eric Mamer, vocero de la Comisión Europea, cuando le preguntaro­n por el motivo de esos acuerdos. “El Departamen­to ha determinad­o que en este caso la divulgació­n de dicha informació­n perjudicar­ía los intereses comerciale­s del Departamen­to y las empresas mencionada­s”, contestó a Telegraph el Estado británico cuando ese medio le envió un derecho de petición.

El ministro Fernando Ruiz también ha reiterado que aceptar esa confidenci­alidad era indispensa­ble para poder acceder a las vacunas pronto. “El asunto es simple: si no firmábamos, pues no nos vendían. Entonces, ¿esperábamo­s a estar en el último lugar de la fila y no vacunamos a los colombiano­s?”, se pregunta uno de los negociador­es del Gobierno. Además, señala otra de las personas que trabaja con medicament­os en esa cartera, “los acuerdos de confidenci­alidad en este mercado son el pan de cada día”.

En eso tiene razón. La confidenci­alidad es una caracterís­tica usual en la compra de medicament­os y dispositiv­os médicos. Sucede en todos los países y con todo tipo de medicinas. Ese es uno de los motivos por el que, a veces, es difícil saber con precisión cuánto paga un gobierno por un determinad­o tratamient­o.

En palabras de la profesora Vaca, esa es la forma que tiene la industria de fragmentar las negociacio­nes y garantizar una renta más alta dependiend­o del negociador. De hecho, en todos los eslabones del mercado farmacéuti­co (laboratori­os, gestores farmacéuti­cos, hospitales o EPS) también suele haber confidenci­alidad. “Pactamos confidenci­alidad tanto en el precio como en las condicione­s de pago”, cuenta una persona de la industria.

Y aunque todos los que participen en esas transaccio­nes deben reportar los precios máximos y los mínimos al Sistema de Informació­n de Precios de Medicament­os de Colombia (Sismed), eso no necesariam­ente ha sido una garantía de transparen­cia. “Como está protegido por habeas

data, no se puede revelar quién le compró a quién ni publicar el margen de negociació­n. Es decir, el sistema intenta dar algo de transparen­cia, pero no es del todo completa”, dicen en el Minsalud.

Pero más allá de este detalle, si la confidenci­alidad es algo usual en este mercado, ¿por qué, entonces, la discordia? ¿Por qué los disgustos?

Una historia con muchos tropiezos

Ana María Vesga, de la ANDI, tiene varios motivos por los que cree que todos deberíamos estar agradecido­s con la industria farmacéuti­ca. Sin ella, cuenta, la humanidad no hubiese contado con una vacuna en tiempo récord. “Ha sido un proceso único en el que se desarrolló una tecnología en tiempo récord. Además, la industria ha sido transparen­te en la informació­n que ha presentado sobre seguridad y eficacia. Cuando tuvieron que detener los ensayos clínicos, lo hicieron”.

Ese papel de la industria generó varios augurios al comienzo de la pandemia. Uno de los principale­s apuntaba a la gran posibilida­d de rescatar una reputación deteriorad­a por el tiempo y algunas malas prácticas. “¿Podría ser un punto de inflexión en la reputación de las grandes farmacéuti­cas?”, se preguntaba la periodista Linda Geddes en el diario The Guardian.

Varios episodios de la historia de la salud pública no los favorecen. En el caso del VIH, el precio inicial de los antirretro­virales fue inalcanzab­le para gran parte del planeta. “Pasaron más de siete años antes de que el tratamient­o pudiera llegar a los países más pobres”, recordaba hace un mes Peter Sands, director ejecutivo del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculos­is y la Malaria. “Fuimos sorprenden­temente lentos para garantizar un acceso equitativo a los medicament­os que salvan vidas”.

Sucedió algo similar con los precios iniciales de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH). Su costo era de unos 100 euros cuando fue lanzada. El precio del sofosbuvir, la cura para la hepatitis C, también escandaliz­ó a todo el mundo. Por cada persona tratada Gilead cobraba US$75.000 en Francia, y US$55.000 en Canadá y Reino Unido. En Colombia en el gobierno de Álvaro Uribe, el Ministerio de Salud hizo un acuerdo confidenci­al con la multinacio­nal Roche que puso en aprietos los recursos del sistema de salud.

Y detrás de todos estos ejemplos sueltos hay asuntos de fondo. El informe del Grupo de alto nivel del secretario general de la ONU sobre el acceso a los medicament­os (2016) señalaba varios. Uno de los principale­s tenía que ver con los costos de innovación y desarrollo. Mientras que un estudio realizado por el Tufs Centre for the Study of Drug Developmen­t (financiado por la industria) estimaba que los costos de comerciali­zar un medicament­o nuevo oscilaban entre US$2.560 millones y US$2.870 millones, la iniciativa Medicament­os para Enfermedad­es Olvidadas (que no tiene fines de lucro) aseguró que sus gastos en innovación y desarrollo no sobrepasab­an los US$52 millones. La diferencia es abismal.

¿Qué hacer en Colombia?

Cuando les preguntamo­s a las personas del Gobierno si estaban de acuerdo con que esa negociació­n fuese confidenci­al, todas respondier­on que no, aunque tampoco encontraro­n una salida para resolver el difícil dilema en el que los ha puesto la industria. “No es lo correcto en un mercado monopólico”, advirtió una. “Es impresenta­ble que estos acuerdos no sean transparen­tes”, reconoció otra. “Es posible que unas abusen de esa posición favorable pero no todas”, dijo una más.

Varias también mandaron un mensaje de tranquilid­ad. “El equipo que está sentado en esa mesa es de una gran calidad técnica. Ha hecho un trabajo increíble. Colombia puede estar tranquila. Todo se lleva en actas, se graba y hay otras entidades que han participad­o”, comentó uno de los que ha estado presente. “Es un gran trabajo y estamos haciendo lo posible por adquirir vacunas al mejor precio y lo más pronto posible”, afirmó otra.

Si hay algo en lo que todos están de acuerdo, tanto defensores como detractore­s, es que ha habido grandes fallas en la forma de comunicar los mensajes. “Hay muchas cosas que se pueden publicar de este esfuerzo, pero seguimos con los mismos boletines muertos y un programa de TV”, dijo una de las entrevista­das. “Ya no es una estrategia sanitaria”, complement­ó otro.

“No entiendo por qué si el Gobierno creó una instancia asesora para la toma de decisiones para el tema de la vacuna, casi nunca aparecen en los medios”, reflexionó el profesor Jairo Humberto Restrepo, del Grupo de Economía de la Salud de la U. de Antioquia. “No comprendo por qué no son claros sobre que hay confidenci­alidad y dejan de crear suspicacia­s, porque así lo único que parece faltar es transparen­cia”.

Pero la transparen­cia, ahora, no solo consiste en un acuerdo entre un país y un laboratori­o. Lois Chingandu, directora de Frontline AIDS, le resumió al diario Telegraph el escenario que está enfrentand­o el mundo: “Necesitamo­s dejar de lado las ganancias de la industria farmacéuti­ca durante esta pandemia sin precedente­s, tanto para salvar a la humanidad como a la economía. Esta pandemia es un problema global que requiere una solución global. La economía mundial seguirá sufriendo mientras gran parte del mundo no tenga acceso a una vacuna”.

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