El puente entre internet y el mundo que EE. UU. subestimó
Más de 21.000 miembros de la Guardia Nacional de EE. UU. protegerán la ceremonia de posesión del presidente electo, Joe Biden, el 20 de enero. El país paga las consecuencias de subestimar los movimientos sociales digitales que Donald Trump cultivó .
En 1996, cuando internet recién comenzaba a tomar su forma actual, el poeta y ensayista estadounidense John Perry Barlow escribió: “Estamos creando un mundo en el que todos puedan entrar sin privilegios ni prejuicios de raza, poder económico, fuerza militar o lugar de nacimiento. Nuestras identidades no tienen cuerpo, por lo que, a diferencia de usted, no podemos obtener el orden mediante la coerción física”. Lo que ha ocurrido durante los siguientes años no puede estar más alejado de esas utópicas afirmaciones. Si algo ha quedado demostrado es que no somos fantasmas escribiendo en línea, sino que la conexión con el mundo real es profunda y lo que pase en uno afecta directamente al otro.
La invasión al Capitolio de Estados Unidos, el pasado 6 de enero, es el ejemplo perfecto. Abrió debates importantes y útiles a la hora de volvernos partícipes en la construcción de nuestra democracia. El poder de las compañías como Twitter y Facebook, la violencia y el odio en redes, y la libertad de expresión son temas que se pueden extrapolar a cualquier país. La clase política estadounidense, en general, vendió durante años la amenaza extranjera como el núcleo de todos los males y no se dio cuenta de que el verdadero enemigo estaba adentro. Parece un buen momento para tomar nota, mirar cada cosa en su justa proporción e intentar corregir la situación para evitar una catástrofe el próximo 20 de enero, cuando Joe Biden asuma la presidencia del país.
Desmenucemos brevemente el problema de la libertad de expresión tras la censura de Trump en sus redes sociales. Antes de entrar a discutir si se viola un derecho fundamental o no, un punto más que válido, hay que hablar del poder que tienen las compañías tecnológicas en ese país. En pocas palabras, gracias a la sección 230 de la Constitución de Estados Unidos, son prácticamente intocables y tienen la potestad de poner las reglas de juego que quieran, como si fueran dioses creando un universo, sin comprometerse legalmente por los mensajes de sus usuarios.
Las violentas protestas en Washington se gestaron y se coordinaron en redes. Así también ocurrió con numerosos tiroteos y actos de violencia recientes. No se trata de satanizar las movilizaciones sociales digitales, porque está demostrado que pueden aportar positivamente en el marco político y social, sino de advertir el uso de sentimientos como el odio y el miedo para generar violencia en el mundo físico. “Es hora de dejar de hablar basura y hacer un esfuerzo real”, aseguraba en su manifiesto digital Brenton Tarrant, autor de la masacre de 2019 en Christchurch (Nueva Zelanda), donde asesinó a cincuenta personas. A estas alturas es claro el puente entre lo digital y lo físico. De hecho, un estudio publicado por Karsten Müller y Carlo Schwarz, de la Universidad de Warwick, asegura que la relación entre el odio en internet y el crimen real es estrecho.
En este contexto son especialmente importantes las “cámaras de eco”; es decir, espacios digitales donde se concentran personas que piensan de forma similar y refuerzan sus posiciones, dando luz a posibles radicalismos ideológicos. “Al combinar datos locales detallados sobre el uso de Facebook con contenido generado por el usuario, podemos arrojar luz sobre el vínculo entre las publicaciones en línea y los incidentes contra los refugiados en Alemania”, afirman los investigadores.
Controlar internet, otro extremo peligroso
Eventos cruciales en la historia de ciertas regiones, como la primavera árabe, en Oriente Medio, también se apoyaron en los medios digitales como plataforma de protesta. De hecho, el extremo opuesto a Estados Unidos, es decir, el control estricto de internet, también es un arma política importante. Zeynep Tufecki, socióloga turca especializada en tecnología, relata lo ocurrido en Egipto en el 2011, cuando cayó el dictador Hosni Mubarak.
“Aunque Mubarak había desconectado internet y todos los teléfonos móviles justo antes de la ‘batalla de los camellos’, los manifestantes habían traspasado el bloqueo en cuestión de horas (...) La brutalidad pura y desenfrenada del ataque y la torpeza de cerrar todas las redes de comunicación subrayaron la incapacidad de la autocracia en ruinas de Mubarak para comprender el espíritu de la época”, asegura Tufecki en su libro Twitter y gas lacrimógeno.
Aunque parezca difícil de creer, internet todavía es usado ampliamente por los gobiernos para intentar desconectar o desarticular protestas, movimientos sociales y olas de violencia.
El último episodio se presentó esta semana en Uganda, donde el gobierno ordenó a todos los proveedores de internet, 48 horas antes de las elecciones generales que se celebraron el jueves, bloquear el acceso a Facebook, Twitter y WhatsApp. Así lo confirmó el observatorio de internet Netblocks. El hecho ocurrió en un país en el que el 80 % de la población tiene menos de treinta años y las redes sociales mantuvieron un peso importante para expandir la popularidad del principal candidato opositor, el músico Bobi Wine.
Lo más grave es que Netblocks, que sigue de cerca la situación en numerosas regiones, ha reportado en los últimos meses cortes de internet en Irán, Pakistán, Cuba, Etiopía, Tanzania, Guinea, Azerbaiyán, Zimbabue, Somalia y Burundi. En todos los casos la medida se tomó en medio de procesos electorales, problemas de orden público, conflictos o manifestaciones.