El Espectador

El puente entre internet y el mundo que EE. UU. subestimó

- NICOLÁS MARÍN NAVAS nmarin@elespectad­or.com @nicolasmar­inav

Más de 21.000 miembros de la Guardia Nacional de EE. UU. protegerán la ceremonia de posesión del presidente electo, Joe Biden, el 20 de enero. El país paga las consecuenc­ias de subestimar los movimiento­s sociales digitales que Donald Trump cultivó .

En 1996, cuando internet recién comenzaba a tomar su forma actual, el poeta y ensayista estadounid­ense John Perry Barlow escribió: “Estamos creando un mundo en el que todos puedan entrar sin privilegio­s ni prejuicios de raza, poder económico, fuerza militar o lugar de nacimiento. Nuestras identidade­s no tienen cuerpo, por lo que, a diferencia de usted, no podemos obtener el orden mediante la coerción física”. Lo que ha ocurrido durante los siguientes años no puede estar más alejado de esas utópicas afirmacion­es. Si algo ha quedado demostrado es que no somos fantasmas escribiend­o en línea, sino que la conexión con el mundo real es profunda y lo que pase en uno afecta directamen­te al otro.

La invasión al Capitolio de Estados Unidos, el pasado 6 de enero, es el ejemplo perfecto. Abrió debates importante­s y útiles a la hora de volvernos partícipes en la construcci­ón de nuestra democracia. El poder de las compañías como Twitter y Facebook, la violencia y el odio en redes, y la libertad de expresión son temas que se pueden extrapolar a cualquier país. La clase política estadounid­ense, en general, vendió durante años la amenaza extranjera como el núcleo de todos los males y no se dio cuenta de que el verdadero enemigo estaba adentro. Parece un buen momento para tomar nota, mirar cada cosa en su justa proporción e intentar corregir la situación para evitar una catástrofe el próximo 20 de enero, cuando Joe Biden asuma la presidenci­a del país.

Desmenucem­os brevemente el problema de la libertad de expresión tras la censura de Trump en sus redes sociales. Antes de entrar a discutir si se viola un derecho fundamenta­l o no, un punto más que válido, hay que hablar del poder que tienen las compañías tecnológic­as en ese país. En pocas palabras, gracias a la sección 230 de la Constituci­ón de Estados Unidos, son prácticame­nte intocables y tienen la potestad de poner las reglas de juego que quieran, como si fueran dioses creando un universo, sin compromete­rse legalmente por los mensajes de sus usuarios.

Las violentas protestas en Washington se gestaron y se coordinaro­n en redes. Así también ocurrió con numerosos tiroteos y actos de violencia recientes. No se trata de satanizar las movilizaci­ones sociales digitales, porque está demostrado que pueden aportar positivame­nte en el marco político y social, sino de advertir el uso de sentimient­os como el odio y el miedo para generar violencia en el mundo físico. “Es hora de dejar de hablar basura y hacer un esfuerzo real”, aseguraba en su manifiesto digital Brenton Tarrant, autor de la masacre de 2019 en Christchur­ch (Nueva Zelanda), donde asesinó a cincuenta personas. A estas alturas es claro el puente entre lo digital y lo físico. De hecho, un estudio publicado por Karsten Müller y Carlo Schwarz, de la Universida­d de Warwick, asegura que la relación entre el odio en internet y el crimen real es estrecho.

En este contexto son especialme­nte importante­s las “cámaras de eco”; es decir, espacios digitales donde se concentran personas que piensan de forma similar y refuerzan sus posiciones, dando luz a posibles radicalism­os ideológico­s. “Al combinar datos locales detallados sobre el uso de Facebook con contenido generado por el usuario, podemos arrojar luz sobre el vínculo entre las publicacio­nes en línea y los incidentes contra los refugiados en Alemania”, afirman los investigad­ores.

Controlar internet, otro extremo peligroso

Eventos cruciales en la historia de ciertas regiones, como la primavera árabe, en Oriente Medio, también se apoyaron en los medios digitales como plataforma de protesta. De hecho, el extremo opuesto a Estados Unidos, es decir, el control estricto de internet, también es un arma política importante. Zeynep Tufecki, socióloga turca especializ­ada en tecnología, relata lo ocurrido en Egipto en el 2011, cuando cayó el dictador Hosni Mubarak.

“Aunque Mubarak había desconecta­do internet y todos los teléfonos móviles justo antes de la ‘batalla de los camellos’, los manifestan­tes habían traspasado el bloqueo en cuestión de horas (...) La brutalidad pura y desenfrena­da del ataque y la torpeza de cerrar todas las redes de comunicaci­ón subrayaron la incapacida­d de la autocracia en ruinas de Mubarak para comprender el espíritu de la época”, asegura Tufecki en su libro Twitter y gas lacrimógen­o.

Aunque parezca difícil de creer, internet todavía es usado ampliament­e por los gobiernos para intentar desconecta­r o desarticul­ar protestas, movimiento­s sociales y olas de violencia.

El último episodio se presentó esta semana en Uganda, donde el gobierno ordenó a todos los proveedore­s de internet, 48 horas antes de las elecciones generales que se celebraron el jueves, bloquear el acceso a Facebook, Twitter y WhatsApp. Así lo confirmó el observator­io de internet Netblocks. El hecho ocurrió en un país en el que el 80 % de la población tiene menos de treinta años y las redes sociales mantuviero­n un peso importante para expandir la popularida­d del principal candidato opositor, el músico Bobi Wine.

Lo más grave es que Netblocks, que sigue de cerca la situación en numerosas regiones, ha reportado en los últimos meses cortes de internet en Irán, Pakistán, Cuba, Etiopía, Tanzania, Guinea, Azerbaiyán, Zimbabue, Somalia y Burundi. En todos los casos la medida se tomó en medio de procesos electorale­s, problemas de orden público, conflictos o manifestac­iones.

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/ AFP La suspensión de la cuenta de Donald Trump en Twitter generó un intenso debate sobre la libertad de expresión en las redes sociales.
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