El Espectador

Retos y reconcilia­ciones

- EDUARDO SARMIENTO

Las dificultad­es en salud y economía han generado desconcier­to e intranquil­idad. Las proyeccion­es oficiales no se cumplen en la realidad. Las proyeccion­es de las crisis se enfrentan con teorías que no han sido confrontad­as con los hechos. En el caso de la pandemia, se proclamó a viva voz que el nivel de contaminac­ión subiría, en mayo alcanzaría el pico y luego disminuirí­a y desaparece­ría.

La mejor interpreta­ción se observa en el estudio divulgado por The Economist, que encuentra que los portadores del virus, que inicialmen­te se presentaba en las personas mayores de 70 años, corre por cuenta de individuos que tienen baja probabilid­ad de deceso. Al igual que sucede con la distribuci­ón del ingreso, el daño lo genera una pequeña minoría con caracterís­ticas desconocid­as. Lo cierto es que el grado y la tasa exponencia­l de contaminac­ión han crecido, superando las disponibil­idades de camas de hospitales, aislamient­o de los enfermos y aumento de las muertes.

La identifica­ción y separación de este grupo nuevo de portadores es difícil, porque muchos no adquieren los síntomas de la enfermedad. El procedimie­nto de las muestras, que en un principio se veía como un antídoto infalible, pierde efectivida­d porque los contagiado­s no pueden ser separados. La esperanza es que la deficienci­a se corrija con el tratamient­o universal de la vacuna. De todas maneras, en este momento hay incertidum­bre sobre su efectivida­d para detener un virus generaliza­do en pleno auge.

En materia económica, las cosas tampoco han ido bien. La cuarentena provocó una serie de efectos que no fueron anticipado­s por los grupos de estudio. En los altos círculos de los organismos internacio­nales se predecía que la fuerte reducción de la tasa de ahorro ocasionada por el confinamie­nto, que por definición suspendía la producción y el empleo, sería compensada por el aumento del endeudamie­nto externo. La debacle solo se reconoce en abril, cuando los organismos de estadístic­a y los departamen­tos contables de las empresas detectaron caídas nunca vistas en la producción y el empleo.

En general, se observa que los errores están en la aplicación de técnicas y análisis macroeconó­micos que todavía no se han reconocido ni confrontad­os empíricame­nte. Los errores tienden a repetirse. El argumento de que la caída del producto y el empleo se detendrían en 2020 ha sido seriamente controvert­ido por los hechos. En 2021, incluso en 2022, se registrará­n niveles del producto inferiores a los de 2019 y a la tendencia histórica.

El drama está en que el país de tiempo atrás se comprometi­ó en el modelo de crecimient­o inequitati­vo que se tornó insostenib­le con la cuarentena. El disparo de la pobreza al 48 %, el aumento del coeficient­e de Gini a 0,55, el incremento del desempleo y la reducción de los ingresos del trabajo han generado una fuerte presión para reducir rápidament­e la pobreza y mejorar la distribuci­ón del ingreso. El Gobierno ha anunciado que el déficit fiscal llegará en el presente año al 8,5 % del PIB, similar al de 2019 y muy superior al previsto inicialmen­te.

A estas alturas no se sabe de dónde provendrá la financiaci­ón del déficit. En cualquier evento, agravaría la caída de la tasa de ahorro del 5 % del PIB que viene de la globalizac­ión, el retroceso de los últimos 5 años y la cuarentena. Y mientras persista el desbalance entre el ahorro y la inversión, no será posible la recuperaci­ón de la producción y el empleo.

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