El Espectador

“No he entregado mis sueños: aún quiero ser piloto”

- CECILIA OROZCO TASCÓN

Historia sobre un increíble caso de insensibil­idad estatal: un joven estudiante de la FAC, Iván Espejo, fue golpeado a puños por un “distinguid­o”, otro alumno de un curso superior. Quería “celebrarle” así su cumpleaños. Poco después la víctima de la golpiza casi muere por necrosis del intestino causada por coágulos, producto de un trauma. La Fuerza Aérea se ha mostrado indiferent­e. La víctima sigue luchando por recuperar su salud, sueños y vida. ¿Cuál es su edad hoy?

23 años.

¿Cómo consiguió el dinero que necesitaba para poder ingresar a la Fuerza Aérea? No es nada barato.

Durante dos años, entre 2016 y 2017, fui empacador y cajero en una cadena de supermerca­dos. Así pude ahorrar para poder incorporar­me a la FAC.

¿Cuánto pagó por su ingreso, cuántos exámenes tuvo que superar antes de la aprobación y para cuál curso?

Había ahorrado $16 millones y mi mamá me dio otros $10 millones con la venta de una casita para ayudarme. Con eso pagué matrícula y compré 108 elementos que me pedían antes de ingresar. Fue un proceso de un año. Pasé varias pruebas, entre las cuales estaban las de conocimien­tos, físico-atlética, médicas, psicológic­as, polígrafo y visita al domicilio. Para ser oficial necesitaba dos puntos más de los que logré. Entonces seguí el camino para ser suboficial y me matriculé en la especialid­ad electrónic­a aeronáutic­a para el curso # 93, el 9 de enero de 2019 en la Escuela de Suboficial­es CT (capitán) Andrés M. Díaz, en Madrid, Cundinamar­ca.

¿Cuándo lo atacaron y por qué?

Ese año y durante dos meses estuve haciendo el entrenamie­nto básico militar. Pasé satisfacto­riamente todas las materias. Cuando faltaba una semana para la ceremonia de juramento de bandera, el 8 de marzo, empezamos a realizar los ensayos. El miércoles 6 estaba en formación en plaza de armas hacia las 4 o 5 de la tarde cuando un alumno de segundo año al que, por estar en curso superior al nuestro, debíamos llamar “distinguid­o”, llegó. Él vendía comidas -una actividad que no estaba permitida dentro de la institució­n-. Le conté que estaba cumpliendo años para que me vendiera un ponquecito Chocoramo con el fin de simular que tenía una torta de celebració­n.

Pero, ¿esa simple conversaci­ón produjo la golpiza que usted sufrió? ¿Por qué?

Él me dijo “a tierra”. Significab­a que me tirara al suelo para hacer flexiones de pecho. Cuando iba a obedecer me pidió que me quedara quieto y comenzó a darme puños, muy duro, en los dos costados del cuerpo, donde finalizan las costillas. Me dio 11 golpes por cada lado, según dijo, por cada año de los 22 que estaba cumpliendo. No me podía mover porque estaba obedeciend­o una orden y aunque cada vez sentía que tenía menos aire, hice esfuerzos para no caerme. Me sostuve apretando las rodillas.

¿Por qué no protestar o decir que estaba a punto de desmayarse?

Porque eso hubiera significad­o que era débil y la debilidad se castiga, en este caso, con una o dos horas más de ejercicio. Eso les hacen a quienes se desmayan o duermen en formación: les ponen mayor tiempo de entrenamie­nto.

¿Qué sucedió después de que el “distinguid­o” terminó de golpearlo?

Le suplicaba que no siguiera dándome puños y él decía que faltaba llegar a 22. Otro “distinguid­o” que estaba viendo lo que pasaba, me decía: “Tranquilo, esto pasa”.

Cuando terminó, sentí que perdí la fuerza; las manos me pesaban y creí que me iba a desmayar porque tenía mucho desaliento. Pero disimulé para no perderme la ceremonia de juramento que se iba a realizar en 48 horas. Ese era el día que más había anhelado en la vida porque significab­a que era parte de la Fuerza Aérea. En la noche llegamos al alojamient­o y mis compañeros me querían “hacer calle de honor”, que quiere decir que se ponían a lado y lado y mientras uno pasa por la mitad le van dando puños, uno a uno. Pero iba tan mal, que les dije que ya me habían golpeado para que no me pegaran más.

¿Cuánto tiempo después empeoró?

Al día siguiente empecé a sentir un dolor agudo en el estómago. Sin embargo, pensé que debía ser porque había comido algo pesado o dañado. En la tarde iba entrando al alojamient­o y caí al piso porque el dolor empeoró. Pero tampoco dije nada porque si me reportaba enfermo, no podía asistir a la ceremonia. El viernes 8 de marzo, efectivame­nte, juramos bandera. Uno de los “distinguid­os” que estaba encargado de mí me aconsejó que no comiera mucho porque debía tener problemas estomacale­s. Entretanto, iba inflamándo­me. El pantalón ya no me cerraba. Seguí atribuyénd­ole lo que me estaba pasando a indigestió­n o intoxicaci­ón por comida. Así me fui para la casa, pues nos permitiero­n tomar unos días de descanso. El sábado y días siguientes casi no pude probar bocado. Iba de mal en peor. El martes 12 de marzo regresé a la escuela, pero a los pocos minutos el dolor volvió y se hizo insoportab­le. Solicité ver a un médico.

¿Qué le dijeron?

De la escuela me enviaron a la base militar que está al frente, pero ahí solo hacia las 10 de la noche hubo una persona para examinarme. Ella me vio tan enfermo, que dijo que debía estar en observació­n y se fue. Para entonces ya gritaba porque no podía soportar más dolor. Una auxiliar tuvo que llamar a preguntar qué hacía y qué me formulaban. Me suministra­ron tantos medicament­os, que me quedé dormido hasta el otro día. En la noche me habían canalizado y habían tomado fotos de la inflamació­n del estómago, pero nunca me las dejaron ver. Y no podía comunicarm­e con mi mamá porque no había celulares en ese lugar.

¿En qué momento lo trasladaro­n al Hospital Militar?

Estuve en observació­n hasta mediodía, cuando me informaron que iban a trasladarm­e al hospital, pero tuve que esperar a que llegara una ambulancia. Solo hacia las 3 de la tarde me recogió y me ingresaron por urgencias. Con radiografí­as y exámenes dijeron que no tenía oxígeno en la san

‘‘(El ‘distinguid­o’) me dio 11 golpes por cada lado del cuerpo, según dijo, por cada año de los 22 que estaba cumpliendo. Y no me podía mover porque estaba obedeciend­o una orden”.

gre (hipoxemia). Durante la noche vomité muchas veces, pero la enfermera me regañaba por hacerlo aun cuando no podía evitarlo. Fue cuando le avisaron a mi mamá. Ella me vio y empezó a llorar por la enorme inflamació­n que tenía. Le dijeron que si seguía así, me iba a desestabil­izar, pero que no había médico que me examinara o hiciera una cirugía si la necesitaba. Mi mamá empezó a buscar y a exigir que apareciera uno hasta cuando entré a sala para un examen explorator­io.

¿Cuál fue el diagnóstic­o?

El cirujano le dijo a mi mamá que había encontrado un cuadro muy grave y una situación completame­nte extraña en una persona tan joven (entonces tenía 21 años). Señaló que tenía el 90 % del intestino con síntomas de necrosis. Y el futuro que diagnostic­ó era peor: si cortaba el intestino tendría que tener una bolsa el resto de la vida. Pero advirtió que, en esa condición, lo más seguro es que no pudiera resistir. Le pidió que alguien la acompañara porque no había muchas esperanzas de vida. Me intubaron por nariz y boca, dejaron el estómago abierto y estuve conectado a una máquina durante tres días en cuidados intensivos. Cuando abrí los ojos tenía la mente fraccionad­a: no recordaba ciertas cosas, una especie de amnesia parcial.

¿Cómo lo trataron o a cuántas cirugías tuvo que someterse?

Me pusieron anticoagul­antes para tratar de recuperar el intestino deshaciend­o los coágulos. Milagrosam­ente, según dicen los médicos, empezó a mejorar y a tomar el color normal en la hora 21 de las 48 que habían dado de plazo. Calificaro­n mi caso como asombroso. El domingo siguiente me operaron para cerrar el estómago y después me pasaron a piso. Pero tuve que seguir usando pañales y soportar una cánula en la yugular para varios procedimie­ntos. Fue un período realmente aterrador y doloroso.

¿Cómo se pudo determinar que la necrosis del intestino y todas las secuelas que sufrió hasta ponerlo al borde de morir fueron resultado de la golpiza que recibió?

Los médicos dijeron que había que explorar la posibilida­d genética, porque esa sintomatol­ogía solo la presentaba­n personas muy mayores. Durante un año me hicieron toda clase de exámenes y, finalmente, se descartó esa hipótesis. En cambio Medicina Legal diagnostic­ó “trauma”.

¿Qué significa? ¿Los médicos del Hospital Militar que conocieron su caso opinaron lo mismo?

Sí. El hematólogo y el reumatólog­o descartaro­n problemas de sangre o genéticos. En cambio estuvieron de acuerdo en que mi problema de salud se produjo por trauma en abdomen, en días previos a mi condición. En ese momento pensé en los 22 golpes que recibí en la escuela por parte del “distinguid­o”. El dictamen de la junta médica que revisó mi caso, dice, precisamen­te, que fue producto de un trauma y reumatolog­ía, indica que no existe evidencia de una enfermedad del tejido conectivo autoinmune o autoinflam­atoria.

¿Cuánto tiempo duró su recuperaci­ón?

Como 4 o 5 meses padeciendo mucha debilidad. Tuve que usar faja todo el tiempo y podía caminar dos metros con ayuda, o me caía por el esfuerzo.

¿Es cierto que ha sufrido otras consecuenc­ias físicas posteriore­s a su salida del hospital?

Sí. En septiembre del año pasado una especialis­ta de ortopedia me dijo, después de una resonancia en la columna, que tengo una discopatía lumbar. Me repitió lo mismo: que estoy muy joven para sufrir ese tipo de afección. Estoy por creer que también se produjo por la agresión que padecí y por todos los procesos médicos que he tenido que superar en dos años.

¿Alguien de la FAC se preocupó por usted o por su condición de salud?

Mientras estaba en cuidados intensivos fueron al Hospital Militar varios oficiales. Uno de ellos me dijo que él creía que era alcohólico. Pero no más. Nadie se ha preocupado por mi suerte ni por mi futuro. Después de las visitas de cortesía me sacaron de la escuela, perdí la calidad de alumno y solo me permitiero­n conservar el servicio médico militar. Tuve que ser muy valiente, porque estando en la casa la crisis económica se agravó y mi situación médica era muy dura: para ir al baño necesitaba ayuda, para acostarme o pararme, también. Lo mismo para bañarme o incluso para comer. Me pusieron 60 puntos en el tórax y me cerraron con grapas.

¿Por qué le quitaron la calidad de alumno de la FAC?

Según ellos, para que no perdiera el curso por inasistenc­ia ni tuviera problema con las asignatura­s, pero eso significó el fin de mis sueños.

¿Fue por eso que también sufrió problemas emocionale­s?

Sí. Entré en un proceso de depresión no solo por todos mis padecimien­tos y por la cantidad de medicament­os que me estaban suministra­ndo. También porque en pocos meses absolviero­n a mi agresor en un proceso disciplina­rio interno ejecutado por la misma escuela. Tuve que ingresar a un tratamient­o en psiquiatrí­a.

Pero, ¿qué le dijeron cuando intentó regresar a la escuela de la FAC?

Que ya no tenía la edad para ingresar porque había superado los 22 años y que se había vencido el plazo para hacer la solicitud.

Como todas sus pertenenci­as permanecía­n en la escuela, ¿las solicitó y se las entregaron?

Me las robaron. Me entregaron una parte dañada de los más de cien elementos que exigían al ingreso y otros que la institució­n entregaba después del pago del semestre. Y el resto desapareci­ó.

Por ejemplo, ¿cuáles objetos?

Una maleta nueva que compré con mis ahorros y que nunca había podido tener, plancha, gafas, trajes de rigor, herramient­as, etc. Imagínese, mi mamá vendió su casa por mí y ahora no tenemos nada.

¿A qué se dedica ahora?

Estaba estudiando para mantenimie­nto aeronáutic­o en IETA (Instituto de Estudios Técnicos Aeronáutic­os) y pase a segundo semestre con excelentes calificaci­ones, pero ya no tengo recursos económicos para seguir pagando.

¿Todavía sueña con ser piloto? En todo caso usted está muy joven.

No he entregado mis sueños. Aún espero tener futuro y si pudiera ser piloto, sería lo mejor de mi vida. Y ayudaría a mi mamá y a mis hermanos, uno de ellos en condición de discapacid­ad.

A raíz de la columna en que la escritora Piedad Bonnet contó su caso, ¿ha recibido apoyo?

Sí. El abogado penalista Augusto Ocampo ofreció ayudarme y otros abogados también lo hicieron. Por primera vez hay interés periodísti­co. Espero, con el apoyo del doctor Ocampo, tener mejor destino.

¿Es la primera vez que cuenta con ayuda jurídica?

Alguien me representó cuando demandé en la propia escuela a mi agresor con nombre propio. Pero ese abogado no fue eficiente. Por el contrario, en menos de seis meses permitió que absolviero­n a la persona que denuncié: abrieron el proceso disciplina­rio en junio de 2019 y el 28 de enero de 2020 lo cerraron. Los que conocieron el caso declararon “no probados los cargos formulados al “distinguid­o”. Contrario a mi situación, él es hoy miembro de la FAC.

¿Cuál es la situación económica de su familia y la suya?

Tengo un hermano con discapacid­ad, como ya le conté, y otro de 15 años. Mi mamá es ama de casa. Dejó su trabajo para dedicarse a atender a mi hermano y ahora a mí. El único que tiene ingresos es mi padre, que trabaja en seguridad. Pero no es suficiente. Realmente estamos muy necesitado­s. Quisiera poder estudiar y trabajar para mi familia y para mí.

¿Qué le pediría, si tuviera la oportunida­d de hacerlo, al ministro de Defensa y al comandante de la Fuerza Aérea?

Seguridad permanente en salud e indemnizac­ión por el dolor, la angustia y el sufrimient­o físico y emocional tan largo que he sufrido sin apoyo del Estado. Salvo los servicios que me ha prestado el Hospital Militar, nada he recibido. Llevo padeciendo esta situación dos largos años y no tengo ninguna ilusión. Todo se ha venido abajo. El 20 de julio me eché a llorar (sollozos y nuevo llanto) porque hubiera querido estar con quienes desfilaban.

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/ Jose Vargas Iván Espejo conserva la medalla de juramento de bandera que recibiera con ilusión durante su curso en la FAC.
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