Golpe de Estado en Washington
sumidores de un producto, se trata de algo que es de interés público. Ya tenemos bastante con que Duque y su gabinete mientan todas las noches, como para acostumbrarnos y tener que soportar el atropello de no saber sobre unos contratos que nada tienen que ver con la seguridad o defensa nacional y que no pueden ser ocultos.
Está averiguado que cuando el destinatario de una petición de información o documentación se ampara en la reserva para no entregarla, como cuando se niega el acceso a los viáticos pagados a quien se desplazó cumpliendo funciones oficiales, es porque hay algo oscuro. Así ocurre en el sector público y en ciertas universidades que se ufanan de comandar la lucha contra la corrupción. Esta cruzada empieza por permitir el acceso ciudadano a los papeles oficiales y se concreta en la rendición de cuentas. Eso es transparencia. Lo demás es palabrería barata, como la que oímos diariamente en Prevención y Acción.
Resulta insoluble la contradicción de mantener en secreto una contratación que nos atañe a todos, mientras el Gobierno tiene controlados los canales públicos y privados de televisión dizque para rendir informes sobre cómo va esta tragedia de la pandemia. El Gobierno diserta una hora diaria, algunos de sus ministros escriben columnas o conceden publirreportajes, pero a la hora de hacer saber lo que es trascendente los juristas de este régimen mafioso, arbitrario y corrupto deciden que el resto de los mortales no somos aptos para enterarnos.
Adenda No 1. No comparto el artículo de Alberto Donadio que señaló a Virgilio Barco como promotor del genocidio que sí padeció la Unión Patriótica. No se puede acusar a alguien de genocida ni de nada invocando como prueba una fuente que debe permanecer oculta. Donadio tiene derecho a proteger a su fuente, pero debería precisar si su informante es un civil o un militar en retiro. Ese detalle no es indiferente porque arrojaría señales de dónde proviene el visceral y calumnioso ataque contra Barco y cuál será el siguiente paso en la JEP.
Adenda No 2. Ahora que el exfiscal Gustavo Moreno por fin está recluido en una guarnición militar, para disgusto y angustia del ministro de Justicia, Wilson Ruiz, y muchos otros, esperamos que sus revelaciones no se reduzcan a repetir los cuatro nombres ya involucrados.
EL TITULAR SE HA REPETIDO HASTA el cansancio, pero en la vida real fue mucho menos que eso. Y mucho más que eso.
Fue así: algunos cientos de airados partidarios de Trump ingresan por la fuerza al Capitolio e interrumpen la sesión del Congreso donde se está protocolizando la elección de Joe Biden. Ventanas rotas, una persona muerta de un balazo, gran susto de los parlamentarios… y continúa el conteo ceremonial de los votos.
Tragedia y comedia. Tragedia la violencia y sobre todo la vergüenza de los americanos, que vieron su país convertido en uno más del Tercer Mundo, o en lo que ellos llaman con desprecio una “banana republic”. Comedia la absoluta desproporción entre medios y fines, entre la gente sin armas y sin orden que ocupó el Capitolio y la presunta intención de que los congresistas eligieran a Trump.
El episodio hay que leerlo de otro modo: fue el remate tragicómico del intento más serio de golpe de Estado que ha tenido Estados Unidos desde 1776, o al menos desde la Guerra Civil de 1861. Fue al mismo tiempo la prueba más severa que ha sufrido su sistema democrático, la mejor demostración de su fortaleza, y la más clara ilustración de por qué la democracia depende del querer de sus actores. También fue el síntoma alarmante de una grave enfermedad, que seguirá amenazando la democracia, el papel internacional de Estados Unidos y por lo tanto el orden mundial del cual todos dependemos.
- El intento de golpe comenzó cuando Trump dijo que las elecciones serían “amañadas”, y se hizo real a medida que iba presionando funcionarios para cambiar el resultado de las votaciones. No apenas el “pataleo” ante los jueces, sino una seguidilla de presiones ilegales sobre legisladores de los Estados decisivos, gobernadores, autoridades electorales, congresistas republicanos y el vicepresidente a quien pidió desconocer la votación.
- La fortaleza de la democracia comenzó por 90 jueces de distintos Estados y partidos que descartaron más de 60 demandas de fraude. Pasó por la rotunda negativa de las Fuerzas Armadas a intervenir en unas elecciones. Y culminó con los 50 Estados y el Congreso en pleno, que acataron las reglas del juego (salvo dos senadores que pedían una ilegal “comisión” para recalcular los votos).
- Sin la resistencia de esos funcionarios o, más al fondo, sin el masivo rechazo ciudadano que habrían sufrido los violadores de la ley, el golpe de Trump se habría consumado. Es la lección que deja para el mundo este episodio más que tragicómico: nada distinto del querer de la gente puede hacer que exista una democracia.
- La enfermedad detrás de todo es el racismo. Los campesinos blancos y cristianos que ocuparon el Capitolio no creen que les robaron unas elecciones: creen que les robaron su país. Se los robó una oscura coalición de negros, latinos, señoritos educados de las ciudades, políticos tradicionales, China, Europa y el resto del mundo que se aprovecha de ellos.
Arrinconados por la demografía y por la historia, los “ignorantes” que apoyan a Trump saben muy bien que en juego limpio no volverán a ganar las elecciones. Por eso y para siempre tratarán de impedir que voten los no blancos y dirán que hubo fraude cada vez que resulten derrotados.