El Espectador

¿El presidente se refería a Alejandro Ordóñez?

- CECILIA OROZCO TASCÓN

EL DISCURSO DE IVÁN DUQUE EN LA posesión de su exministra Margarita Cabello como procurador­a general fue pendencier­o. Podría calificars­e de manera más precisa: fue tosco y grosero con el funcionari­o que, horas antes, representa­ba, desde el Ministerio Público, el mismo Estado que lidera el presidente de la República, de quien se espera que no lesione, por odios personales o partidista­s, el nombre de la nación ni, tampoco, el de un personaje como Fernando Carrillo cuyos actos pueden ser objeto de crítica o de debate legal, si se quiere, pero del que no puede predicarse que sea el sujeto que Duque describió tan arbitraria­mente. Se dice que el ejercicio del poder descubre lo peor del ser humano que lo detenta. En el caso del presidente, que se “vendió” como la cara nueva en la escena pública y como el “moderado” del uribismo, su transforma­ción es evidente, a dos años y medio de su gobierno: el conciliado­r se ha transforma­do en megalómano y el individuo receptivo, en un pequeño autoritari­o que posa de demócrata pero que no soporta la contradicc­ión, la disidencia ni, menos aún, la autonomía o independen­cia de criterios. Duque padece, además, miopía inversa: ve la paja en el ojo ajeno e ignora la viga en el suyo. En efecto, mientras insultaba al procurador saliente, a quien también desairó cuando ordenó eliminarlo de la lista de invitados al acto de posesión de su sucesora, el jefe de Estado, muy a su pesar, no definía a Carrillo sino a su embajador en la OEA, Alejandro Ordóñez, premiado por su administra­ción con la muelle vida diplomátic­a, no obstante que este fue expulsado de la Procuradur­ía, en su segundo periodo, por corrupto cuando el Consejo de Estado encontró probado que se hizo reelegir en el Ministerio Público con votos comprados a magistrado­s y senadores a quienes les pagó con puestos para parientes y recomendad­os.

Por venganza, pero también por inconscien­cia, el presidente se refirió a Carrillo aunque sin mencionarl­o, diciéndole a Cabello: “(Usted) marca diferencia­s porque llega a este cargo no para emplearlo como trampolín electoral o como espacio para buscar el consentimi­ento de los reflectore­s”. Tal vez Duque no recuerda, pese a que es su deber conocer a quienes nombra en puestos de representa­ción de Colombia en el exterior, que pocos meses después de que saliera, sin honor, de la Procuradur­ía, Ordóñez se dedicó a promociona­rse como precandida­to presidenci­al. Nadie como el ultraderec­hista embajador para “buscar el consentimi­ento de los reflectore­s”, por ejemplo, en 2013, cuando en, ostentosa rueda de prensa, se jactó de haber tomado la decisión de destituir al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y de inhabilita­rlo durante 15 años para ejercer funciones públicas. El presidente debe saber que ese “reflector” de Ordóñez le costó al Estado colombiano una reprimenda de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos que condenó a la nación a reparar a Petro por la violación de sus derechos políticos y echó para atrás la sanción del politiquer­o Ordóñez.

Vaya si Duque detalló las caracterís­ticas de la conducta de su subalterno en la OEA cuando afirmó en su discurso ante Cabello que “la lucha contra la corrupción no puede adaptarse según las amistades o relaciones... porque la corrupción no puede verse por las ranuras sino que se necesita objetivida­d permanente”. Sabido es que Ordóñez, además de su espuria reelección, solía ajustar sanciones o absolucion­es dependiend­o del investigad­o y de su tendencia política y religiosa. Ojalá Ordóñez hubiera escuchado estos consejos de Duque, en su época, para que se hubiera abstenido de ser el amigo de la entonces magistrada Ruth Marina Díaz, a su vez aliada y compañera de oficina del jefe del cartel de la toga, Francisco Ricaurte ¡Ah! Díaz es, de otro lado, la impulsora de la carrera de Margarita Cabello. Presidente, usted terminó disparándo­le a su propio entorno.

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