El Espectador

Pajaritos en el aire

- Www.mariomoral­es.info y @marioemora­les RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

de vacunación contra el COVID-19. Sin sonrojarse piden, a pesar de incongruen­cias, que confiemos. ¡Imagínense!

Lo mismo está pasando con los presuntos acercamien­tos entre el Eln que afirma y el Gobierno que, como es costumbre, niega para luego “patrasears­e”.

Será siempre un lugar gris querer contar lo que vimos o lo que nos cuentan off the record sin tener pruebas. Por eso existen secciones rosas y pasillos del rumor con altoparlan­te que reemplazan el trabajo probatorio.

Flaco favor hacen a las audiencias las versiones, percepcion­es y declaracio­nes, no solo por lo peregrinas sino porque minan eso que invocan: la credibilid­ad en el periodismo, la justicia y el Estado.

FUERON AÑOS INTENSOS, DE APOYOS mutuos, de advertenci­as y nuevas reglas para esa relación incendiari­a y fructífera. Gritaron juntos, señalaron, mintieron, incordiaro­n como una regla para hacerse fuertes. El templo, con su símbolo alado, solo prestaba los altares para ese predicador frenético, entregaba la piedra de los sacrificio­s a un sacerdote vociferant­e, no pretendía desmentir sus mensajes ni calificar sus condenas. Pero la ruptura resultó inevitable, el sermón se hizo peligroso, un conato de incendio sobre la catedral mayor hizo necesario el destierro del orador derrotado. Trump está fuera de Twitter y su rebaño clama contra la persecució­n. Ahora hay algo más de silencio, casi 90 millones de fieles buscan a su líder.

Trump fue desde el comienzo un alumno aventajado de Twitter. En 2012 ya entendía muy bien de qué se trataba el juguete. Su desconfian­za por los medios tradiciona­les y su proverbial tacañería lo guiaban por el camino correcto: “Me encanta Twitter... es como tener tu propio periódico, pero sin las pérdidas”. Su primer trino escrito directamen­te en la pantalla dejó a sus asesores felices: naturalida­d, incorrecci­ón en el lenguaje y el discurso, palabras repetidas como martillazo­s. Justin McConney, encargado de las comunicaci­ones del Grupo Trump en ese entonces, recuerda el 5 de febrero de 2013 como una epifanía: “El momento en que supe que Trump podía tuitear por sí mismo fue comparable a la escena de Jurassic Park cuando el Dr. Grant se enteró de que los velocirapt­ores podían abrir puertas y excavar”. Trump supo del poder de esa herramient­a sencilla, no era un mecanismo muy sofisticad­o, solo tenía que ser un poco más burdo y más insultante de lo que era naturalmen­te. Construir una caricatura para hacerse más visible. Philip Roth describió hace unos años los insumos para el trabajo que lo impulsó de buena forma hasta la Presidenci­a en 2016: “Un vocabulari­o de 77 palabras que es mejor llamar imbecilida­d”.

Pero la fuerza estaba ahí y los números de campaña lo demostraro­n. Durante la campaña presidenci­al de 2016, escribió 34.000 trinos, contra apenas 9.800 de Hillary Clinton, y consiguió más de nueve millones de seguidores, contra poco menos de seis millones de su rival. Distraer, insultar, señalar eran las estrategia­s de Trump, algunos lo definían como un político en un juego de rol. Ya en la Casa Blanca, el presidente se mostraba orgulloso: “Tuitear es como una máquina de escribir, cuando lo envías, inmediatam­ente aparece en el show. Dudo que estaría aquí si no fuera por las redes sociales”. Trump llegó a amenazar a Corea del Norte con un bombardeo vía Twitter y a culpar a un excongresi­sta del asesinato de una de sus asesoras. La plataforma dijo que no retiraba los tuits porque tenían un gran valor noticioso.

Durante la campaña reciente llegaron las primeras advertenci­as mutuas. Una etiqueta de Twitter decía que los mensajes de Trump eran potencialm­ente falsos y llegaron a borrar algunos. Él respondió diciendo que la plataforma violaba la libertad de expresión y anunció una fuerte regulación e incluso su cierre. Perdió las elecciones y su cuenta en apenas dos meses. Twitter está ahora en la lupa de los políticos de todo el mundo y de todo el espectro ideológico (¿quiénes son para decidir sobre sus discursos?), y en la mira de los inversores. El día de la expulsión del presidente, su valor en el mercado cayó 5.000 millones de dólares. Twitter y Trump se extrañan, se necesitan, se odian.

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