El Espectador

Los interrogan­tes del caso Barco-UP

Lo que buscaba el entonces presidente era “fortalecer” a la UP para que se alejara de las Farc y condenara la lucha armada.

- JORGE ORLANDO MELO* ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Jorge Orlando Melo presentó sus reparos a la versión de que el presidente Virgilio Barco fue el determinad­or del exterminio de la UP. Crítica a la pesquisa de Alberto Donadio.

Dos tesis enfrentada­s

El pasado 10 de enero, Alberto Donadio publicó un artículo, según el cual el presidente Virgilio Barco ordenó el exterminio de la Unión Patriótica (UP) a finales de 1986. Hasta ahora la visión más o menos convencion­al ha sido que Barco no logró frenar a los grupos que mataron a muchos miembros de la UP, y aunque puede considerar­se que es en algún sentido responsabl­e, por omisión o por debilidad, no se había afirmado nunca que el presidente apoyara la muerte de los miembros de ese partido. Muchos piensan más bien que, aunque Barco trató de parar el genocidio, la guerra contra los carteles de la droga llevó a que se superara la capacidad de respuesta de su gobierno.

Si lo que dice Donadio se acepta, su tesis podría llevar a exculpar a otros mandatario­s. Hasta ahora se ha pensado que presidente­s como Betancur, Barco, Gaviria y Samper fueron incapaces de frenar a las autodefens­as y a sus aliados en el Ejército y el Gobierno, y que fue Uribe quien apoyó su acción en forma más o menos ambigua, pero demostrada. En cambio, si adoptamos la postura de Donadio, el verdadero responsabl­e del auge de los paramilita­res, con todo el apoyo militar, sería Barco.

Los vacíos y las contradicc­iones

Sin embargo, el artículo de Donadio presenta pocas pruebas para sustentar su afirmación, y su argumentac­ión es débil y arbitraria. Se basa, ante todo, en el testimonio de una fuente no identifica­da, probableme­nte un alto funcionari­o del gobierno de Barco, que tiene recuerdos muy imprecisos sobre dos reuniones en las que estuvo a finales de 1986 y comienzos de 1987.

El informante le contó a Donadio que, poco después de la posesión presidenci­al, en 1986, Barco le dijo a un pequeño grupo de asesores -Germán Montoya, un alto mando militar cuyo rango no se identifica y el testigo desconocid­o- que le gustaría que Rafi Eitan, un consultor israelita al que había conocido en Washington, viniera a Colombia para asesorar al gobierno en la lucha contra la guerrilla. Barco logró que Ecopetrol aceptara pagar el viaje y la asesoría de Eitan. Según Donadio, a comienzos de 1987, Barco le informó a Montoya, a otro alto militar y al mismo testigo que Eitan aconsejaba “eliminar a los miembros de la UP”, lo cual se ofrecía a hacer si se le hacía un nuevo contrato.

Según la fuente, el alto mando militar afirmó que esa “misión” debía ser asumida por el Ejército y no por un contratist­a privado, y Barco habría aceptado su sugerencia. Los datos son insuficien­tes e incongruen­tes: no se sabe quién es el testigo o a título de qué estaba presente en las dos reuniones y no se explica por qué se demoró tantos años en denunciar esos hechos.

Además, la informació­n de Donadio es contradict­oria: en un artículo de diciembre publicado en El Espectador da por sentado que el contrato con Eitan se ejecutó, mientras que en el artículo reciente en Los Danieles dice que, como Barco aceptó que el Ejército cometiera el genocidio, “Eitan se quedó sin su segundo contrato”.

De todos modos, la supuesta prueba de que Barco ordenó el exterminio de la UP es endeble y consiste, en esencia, en dos datos negativos: que, al presentar la idea de Eitan, el presidente no la condenó ni la presentó como un acto de “gangsteris­mo”, y que descartó la posibilida­d de contratar a Eitan para asesinar a miembros de la UP. Es decir, lo único que logra establecer­se, si el informante recuerda con precisión, es que Barco consideró que era buena idea acabar con la UP, y así lo dijo, aunque no se aprobó el contrato para hacerlo, porque se acogió más bien la idea de que el trabajo lo hiciera el Ejército colombiano.

El caso Eitan

Como no tenemos transcripc­iones de lo que dijo el jefe militar, es difícil saber si la interpreta­ción del testigo es correcta o se apoya en hechos posteriore­s. En realidad, es más probable que el militar hubiera afirmado que la tarea de enfrentar a la guerrilla y a la UP debía ser del Ejército, y no podía ser asumida por un contratist­a, y que la posterior actitud del Ejército hacia la UP lleve al testigo a pensar que lo que estaba proponiend­o el jefe militar era “matar” a los miembros de ese partido político.

Es difícil creer que un militar se hubiera atrevido, en frente del presidente y de otros testigos, a proponer el asesinato de militantes de un partido legal, más aún cuando el presidente estaba promoviend­o una negociació­n con las Farc y acababa de tomar unilateral­mente una decisión que parecía favorecerl­a: el nombramien­to, en agosto de 1986, de los primeros alcaldes de la UP. Todo lo que sabemos es que Eitan vino a Colombia y dio un informe a Barco, con una propuesta que, a veces, Donadio dice que Barco puso en ejecución y, otras veces, dice que no pudo ser aprobada y se reemplazó por otra estrategia.

Los hechos contradice­n a Donadío

Pero no es verosímil que Barco ordenara el exterminio de la UP. Aunque la política de Barco debe ser discutida y sometida al juicio de historiado­res, lo que se sabe sobre ella muestra que a finales de 1986 estaba interesado en avanzar en las negociacio­nes con la guerrilla, aunque reduciendo las concesione­s que había hecho Betancur. Por eso, tan pronto se posesionó, Barco decidió nombrar a 24 alcaldes de la UP en sitios donde había tenido los mejores resultados electorale­s ese año. Lo que buscaba era “fortalecer” a la UP para que se alejara de las Farc y condenara la lucha armada.

Y la estrategia parecía haber dado algunos resultados, a pesar del aumento de los asesinatos que estimuló el nombramien­to de alcaldes de la UP: en 1985, las Farc escogieron como candidato presidenci­al del partido a Jacobo Arenas, partidario de la lucha armada. Posteriorm­ente, para dar más libertad a este y enfrentar algunas resistenci­as, dejaron que la UP lo cambiara a comienzos de 1986 por Jaime Pardo Leal, quien fue a las elecciones de ese año y presentó una línea algo más “legalista”.

En 1989 y 1990, Bernardo Jaramillo Ossa, Diego Montaña Cuéllar, Alberto Rojas Puyo, Nicolás Buenaventu­ra, José Arizala, Álvaro Delgado y otros convirtier­on a la UP en un partido que defendía la lucha pacífica y legal. Finalmente, esta terminó más legalista, más eurocomuni­sta, más perestroik­a que el Partido Comunista, en el cual militaban muchos de sus miembros.

De todos modos, esta divergenci­a llevó a que, en los primeros meses de la presidenci­a de Gaviria, mientras las Farc considerab­an

››Es probable que el principal ataque a la UP proviniera de los paramilita­res vinculados a los carteles de la droga, que se enfrentaro­n a las Farc por razones políticas y por conflictos derivados del negocio de la droga.

que no podían negociar con el gobierno ni participar en la Constituye­nte, la UP presentara listas para esta corporació­n, de manera que en diciembre de 1990, el mismo día en el que el gobierno de Gaviria atacó a las Farc en La Uribe (Meta), para castigar su negativa a participar en la Asamblea y mandarles un mensaje de fuerza, fueron elegidos los constituye­ntes de la UP (entre ellos Aída Avella).

¿Quién exterminó a la UP?

Es probable que el principal ataque a la UP proviniera de los paramilita­res vinculados a los carteles de la droga, que se enfrentaro­n a las Farc por razones políticas y por conflictos derivados del negocio de la droga. Desde las negociacio­nes de paz con Betancur, muchos sectores del Ejército habían considerad­o que en estas negociacio­nes se hacían demasiadas concesione­s a la guerrilla. Por eso, muchos hicieron arreglos ilegales con los capos del narcotráfi­co y apoyaron sus acciones armadas. Se creó entonces el “paramilita­rismo”, la alianza entre propietari­os rurales, muchos de ellos “narcos”, dirigentes políticos y mandos locales del Ejército, que actuaban por fuera de las normas legales y de las instruccio­nes expresas del gobierno. Y se formaron las “autodefens­as”, que fueron más que los contratist­as extranjero­s o el Ejército colombiano- los ejecutores directos del exterminio de la UP.

Sabemos bien que ninguno de los presidente­s (Betancur, Barco o Gaviria) se sentía con fuerza para obligar a los militares, reticentes u opuestos al proceso de paz, a apoyar sus políticas a fondo. La desconfian­za hacia los militares era muy profunda y, como Betancur, Barco tuvo choques frecuentes con el Ejército, pero mejoró sus herramient­as legales para controlar las Fuerzas Armadas mediante la creación de la Consejería de Derechos Humanos y el apoyo a los procurador­es Serpa y Gómez Méndez, cuyas investigac­iones llevaron al retiro de muchos oficiales. Sin embargo, esto se hizo casi siempre con guantes de seda, hablando de “razones de servicio” y sin dar los motivos reales de las decisiones, para evitar irritar demasiado el espíritu de cuerpo del Ejército.

Por todo lo anterior, tengo la convicción de que las viejas explicacio­nes del paramilita­rismo y de la masacre de la UP siguen en general vigentes, y que esta vez la investigac­ión de Donadio, aunque muestra de nuevo su paciente y acuciosa búsqueda de indicios y documentos, no produjo pruebas que lleven a cambiar lo que los investigad­ores colombiano­s piensan de estos temas.

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/ Archivo Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, la violencia contra la UP dejó, entre 1984 y 2002, por lo menos 4.153 personas asesinadas, secuestrad­as o desapareci­das.
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