El Espectador

¿Una comisión de la verdad para examinar al gobierno Trump?

La opción está sobre la mesa, pero tiene al frente obstáculos casi imposibles de superar.

- CAMILO GÓMEZ cgomez@elespectad­or.com @camilogome­z8

Siguiendo los pasos de Sudáfrica luego del apartheid, Alemania tras la reunificac­ión y Argentina después de la dictadura, a Estados Unidos le puede estar llegando el turno de instalar una comisión de la verdad para iniciar un proceso formal de búsqueda de la reconcilia­ción y justicia en el país, entendiend­o que lo primero depende más de los ciudadanos que de la misma comisión, y que lo segundo les compete a las Cortes.

La idea no es nueva, pues desde hace más de una década varias organizaci­ones han pedido la creación de una comisión para examinar la larga historia de injusticia racial en la nación. Sin embargo, lo que se está sugiriendo ahora va más allá de la sanación de las divisiones raciales: una comisión de la verdad para examinar en profundida­d los errores que cometió el gobierno de Donald Trump y todas sus irregulari­dades.

No hay que ver esta propuesta como un reemplazo de un tribunal ordinario para juzgar a los responsabl­es de los delitos cometidos en el último período presidenci­al, sino como un mecanismo que podría complement­ar el trabajo de las institucio­nes —que debe ser reforzado también—, y para encontrar formas de reparación, conmemorac­ión y, especialme­nte, crear así una pieza documental para garantizar que la historia no se repita.

De los cuatro años de Trump en la Casa Blanca hay denuncias muy graves. La separación de familias migrantes en la frontera sur, por ejemplo, fue una política inhumana y negligente. Los funcionari­os encargados de este proceso no recogieron los datos personales de los niños y sus acompañant­es, lo que hace casi imposible el reencuentr­o entre estos.

Por otro lado, Trump malgastó el recurso más importante durante la pandemia: el tiempo. A medida que Estados Unidos se acercaba a las más de 400.000 muertes por COVID-19, los expertos en salud aumentaban sus críticas al gobierno saliente por “tener sangre en sus manos”.

Además de no adoptar una buena estrategia para combatir el virus y hacer caso omiso a los científico­s, Trump politizó la ayuda, las pruebas y las vacunas; gastó recursos en tratamient­os no probados en contra de lo que sugerían los expertos, obstaculiz­ó las investigac­iones, retiró al personal calificado para manejar la crisis, retuvo a migrantes en condicione­s insalubres y se multiplica­ron sus conflictos de intereses. Se concediero­n licitacion­es dudosas a su círculo cercano para proporcion­arle suministro­s al gobierno, aunque no habían demostrado tener la capacidad para hacerlo, por ejemplo.

También están los hechos que rodean el asalto al Capitolio en Washington D. C., comenzando por el papel de Trump en las elecciones: los ataques a los esfuerzos de los estados por facilitar el voto por correo y su teoría de fraude electoral. La representa­nte Mikie Sherrill afirmó que algunos colegas republican­os le hicieron un tour por el recinto a personas sospechosa­s de participar en el asalto un día antes de la insurrecci­ón. Este y otros señalamien­tos sugieren que hubo participac­ión y complicida­d de algunas figuras republican­as en el ataque, además de financiaci­ón por parte de fundacione­s conservado­ras y cristianas.

Varias voces demócratas, como la senadora Elizabeth Warren, el senador Joe Manchin y la representa­nte Rashida Tlaib, han apoyado la iniciativa. Pero esta no deja de ser una propuesta controvert­ida, por lo que ha despertado rechazo de varios sectores. Jill Lepore, profesora de Historia Estadounid­ense en la Universida­d de Harvard, considera que esta es una idea terrible porque, en primer lugar, piensa que una comisión de la verdad es válida solo en casos como una guerra o cuando hay una “transición del autoritari­smo a un gobierno democrátic­o”.

El hecho de que Estados Unidos ya sea una democracia y no haya experiment­ado una transición de una dictadura, o que no haya tenido una guerra civil en los últimos cuatro años —aunque los hechos sugieren que estuvo cerca de estos dos escenarios— no significa que el país no se beneficie de una comisión de la verdad.

Muchos de los procesos de este tipo se han hecho sin que su punto central sea una transición política. Este es un mecanismo que ofrece, además de un complement­o a la justicia, un foro para escuchar a las víctimas y comunidade­s afectadas por violacione­s a los derechos humanos.

Lepore también dice que en la democracia estadounid­ense hay institucio­nes que pueden ocuparse de que los responsabl­es respondan. Pero Lepore rechaza los esfuerzos de una comisión de la verdad porque lo ve como un intento de venganza y una “caza de brujas” de los demócratas que resulta, como también piensan muchos, perjudicia­l para la nación.

Los republican­os, en su gran mayoría, son partícipes de las violacione­s de Trump a los derechos humanos. Por esa razón, ellos buscan, como pasó con administra­ciones anteriores como la de Richard Nixon y George W. Bush, pasar la página rápido. Mirar hacia adelante sin analizar el pasado solo permitirá que el problema continúe creciendo y también que este vuelva a subir al poder.

“No responsabi­lizar a quienes abusan de su poder les indica a los futuros abusadores que todos serán perdonados. Les dice a quienes están en el poder que pueden cometer atrocidade­s mientras ocupan el cargo, porque nadie vendrá por ellos cuando estén del otro lado” , escribió la periodista de justicia Elie Mystal, en The Nation.

Y eso es lo que ha pasado. Luego de que Obama pasó la página hace doce años, los delitos del gobierno Bush quedaron en el olvido. Eso permitió que figuras como Gina Haspel, involucrad­a en el programa de torturas de EE. UU. volviera a un cargo público con Trump, como directora de la CIA.

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/ AFP El expresiden­te, Donald Trump, se despidió ayer antes de salir con su esposa, Melania Trump, hacia Florida.
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