El funesto año chino
Minxin Pei, profesor de gobierno en el Claremont McKenna College e investigador superior no residente del Fondo German Marshall de Estados Unidos, explica lo que pasó en 2020 con el gigante asiático.
Cuando los historiadores vuelvan la mirada hacia 2020, es posible que muchos lo consideren un año fundamental, como 1949 y 1979, que transformaron las relaciones de China con Occidente. Después de que Mao Zedong declaró la fundación de la República Popular China, el 1° de octubre de 1949, el país se convirtió en parte del bloque soviético y enemigo declarado de Occidente, que respondía a EE. UU. Pero treinta años más tarde, cuando Deng Xiaoping lanzó sus reformas e hizo una visita oficial a Estados Unidos para normalizar las relaciones chino-estadounidenses, la China empobrecida por el calamitoso gobierno de Mao recibió una cálida bienvenida en su regreso a la comunidad internacional.
En 2020 el péndulo regresó a la mutua desconfianza y hostilidad. Dos sucesos ocurridos en China fueron decisivos para este cambio fundamental: la pandemia del COVID-19 y la ley de seguridad nacional que el gobierno chino impuso a Hong Kong.
Tensiones virales
Lo más probable es que la pandemia del COVID-19 haya comenzado en Wuhan (China), en noviembre de 2019, antes de difundirse rápidamente por el mundo y paralizar la economía mundial en 2020. En la crucial etapa inicial, la respuesta de las autoridades chinas fue pésima debido al temor burocrático, la cultura de censura y la falta de familiaridad con el nuevo virus. El presidente Xi Jinping se enteró del brote a principios de enero, pero no tomó medidas agresivas y eso generó una pérdida de tiempo valioso.
Frente al desastre que se avecinaba a fines de enero, Xi recurrió a confinamientos draconianos y otras medidas restrictivas para eliminar el virus. Las autoridades chinas movilizaron a todo el país para combatir lo que el Partido Comunista de China (PCCh) llamó una “guerra del pueblo” contra un enemigo invisible, pero mortal.
Este esfuerzo formidable revirtió la situación para el PCCh y permitió a Xi convertir una calamidad en ventaja, sobre todo por la respuesta increíblemente incompetente del presidente estadounidense Donald Trump frente a la pandemia. Gracias al éxito que logró eliminando el virus, China fue la única de las grandes economías que creció en 2020.
Pero, a pesar de los beneficios políticos a corto plazo para Xi y el PCCh, es posible que el COVID-19 haya alejado de manera fundamental a Occidente de China en términos económicos e ideológicos. Los gigantescos trastornos económicos generados por la pandemia obligaron a Occidente a reconocer que se había tornado excesivamente dependiente de China como centro manufacturero y proveedor fundamental de equipamiento de protección personal (EPP). (En 2018, casi la mitad de las importaciones de EPP de EE. UU. y la Unión Europea provenían de China). Aunque la incertidumbre económica relacionada con la pandemia y los costos de reubicar las cadenas de aprovisionamiento probablemente demoren el éxodo masivo de las instalaciones manufactureras occidentales de China, los vínculos comerciales de ese país con Occidente se debilitaron de manera significativa. Las únicas incógnitas son el grado de reducción y el tiempo que eso llevará.
En términos ideológicos, las democracias occidentales se enfurecieron por la respuesta oficial china ante el brote, especialmente por el amordazamiento de los médicos que dieron la alarma inicial, la descarada deshonestidad de las autoridades locales en Wuhan y la provincia de Hubei, y la agresiva diplomacia china de “lobo guerrero” para encubrir la culpabilidad del PCCh. Una encuesta de octubre de 2020 realizada por el Pew Research Center mostró que la percepción sobre China de casi 3/4 de los encuestados en catorce países democráticos ricos de Norteamérica, Europa y Asia era desfavorable. En los próximos años es probable que esos países revisen sus políticas en cuanto a China, reduzcan sus vínculos económicos con la República Popular y la enfrenten de manera más vigorosa en cuestiones vinculadas a los derechos humanos y la seguridad.
La caída de Hong Kong
Cualquier duda persistente sobre la naturaleza neoestalinista del gobierno de Xi quedó descartada a fines de mayo de 2020, cuando el gobierno chino se puso en movimiento para imponer una ley de seguridad nacional represiva en la excolonia británica de Hong Kong. La ciudad, que tiene aproximadamente 7,5 millones de habitantes, experimentaba levantamientos desde marzo de 2019, cuando la jefa de gobierno nombrada por el PCCh, Carrie Lam, trató de imponer una ley polémica que hubiera permitido la extradición de sospechosos criminales a China continental.
Las protestas antiextradición casi pusieron al gobierno hongkonés de rodillas. A primera vista parecía la inevitable —aunque más espectacular y heroica— secuela de la “revolución de los paraguas”, impulsada principalmente por estudiantes en 2014, que había exigido infructuosamente el sufragio universal y la elección directa del jefe de gobierno de la ciudad; pero el PCCh consideró que las demostraciones de 2019 eran más peligrosas debido a las movilizaciones sin precedentes (una de las protestas, en junio, convocó a casi dos millones de personas). Ceder ante las demandas de los manifestantes, que incluían la promesa del PCCh de permitir elecciones libres, se hubiera percibido como una rendición. Consciente de la necesidad de proteger su imagen de hombre fuerte y evitar posibles acusaciones de indecisión, Xi no podía permitir que la revuelta de Hong Kong continuara.
Eventualmente se decidió por una ley de seguridad nacional que impondría duras penas —incluida la prisión perpetua— por “actividades que ponen en peligro la seguridad estatal”, definidas en términos amplios y vagos. El artículo 23 de la miniconstitución de Hong Kong, conocido como la Ley Básica, estipula que solo el Consejo Legislativo de la ciudad, elegido en forma semidemocrática, puede aprobar leyes de seguridad nacional, pero Xi evitó a este organismo y recurrió a la obediencia de la Asamblea Popular Nacional de China, ordenándole que redactara y aprobara la legislación en un plazo de cinco semanas. La ley entró en vigor el 1° de julio de 2020 y representó el tiro de gracia para el modelo de gobernanza de “un país, dos sistemas”, bajo el cual China se había comprometido a respetar el sistema legal separado de Hong Kong, su po
der judicial independiente y los derechos civiles hasta 2047.
Es posible que la drástica acción de Xi haya acallado el disenso en Hong Kong y le haya proporcionado un cierto respiro en el corto plazo, pero dañó irreparablemente las relaciones de China con Occidente. Al incumplir su promesa sobre Hong Kong tan rápidamente, China destruyó su credibilidad internacional; Occidente sencillamente no puede ya confiar en el régimen chino, y las consecuencias de esto serán graves y duraderas.
¿Una nueva Guerra Fría?
El impacto del COVID-19 y de la ofensiva en Hong Kong sobre las relaciones de China con EE. UU. fue especialmente profundo y trascendente. Es cierto, el vínculo chino-americano comenzó a deteriorarse a mediados de 2018 debido a la guerra comercial de Trump, pero en enero de 2020, Trump y el viceprimer ministro chino, Liu He, firmaron un acuerdo comercial de “fase uno”, que ponía fin temporalmente a las hostilidades (aunque la mayoría de los aranceles estadounidenses sobre los productos chinos siguieron vigentes). En ese momento no hubo señales de que Trump se arriesgara a perjudicar sus posibilidades de reelección en noviembre con una nueva ronda de medidas orientadas a China que pudieran crear problemas económicos.
La contienda bilateral solo se convirtió en una guerra fría hecha y derecha en la primavera de 2020, cuando los cálculos de Trump cambiaron dramáticamente debido a que su mala gestión de la pandemia oscureció las perspectivas de su reelección. Trump dio un cínico giro, pasó a culpar furiosamente a China y otorgó carta blanca a los “halcones” de su gobierno para castigarla de manera acorde. La imposición de la ley de seguridad nacional en Hong Kong por Xi no solo les facilitó las cosas, sino que además les otorgó municiones muy necesarias para convencer a los aliados estadounidenses que no estaban decididos a unir sus fuerzas para enfrentar a un imperio neototalitario agresivo y poco confiable.
Hacia fines de 2020, las relaciones de China con EE. UU. estaban al borde del colapso total y, dado que las sospechas sobre la China de Xi en EE. UU. son un fenómeno bipartidista, es posible que la victoria de Joe Biden sobre Trump en las elecciones presidenciales de noviembre no mejore las perspectivas para recuperar los vínculos bilaterales. Como mínimo, es poco probable que el gobierno de Biden regrese al statu quo previo en los próximos años.
Nuevamente, las decisiones políticas chinas volvieron a cero los vínculos de ese país con Occidente, pero mientras que la reforma y apertura de Deng en 1979 presagiaban el inicio de una relación cooperativa y fructífera, es mucho más probable que las políticas de Xi en 2020 lleven a décadas de enfrentamiento hostil.
››Es posible que la victoria de Joe Biden sobre Trump en las elecciones presidenciales de noviembre no mejore las perspectivas para recuperar los vínculos bilaterales entre China y Estados Unidos.