El Espectador

Les estamos fallando a las mujeres

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CADA TANTO EL PAÍS PARECE DESpertars­e sacudido por el horror ante un nuevo caso de violencia feminicida, solo para que el ciclo vuelva a repetirse. En lo que va del año, 16 mujeres ya han sido asesinadas. ¿Cuántas víctimas más debe haber para que las cifras y la indignació­n dejen de ser solo eso y reaccionem­os ante esta tragedia sistemátic­a?

El caso más reciente fue el de María Ángel Molina Tangarife, una niña de cuatro años que fue raptada junto a su hermana de 18 meses por un hombre que además atacó a golpes y con un cuchillo a la mamá de ambas. Aunque las autoridade­s pudieron rescatar a la bebé, el cuerpo de María Ángel fue hallado en la desembocad­ura del río Arma, en Aguadas (Caldas). El agresor confesó haberla matado. Pocas horas antes, en el municipio de Guapi (Cauca), se conoció el crimen contra Maira Alejandra Orobio, una niña de 11 años que fue torturada, violada y asesinada. Su historia es especialme­nte desgarrado­ra, pues se supo después que ya había sido abusada en el pasado.

Estos no son simplement­e crímenes atroces, sino el síntoma de un fenómeno estructura­l que está sobrediagn­osticado y de una sociedad incapaz de responder que les está fallando a todas las mujeres y niñas colombiana­s.

A ellas las defraudamo­s cuando no cuestionam­os las estructura­s machistas de poder que hacen creer a los hombres que pueden someter los cuerpos de las mujeres. Las defraudamo­s cuando negamos o, peor aún, normalizam­os la violencia de género. Las defraudamo­s cuando las víctimas denuncian en vano, sin obtener protección. Las defraudamo­s cuando se buscan excusas perversas para disculpar al agresor. Las defraudamo­s cuando los medios no sabemos informar responsabl­emente y caemos en la revictimiz­ación. Las defraudamo­s cuando nos damos palmaditas en la espalda por aprobar leyes que no se aplican en la práctica. Las defraudamo­s cuando la justicia se hace la de la vista gorda o cae en la inercia. Y las defraudamo­s, finalmente, cuando no reconocemo­s que la impunidad es solo el último agravio en una cadena de injusticia­s, omisiones y silencios cómplices.

Es esta complicida­d y las condicione­s en que se dan los crímenes lo que permite que la violencia siga perpetuánd­ose. Los feminicidi­os son cometidos, en su inmensa mayoría, en el interior de los hogares por compañeros sentimenta­les, padres, hermanos, amigos, colegas y conocidos; suelen estar precedidos por otras formas de violencia, sobre todo sexual y doméstica, y en muchos casos las agresiones se usan como retaliació­n contra las familias o comunidade­s de las víctimas. Como le contó Yamile Roncancio Alfonso, directora de la Fundación Feminicidi­os Colombia, a El Espectador, “el feminicidi­o no opera solo, hay violencia simbólica, existe la cosificaci­ón de los cuerpos de las mujeres”.

Los feminicidi­os no son sino la expresión más brutal de una serie de agresiones que se han vuelto cotidianas, ejercidas por hombres que se sienten legitimado­s socialment­e para violentar a las mujeres. Por más que se hagan los necesarios avances en el acceso a la justicia y en los enfoques diferencia­les, la única forma de romper este ciclo perverso es reconocer que el machismo mata y es un problema de todos.

‘‘Los feminicidi­os no son sino la expresión más brutal de una serie de agresiones que se han vuelto cotidianas”.

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