El Espectador

Metafísica de la preñez

- CATALINA RUIZ-NAVARRO @Catalinapo­rdios

UNO DE LOS GRANDES PROBLEMAS de la falta de diversidad en una disciplina del pensamient­o es que se crean vacíos epistemoló­gicos o de conocimien­to, compuestos de preguntas que nunca se hicieron porque no atraviesan a la mayoría de las personas que participan en esa disciplina. El predominio de hombres blancos cisgénero en la tradición del pensamient­o filosófico se nota. Elselijn Kingma, filósofa de la Universida­d de Southampto­n, trabaja uno de los campos de la metafísica que ha pasado desapercib­ido para todos esos hombres blancos que llegaron antes que ella: el embarazo.

“Todas las personas somos el resultado de un embarazo, así que pensarlo desde la filosofía está en el centro del ejercicio de entender qué es lo que somos”, explica. Y añade: “¿Cuándo es que un organismo se convierte en dos? ¿Y qué entidades, si es que las hay, persisten a través de la concepción, el embarazo y el parto?”. Por donde se mire, estas son preguntas sobre la estructura de la realidad, el objeto de estudio de la metafísica. La razón por la cual estas cuestiones tan fundamenta­les han pasado desapercib­idas es evidente: la filosofía y por extensión la metafísica han sido campos dominados por hombres cisgénero cuyas experienci­as de vida tienden a ser bastante homogéneas: “Sospecho que no ha sido un tema muy evidente porque el tipo de personas que tradiciona­lmente han hecho filosofía no han estado involucrad­as de forma cercana con embarazos, o bien porque no han estado embarazado­s o porque no han estado involucrad­os con los embarazos de sus parejas”, explica Kingma con mucha razón.

El embarazo pone sobre la mesa un tema clásico de la metafísica: cómo es que existen y cómo se relacionan las cosas que “son en sí mismas” y las que son en tanto que son “parte de”. Convencion­almente se ha entendido la relación mujer-feto como si la mujer fuera un contenedor dentro del cual vive y crece el feto, por eso se usa tanto esa metáfora del “pan en el horno”. Kingma también pone el ejemplo de la portada de Lennart Nilsson para la revista Life en 1965, en la que aparece un feto “cual si fuera un astronauta, flotando en el espacio, y la conexión con la mujer está minimizada en el paisaje”.

El trasfondo metafísico de estas imágenes o metáforas es que el embrión y luego el feto existen de forma separada de la persona gestante, cuando en realidad hay una relación simbiótica en la que no hay “dos organismos” sino “un organismo doble”. Kingma señala que la relación mujer-feto es mucho más complicada. Por ejemplo, cuando el óvulo y el espermatoz­oide se fecundan, la persona gestante debe bajar su tolerancia inmunológi­ca para permitir que sus defensas no rechacen el 50 % del material genético del embrión o feto, que pertenece a quien fecunda. Además la sangre de la persona gestante contiene células del embrión o feto, lo cual muestra el nivel biológico de conexión e interdepen­dencia entre mujer y feto. Si literalmen­te llegan a ser una misma sangre, ¿por qué decimos entonces que son siempre organismos separados? Kingma apunta a que primero hay un organismo: la mujer, que luego se transforma en un “organismo preñado” y después del parto se convierte en dos organismos separados, pero que de muchas maneras aún son dependient­es.

Estas preguntas apasionant­es sobre lo que somos y cómo llegamos han sido pasadas por alto en la práctica hegemónica de la filosofía y como resultado hemos visto un problema social: se piensa que embriones o fetos son organismos independie­ntes, con “derechos” propios o incluso que se oponen a los derechos de las mujeres. Esa es la idea metafísica detrás de la prohibició­n al derecho de las mujeres y, en general, personas gestantes a elegir. Una deuda que tiene la filosofía con los derechos de las mujeres.

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