Redes y política
PARA MUCHOS ES UN ALIVIO LA POsesión de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos, después de cuatro años de inestabilidad y deterioro de las instituciones democráticas que trajo el gobierno de Donald Trump. Pero sería un error pensar que con esto regresamos al statu quo.
Cuando se escriba la historia del siglo XXI, el primer capítulo tendrá que ser sobre el impacto de las redes sociales en la política mundial, ya que sin cadenas de WhatsApp, sin Facebook o sin Twitter es difícil imaginar eventos como el reciente intento de golpe de Estado en Estados Unidos, la salida del Reino Unido de la Unión Europea y, sí, el resultado del plebiscito sobre el Acuerdo de Paz en Colombia.
Las redes no se van a acabar: nuestros sistemas políticos tendrán que aprender a vivir con ellas. Y si queremos vivir en democracia, tenemos que educarnos sobre a quién decidimos creerle qué cosas. No se trata solo de verificar si la información viene de fuentes confiables, sino de reflexionar individualmente sobre qué es lo que hace confiable a un medio o a un experto. El ciudadano del común tendrá que saber más de, por ejemplo, cómo la comunidad científica llega a consensos acerca de la efectividad de una vacuna o de una política pública. En Colombia tenemos la manía de preguntarle de todo —de la existencia de Dios en adelante— a cualquiera que parezca saber mucho, sea neurólogo, físico teórico u otra cosa. No nos detenemos a pensar en que lo que hace experto a alguien en un tema no lo hace experto en todos, ni en dónde están los límites mismos del conocimiento, y esta falta de criterio es de la que se aprovechan los demagogos. Dicha situación es insostenible: en las democracias de la era de las redes sociales, la epistemología aplicada tiene que ser para todos, o se arriesgan a dejar de ser democracias.