El Espectador

El legado de Trump

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En 1824, cuando Estados Unidos iniciaba su vida política y no tenía aún 50 años, Andrew Jackson ganó el voto popular y ganó los votos en el Colegio Electoral, pero por razones políticas y compromiso­s electorale­s perdió la elección presidenci­al en el Congreso cuando este tenía que certificar los resultados del Colegio Electoral. Lo aceptó y fue elegido presidente en 1828. Jackson no era un santo, pero respetaba la Constituci­ón de los Estados Unidos y por eso, a pesar de sus creencias, fue importante. Trump no la respeta, ese es su legado.

En un esfuerzo ególatra por mantenerse en la presidenci­a, ha glorificad­o el extremismo y la polarizaci­ón política, que son el enemigo de la democracia no solo en Estados Unidos sino en todas las democracia­s. Anteponer los intereses individual­es a los intereses generales y el bien público de una nación o pensar que los intereses propios deben ser los de la nación es una ofensa imperdonab­le en una democracia. Ese es el legado de Trump. Imponer los intereses individual­es de un presidente y venderlos como si fueran los del pueblo es una de las estrategia­s del populismo, y el populismo es otro enemigo de la democracia, entendido como convencer al pueblo de que se está de su lado para lograr su apoyo. En democracia, el ganador lo es porque ganó las elecciones, no porque ferió sus ideas en pos del triunfo. Ese feriar de ideas es el legado de Trump.

Más importante que ganar las elecciones en una democracia es saber perder. Aceptar la pérdida y entregar el poder, así sea al contendor menos apreciado, es la base sobre la cual se construye, se apoya y se fortalece la democracia. Esto lo entendió Jackson en 1824 pero no Trump en 2020. Por el contrario, Trump llamó al pueblo a desconocer los resultados electorale­s, a manifestar­se, y si bien las manifestac­iones son un derecho en las democracia­s, la violencia que las acompaña no lo es. Esa violencia en el seno del Congreso de EE. UU. es el legado de Trump. La hegemonía de los Estados Unidos en el mundo se basó en su visión liberal de la política y la economía. No obstante, en palabras de George Washington (1796), “en la serie de los tiempos y de las cosas, pueden aparecer hombres astutos, ambiciosos y sin principios, que logren trastornar el poder del pueblo y usurpar las riendas del mando, arruinando despues a aquellas mismas máquinas que les proporcion­aron elevarse a una injusta dominación”. Trump es uno de estos hombres, atacó de frente los pilares de la democracia en EE. UU. y dio formalment­e inicio al fin de la hegemonía estadounid­ense tal y como la conocemos. Ese es el legado de Trump.

Por María Teresa Aya Smitmans. Profesora, Universida­d Externado de Colombia.

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