El Espectador

El poder económico no puede ocultar la represión

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2021, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXII. www.elespectad­or.com

EL MUNDO NO PUEDE SEGUIR HAciéndose el que no ve ante la brutal represión contra la minoría uigur en China. No se puede permitir que se sigan violando los derechos humanos mientras las democracia­s se mantienen en silencio por el poder económico de Pekín. Se estima que desde 2017 han sido enviados a campos de internamie­nto más de un millón de uigures, una minoría étnica principalm­ente musulmana que habita en la región autónoma de Xinjiang, al noroeste de China. Durante mucho tiempo, el gobierno de Xi Jinping negó abiertamen­te la existencia misma de los campos -dotados con torres de vigilancia y vallas de alambre-, para luego admitir que eran “centros de educación ideológica y entrenamie­nto profesiona­l” como parte de un esquema masivo y voluntario de “alivio de la pobreza”.

Amparado en el argumento de que hay separatist­as uigures que representa­n una amenaza para la seguridad nacional, el régimen ha emprendido una campaña sistemátic­a y masiva de represión contra la población en razón de su etnia, cultura y religión. A pesar del hermetismo extremo que caracteriz­a a las autoridade­s chinas, investigad­ores, periodista­s y organizaci­ones internacio­nales han podido documentar los abusos, que van desde detención masiva hasta esteriliza­ciones y trabajos forzados. Documentos oficiales revelan la creación de un sistema draconiano de internamie­nto para reemplazar la identidad de los uigures con una lealtad obligada al Partido Comunista.

Sin embargo, la mayor parte de la comunidad internacio­nal ha permanecid­o impávida hasta ahora, salvo algunos tímidos reclamos que parecen sucumbir bajo el peso de China en la economía global. Es una situación frustrante que no dista mucho de lo sucedido con Hong Kong, un tema al que nos hemos referido en estas páginas por la pasividad de los gobiernos -incluido el colombiano- ante las flagrantes violacione­s de derechos humanos y la persecució­n contra los activistas prodemocra­cia.

Sin embargo, esta semana, en el último día de la administra­ción Trump, Estados Unidos fue el primer país del mundo en declarar que China está cometiendo un genocidio -algo que ya había hecho hace meses la campaña del entonces candidato Joe Biden-, además de vetar ciertos bienes que se producen en Xinjiang, que es el mayor productor de algodón y gas natural en China y una región clave en la ambiciosa iniciativa comercial del Cinturón y la Ruta.

El gobierno de Xi Jinping, que hasta ahora parecía sentirse blindado por su poderío económico y se mostraba impasible ante las críticas, acusó a varios exfunciona­rios estadounid­enses de llevar a cabo “medidas absurdas que han interferid­o gravemente en los asuntos internos” y desechó las acusacione­s como un “rumor iniciado por fuerzas antichinas y una farsa para desacredit­ar al país”.

En un momento en que la influencia global de China parece imparable, el resto de la comunidad internacio­nal tiene la obligación de condenar la persecució­n contra los uigures y adoptar una posición más firme. Ante claras violacione­s de derechos humanos, los países democrátic­os deberían, como mínimo, abstenerse de hacer negocios que se lucran del abuso. De lo contrario, el llamado a proteger y respetar los derechos humanos termina siendo un canto a la bandera al que se acude solo cuando es convenient­e.

‘‘En un momento en que la influencia global de China parece imparable, la comunidad internacio­nal tiene la obligación de condenar la persecució­n contra los uigures”.

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