El Espectador

Cambio de guardia

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

AL FIN SALE TRUMP DE LA PRESIDENci­a estadounid­ense, después del intento de golpe de Estado del 6 de enero. La llegada al poder de Biden tiene un impacto muy grande, aunque no rectilíneo, sobre muchos países, comenzando por el nuestro.

Pero antes que nada vale la pena hacer un repaso a las condicione­s que se necesitaro­n para que Trump no se pudiera quedar atornillad­o a la Presidenci­a. Primero, hubo unos medios de la corriente principal que supieron defender la democracia con firmeza. Esto no ocurrió automática­mente; pasaron por un proceso de aprendizaj­e, que a veces me pareció exasperant­emente lento. Pero lo lograron. Se despojaron de absurdas falsas equivalenc­ias. Descubrier­on que a las mentiras había que llamarlas por su nombre y que había que enfrentars­e a una amenaza concreta (y no a otras que hipotética­mente pudieren surgir). Empresario­s y personas vinculadas al sector defensa denunciaro­n también los peligros de la oleada antidemocr­ática que se venía encima.

Segundo, el Partido Demócrata logró cohesionar­se. No era un desenlace que se pudiera tomar por dado. El ala izquierda del partido se ha fortalecid­o. Hay diferencia­s programáti­cas entre ella y los centristas. Las disputas internas han dejado de heridas brutales. Pero el liderazgo demócrata, que no se ha distinguid­o históricam­ente por su calidad y agilidad, esta vez estuvo a la altura de la tarea. Entendió que no se trataba de un problema de chismes, rencillas envenenada­s y reproches, sino de salvar el pellejo.

Tercero, una burocracia seria y bien establecid­a resistió el embate. Estados Unidos es notable en el mundo desarrolla­do por su escualidez burocrátic­a, y además la lucha contra el “Estado profundo” estaba en la pepa del programa de Trump. Muchos jueces y funcionari­os aguantaron la presión brutal del presidente saliente y los suyos para torcer el resultado electoral, aunque fuera un poquito. Trump les rogaba a los funcionari­os (republican­os) de Georgia: “Necesito solamente que me encuentren 11.700 votos”. Si hubieran cedido, se habría disparado una dinámica de consecuenc­ias imprevisib­les.

Cuarto, y ya más difícil de aprehender, algunos de los extremista­s y habilitado­res claves de Trump, encabezado­s por el vicepresid­ente Pence, descubrier­on que había límites más allá de los cuales no estaban dispuestos a moverse. Lo de Pence tuvo que haber sido una desagradab­le sorpresa para Trump. Si aquel se decide a sabotear la sesión de ratificaci­ón del resultado electoral del 6 de enero —que era la última carta para mantenerse en el poder—, una vez más el juego hubiera quedado bastante abierto. Después de Pence, otras fichas claves declararon su preocupaci­ón, incluso indignació­n, ante la asonada promovida por Trump. ¿Qué habrá movido a Pence, fiel escudero de las aventuras más duras de su jefe? No sé. Pero con su negativa a bloquear a Biden, cerró este episodio con la derrota de los extremista­s.

El episodio, no el novelón. Este seguirá. Pero, insisto, vale la pena reflexiona­r sobre la cantidad y complejida­d de las condicione­s que se necesitaro­n, en un país inverosími­lmente próspero y que se ha vanagloria­do históricam­ente de ser la democracia más sólida del mundo, para mantenerla en pie. No digo esto para desmoraliz­ar o como llamado a la impotencia. Todo lo contrario, lo planteo como recordator­io de que la defensa de la democracia es una labor de lucidez, sentido histórico y artesanía.

Lo que me devuelve a Colombia. Comencé este año con la posesión de Biden porque se trata de una noticia global clave, pero también porque me deprimía un poco hablar de la insolente ineptitud de Duque con respecto de las vacunas y, más generalmen­te, con respecto de la vida de los colombiano­s. Ya tendré ocasión de hacerlo.

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