Fracaso moral
DE LA OMS SE PUEDEN DECIR —Y se han dicho— muchas cosas, todas polémicas: que en sus mensajes hay un tono apocalíptico que nos quita fuerza y esperanza, que su forma de operar es lenta y deficiente, que tiene alianzas con el gobierno chino y, por tanto, intereses creados, etc. Sin embargo acierta su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus, cuando afirma, con el mismo rostro trágico de todas sus intervenciones, que “el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral”, refiriéndose a la incapacidad de garantizar equidad social a la hora de adquirir y aplicar vacunas. Esto es evidente: no solo unos pocos países —la mayoría ricos— se han aprovisionado ya de vacunas, incluso acaparándolas mientras otros, sobre todo los más pobres, no tienen esperanza alguna, sino que no se ve clara la posibilidad de que la vacuna vaya a ser gratuita para todos los que no la pueden pagar, que son millones.
Ahora bien: infortunadamente, no es que estemos al borde del fracaso moral, sino que este ya está probado y va mucho más allá de lo que señala Adhanom. Una prueba de ello es que la misma OMS, a pesar de las numerosas alarmas dadas por los científicos desde hace muchos años, carece hoy “de poder financiero y ejecutivo para responder a pandemias como la actual”, según afirmaron los miembros de un panel de expertos esta semana.
Soy de los que piensan que la pandemia evidenció, crudamente, muchas realidades que la sociedad y sus gobiernos han aceptado como inmodificables, bien sea por interés, ceguera o inercia. Doy un ejemplo: desde hace mucho se viene hablando de la codicia de las farmacéuticas, sus transgresiones legales, su manipulación y hasta corrupción. Hoy vemos hasta qué punto las hemos dejado llegar sin encontrar un mecanismo regulador que nos salve de que hagan, simplemente, lo que les da la gana. Son industria, claro está, no asociaciones de caridad. Invierten en investigación, innovación y desarrollo, y aspiran a tener ganancias, pero estas son desmesuradas. Además, las condiciones que ponen a los gobiernos son arteras y exigen que no haya transparencia. El resultado de ese laissez-faire sin regulaciones más estrictas es que la supervivencia de la humanidad depende hoy de ellas y de las decisiones políticas de los gobernantes, y lo que vemos es una pugna inmisericorde sin un ápice de solidaridad ni conciencia social.
El gran fracaso moral no es del mundo, como opina el director de la OMS, sino del sistema despiadado que deja que los intereses mercantiles de unos pocos prevalezcan sobre el interés general. Sucede también con el cambio climático y el manejo irresponsable de los recursos de la naturaleza, depredados por poderes ambiciosos frente a gobiernos que, por intereses políticos, se hacen los de la vista gorda. Duele leer las cifras sobre deforestación del planeta, la extinción de la biodiversidad y la aniquilación de las fuentes de agua. También, en la era de la información, no hemos sabido controlar la proliferación de fake news y estamos sometidos a la cultura del big data, que se convierte en factor de dominio y vigilancia total de nuestros movimientos y deseos. Y podemos seguir enumerando fracasos morales. Perdonen que hable con el tono catastrofista de la OMS.