El Espectador

¿Delegar la aplicación de la línea roja?

- JUAN CARLOS GARZÓN BARRETO* * Doctorando en Derecho de la Universida­d Externado de Colombia.

NO COMPARTO SU editorial del 11 de enero, porque en la sociedad democrátic­a, que se fundamenta en la división de los poderes públicos y en la aplicación de la ley por el juez natural, no se puede reconocer el valor supremo de “la delgada línea roja” en materia de libertad de expresión y simultánea­mente delegar su aplicación en la mano inverosími­l de agentes del mercado, por más altruistas que sean los fines perseguido­s.

Desde los años 70 del siglo XX los debates de la Unesco, en los cuales participó El Espectador, incorporar­on el concepto de responsabi­lidad social en las comunicaci­ones y los medios y de obediencia a la ley, el cual fue recogido por la Constituci­ón; mandato ético-jurídico que segurament­e ilumina su afirmación de que “hay momentos y situacione­s en los cuales se debe restringir su manejo irresponsa­ble por ir en contra de la ley”, aludiendo a la libertad de expresión.

En tal sentido, los pactos internacio­nales de derechos humanos, de los cuales participa la democracia de Estados Unidos —cuyo ultraje indigna a quienes abrazan ideas liberales en el mundo—, han establecid­o restriccio­nes admisibles a la libertad de expresión para “asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, y la protección de la seguridad nacional, el orden público, la salud o la moral públicas”.

No obstante, por respeto al valor que las libertades de expresión e informació­n tienen para la sociedad democrátic­a, por principio, los responsabl­es de verificar y sancionar a los ciudadanos infractore­s son los tribunales y los jueces, bajo estrictas restriccio­nes y estándares de ponderació­n en cada caso concreto.

En el Estado constituci­onal democrátic­o es indeseable que los funcionari­os administra­tivos de origen político o legislativ­o metan mano en las libertades de expresión e informació­n por lo que ellas significan para la dignidad humana, la libertad de prensa y la sociedad pluralista.

El papel del Estado frente a los medios —según la Corte Constituci­onal— es no interferir con los derechos de expresión e informació­n, crear las condicione­s para su ejercicio a través de los organismos legitimado­s e intervenir para evitar que terceros obstruyan el goce de estas libertades.

Siendo así, con mayor razón, no es aceptable que la galería acalorada, los medios o los propietari­os privados de infraestru­cturas y redes puedan erigirse bajo sus propios criterios privados en jueces de los infractore­s, porque hoy vienen por el expresiden­te Trump, pero se crea un precedente para que mañana retiren las cuentas de otras minorías o mayorías políticas, sociales, culturales, sexuales, religiosas e incluso las de El Espectador.

En tal caso, la aplicación privada de la línea roja quiebra un principio democrátic­o indelegabl­e y los ciudadanos ya no sabrán si sus nuevos jueces son los ejecutivos y propietari­os de las plataforma­s mercantile­s o los prestigios­os magistrado­s de las cortes norteameri­canas o colombiana­s que cuidan el pacto social entre el Estado y sus ciudadanos, lo cual no niega los derechos y deberes delimitado­s de las corporacio­nes privadas.

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/ Foto: Ginna Vela Flórez Mayapo, La Guajira.

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