Espacios compartidos
EL GÉNERO ES UN TEMA COMPLICAdo que ha estado presente, impuesto e implícito en las relaciones y las estructuras que componen nuestra sociedad, gracias a que muchas veces la gente quiere que permanezca de esta forma. Por eso, traer a la mesa problemas de género, a pesar de su universalidad, escandaliza a la gran mayoría de los hombres que, aunque no lo pretendan, se benefician de los sutiles (en algunos casos), aunque no por eso menos poderosos, privilegios.
Por eso, una pandemia global es el escenario perfecto para silenciar los reclamos. Esta emergencia propicia un discurso óptimo de unión y una idea que, repetida hasta el cansancio, se ha convertido en una mentira completa: el COVID-19 nos iguala y nos nivela a todos porque “la enfermedad no discrimina”. Sin embargo, el que seamos iguales ante una enfermedad no es precisamente esperanzador, ya que, en parte, esto no es lo que se pide. Esa igualdad desde lo natural siempre ha estado presente, no es discutible, pero la equidad regulada y fomentada por el Gobierno, los cambios estructurales en las instituciones de la sociedad, su percepción impuesta sobre las mujeres y la igualdad frente a la ley es lo que sí se ha exigido.
En un momento en que lo laboral se traslada al hogar, en que las divisiones invisibles y los espacios tradicionalmente masculinos se combinan con los femeninos, es cuando nos damos cuenta de la vulnerabilidad estructural de la mujer frente al hombre. El aumento de la violencia de género en una época en la que los hombres están obligados a convivir con las mujeres es una prueba de esto. Durante la cuarentena, por ejemplo, las llamadas para reportar este tipo de casos a la Línea 155 han aumentado un 91 %, según un Informe del Observatorio Colombiano de Mujeres.
Es preocupante pensar que las mujeres encuentren en la ausencia de sus parejas un refugio y es más preocupante aún que los hombres terminen siendo violentos cuando tienen que estar con ellas. ¿Son acaso las divisiones que se han inculcado por generaciones a los espacios de género la única forma que la sociedad encontró para impedir este tipo de violencia? ¿Es acaso la misoginia un sentimiento constante en el hombre controlado únicamente por la separación, impuesta por él mismo, de sus espacios con la mujer más allá de lo romántico o lo sexual?
El rol de la mujer en medio de la cuarentena, desde un punto de vista ideal, debería ser entonces el que ella desee o, por lo menos, el mismo que tiene el hombre: tratar de sobrevivir a una emergencia sanitaria como ninguna otra en años. Lastimosamente, en la realidad de muchas, su papel será el de sobrevivir a la violencia de sus parejas, que gracias al virus ahora invaden los lugares que por mucho tiempo fueron suyos, espacios conquistados por inercia del hombre orgulloso, que llegaba esperando ser atendido para volverse a ir a su lugar, dejando a la mujer en lo que, para él, así no lo diga con el mismo orgullo que lo impone, son sus cosas, su área y su rol.