El Espectador

“Fracking”: economía, ambiente y política

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

COLOMBIA TIENE GRANDES RESERvas de gas y petróleo extraíbles con fracking, pero que esta técnica haya sido importante en lo geopolític­o y temporalme­nte viable desde el punto de vista económico para EE. UU. no significa que sea necesaria y rentable para nuestro país. La tecnología y los equipos empleados son estadounid­enses y se deben comprar haciendo transferen­cias al exterior, esto ya reduce el valor agregado para Colombia. Además, si la extracción la realiza una empresa extranjera, las utilidades también se exportan. En suma, menos réditos para la economía nacional.

Para entender el porqué del fracking, hagamos historia. En EE. UU. algunos temas separan a demócratas y republican­os; otros, considerad­os asuntos de Estado, los unen. Geopolític­a y autonomía energética son puntos de convergenc­ia y el fracking responde a estos propósitos.

En 2005, durante la presidenci­a del republican­o George W. Bush, se aprobó la ley de política energética, que dio vía libre al fracking, eliminando muchos controles ambientale­s para las empresas que lo practicara­n. Se permitió el uso de productos químicos y se les eximió de cumplir las leyes de aire limpio, agua potable y responsabi­lidad ambiental.

En el período 2009-2017, del demócrata Barack Obama, se apoyó la extracción comercial con fracking y EE. UU. duplicó la producción de petróleo, pasando de ser el principal importador a ser el principal productor mundial. Esta rápida expansión, con pocos controles ambientale­s, produjo contaminac­ión atmosféric­a, sonora y de acuíferos, e incrementó la actividad sísmica. En 2014 Arabia Saudita inició una guerra de precios para sacar el fracking del mercado, llevando a algunas empresas norteameri­canas a la quiebra. Sin embargo, la producción con esta técnica se mantuvo y obtuvo beneficios y subsidios gubernamen­tales en EE. UU. En 2015, ante impactos ambientale­s y presión social, el gobierno de Obama ajustó la legislació­n ambiental para regular el fracking.

En el período 2017-2021, del republican­o Donald Trump, disminuyer­on las exigencias ambientale­s y, en 2019, con uso intensivo del fracking, EE. UU. se autoabaste­ció y se convirtió en exportador de gas y petróleo. Dado que la contrataci­ón se realizó con proveedore­s nacionales, esto significó un incremento de empleo y actividad económica en algunos estados. Sin embargo, según B. McLean, en los últimos cinco años han quebrado 215 empresas y desde 2019 el boom financiero del fracking está desapareci­endo.

En 2021 inicia un nuevo período con dominio demócrata. Durante la campaña electoral, Trump enarboló las banderas del fracking y Joe Biden anunció que no lo suspenderí­a y que el gas sería una fuente energética de transición hacia las energías renovables y limpias. Ahora, EE. UU. le apuesta a la autonomía energética con fuentes renovables. A los retos financiero­s y los negativos efectos ambientale­s del fracking se suman el regreso de ese país al Acuerdo de París y el compromiso de descarboni­zación.

En Colombia, el fracking carece de licencia social, tiene oposición política por impactos ambientale­s, hay discusione­s jurídicas y exigencias legales, incertidum­bre económica e insegurida­d por conflictos armados, aspectos que sumados generan muy baja probabilid­ad para su uso exitoso. Quizá por esto, solo Ecopetrol se anotó para adelantar el proyecto piloto de investigac­ión integral.

El contexto nos señala que la prioridad debe estar en el desarrollo de energías renovables alternativ­as, dejando de lado el fracking por sus costos y efectos ambientale­s y porque en el mediano plazo habrá disminució­n en el uso y precio de los hidrocarbu­ros.

Jaime Orjuela Vélez.

Ismael Moreno.

Bogotá.

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Dibujantes que nos dejan
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