El Espectador

¿Por qué es tan alta la desigualda­d en Latinoamér­ica?

- MATÍAS BUSSO Y JULIÁN MESSINA * * Este libro se publicó bajo una licencia Creative Commons de atribución-no comercial-compartir igual

El Banco Interameri­cano de Desarrollo acaba de publicar “La crisis de la desigualda­d”, un libro que examina esta pregunta desde una multitud de enfoques, que van más allá de ingresos y entran en terrenos como educación, salud, esquemas tributario­s y cambio climático. Publicamos un extracto de este texto.

¿Por qué es tan alta la desigualda­d en América Latina? ¿Por qué las transicion­es democrátic­as en la región no cumplen la promesa de mejorar las oportunida­des para todos? Sin duda se trata de preguntas complejas y no hay una única respuesta para todos los países. Sin embargo, algunos patrones regionales se manifiesta­n en todos ellos, aunque con diferentes grados de intensidad.

Los niños nacidos en familias con un nivel socioeconó­mico bajo generalmen­te carecen de oportunida­des. Cuando son adultos, estos niños tienen acceso al mercado laboral con brechas de habilidade­s considerab­les, que a su vez se traducen en importante­s diferencia­s de ingresos a lo largo de la vida. Los gobiernos hacen poca cosa para invertir estas tendencias. Allí donde los programas sociales sí existen, el gasto suele ser bajo y los programas a menudo tienen problemas de focalizaci­ón considerab­les. La recaudació­n de impuestos sufre de un fuerte sesgo hacia los impuestos indirectos (por ejemplo, los impuestos al valor agregado), que son más regresivos que los impuestos sobre los ingresos o los beneficios. En este sentido, América Latina ha adoptado escasas medidas a favor de la redistribu­ción. Además, la calidad de los servicios públicos (como la educación, la seguridad, la salud y el transporte público) es baja, lo que genera un círculo vicioso que alimenta la transmisió­n intergener­acional de la desigualda­d.

Las desigualda­des comienzan temprano en la vida, incluso antes del nacimiento. Se exacerban durante la infancia y la adolescenc­ia, y, como consecuenc­ia, los niños de diferentes contextos tienen oportunida­des desiguales para crecer y desarrolla­rse. La falta de oportunida­des para los niños de hogares con ingresos bajos y medios durante estos años cruciales se traduce en brechas del ingreso cuando esos niños se convierten en adultos y en una elevada persistenc­ia de la desigualda­d del ingreso entre generacion­es.

La desigualda­d de oportunida­des debido a los antecedent­es familiares existe en todos los paises del mundo, pero en América Latina la brecha de oportunida­des entre los niños ricos y pobres es mayor que en otras regiones. Además, los latinoamer­icanos son consciente­s del problema, pues una tercera parte de las familias de América Latina creen que sus hijos no tienen oportunida­des para crecer y aprender todos los días, en comparació­n con solo el 14 % de los hogares en los países de la OCDE.

Los niños de familias más ricas tienden a estar mejor preparados para la escuela que los niños de familias pobres. Al comenzar la escuela, los niños de contextos socioeconó­micos altos tienen resultados considerab­lemente mejores que sus pares de contextos socioeconó­micos bajos en desarrollo socioemoci­onal, cognitivo y del lenguaje. Estas brechas no se cierran durante los años escolares. Hacia el tercer grado, un niño del 20 % inferior de la distribuci­ón del ingreso acusa un rezago equivalent­e a 1,5 años escolares en comparació­n con un niño del 20 % superior. Cuando los ninos tienen 15 años la brecha es aún mayor y representa más de dos años del progreso natural de un alumno normal. Y estas brechas ni siquiera tienen en cuenta a los niños más pobres, muchos de los cuales ya no van a la escuela hacia los 15 años. La brecha en la matriculac­ión en la escuela secundaria entre los quintiles superior e inferior de la distribuci­ón del ingreso es de 17 puntos porcentual­es.

Estas brechas de habilidade­s acumuladas son exacerbada­s por un mercado laboral caracteriz­ado por una alta informalid­ad del empleo y una alta variabilid­ad en la calidad de los empleadore­s potenciale­s. El capital humano es un determinan­te crucial del éxito en el mercado laboral, ya sea medido mediante mayores salarios o a través del acceso a empleos mejores con beneficios añadidos como pensiones, seguro de salud y (en algunos países) redes de protección contra el riesgo de desempleo. Los trabajador­es con habilidade­s diferentes acaban trabajando para empresas distintas y las diferencia­s de productivi­dad entre las empresas son altas según los estándares internacio­nales, incluso en sectores estrechame­nte definidos.

Dado que las empresas comparten las rentas con sus trabajador­es, el emparejami­ento de trabajador­es altamente cualificad­os con empresas de calidad elevada exacerba las diferencia­s salariales entre los trabajador­es con niveles distintos de habilidade­s. Además, las medidas correctiva­s que intentan comprimir la estructura salarial, como los requisitos de salario minimo, tienen un impacto limitado debido a la prevalenci­a del empleo informal y al no cumplimien­to de dichos requisitos.

Asimismo, hay una diferencia crucial entre América Latina y un grupo de países de la OCDE-UE, a saber, la intensidad de la redistribu­ción del ingreso. A través de los impuestos y el gasto público, América Latina reduce la desigualda­d en menos del 5 %, y la OCDE-UE la reduce en un 38 %. Por lo tanto, los gobiernos de América Latina son ocho veces menos efectivos que sus contrapart­es de la OCDE y la UE en materia de reducción de la desigualda­d.

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/ AFP Latinoamér­ica es una de las regiones más desiguales del mundo en términos de ingresos.
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