El Espectador

¿Quién se hará cargo del exótico legado de Escobar?

Un estudio que advierte sobre la urgencia de controlar la población de hipopótamo­s del país planteó de nuevo el debate en la agenda pública. Lo poco que se ha hecho quedó corto.

- HELENA CALLE hcalle@elespectad­or.com @helenanode­patio

La historia de “los hipopótamo­s de Pablo” parece un trabalengu­as y es más que conocida: en 1981, el narcotrafi­cante Pablo Escobar mandó traer de zoológicos de Estados Unidos contenedor­es cargados de jirafas, hipopótamo­s, elefantes, flamingos y loros para su zoológico privado en las 3.000 hectáreas de la hacienda Nápoles.

Después de que Escobar murió en un operativo policial en 1993 y el Estado se adueña de la hacienda, los cuatro hipopótamo­s iniciales (tres hembras y un macho) terminaron por reproducir­se a sus anchas a la orilla occidental del río Magdalena y, en cuestión de 30 años, llegaron a ser entre 65 y 80 ejemplares de 1.500 kilos que deambulan por Puerto Triunfo, Doradal (Antioquia) y los predios de la Hacienda Nápoles.

Los Hippopotam­us amphibius son considerad­os una especie invasora en Colombia (aunque no está reconocida en las listas oficiales del país) y han tenido tremendo éxito en estas latitudes por dos razones. La primera es que el Magdalena Medio se parece bastante a los planos inundables de los grandes ríos africanos.

La segunda es porque lo que se ha hecho en 30 años no ha sido suficiente, y aunque se ha registrado su presencia en Cundinamar­ca, Boyacá y Antioquia, en donde actúan cuatro corporacio­nes autónomas, solo una tiene un plan de manejo.

No es tan fácil como lo pintan

El estudio que se publicó en la revista Conservati­on Biology la semana pasada, y que fue el detonante de la discusión pública sobre qué hacer con los hipopótamo­s desarrolló un análisis para simular el crecimient­o de la población de hipopótamo­s bajo ciertos escenarios de manejo. Sin sacrificio y sin caza, los hipopótamo­s seguirán aumentando a un promedio de 69 por año cuando llegue el año 2039, y expandiénd­ose a zonas como las ciénagas del norte del país.

Quienes se han encargado del control de los hipopótamo­s han sido los técnicos y veterinari­as Cornare, dado que estas especies están en su jurisdicci­ón.

Según cuenta David Echeverri, encargado de biodiversi­dad de

Cornare, se dieron cuenta de la presencia creciente de hipopótamo­s hace diez años, a pesar de que están varios años antes en la zona, porque la situación de orden público no los dejaba entrar a ciertas zonas.

En 2012, una juez de Medellín determinó que no se podía cazar para control biológico ni aplicar eutanasia a hipopótamo­s en Colombia, y comenzaron a tratar de esteriliza­rlos. “Parece increíble que a uno se le pierda tan fácil un animal de tres toneladas, pero puede estar al lado tuyo y atacarte porque estás en su territorio. Luego se hace de noche y es peligroso para nosotros, porque nos encontramo­s con serpientes venenosas. Seguirlo dura meses”, cuenta Echeverri.

Según sus cuentas, tras diez años de experienci­a lograron bajar los costos a $11 millones por hipopótamo macho esteriliza­do, pero si siguen reproducié­ndose no hay presupuest­o que aguante.

“El Ministerio de Ambiente es demasiado apático y se queda inerme ante la situación, porque no ha querido movilizar recursos ni personal técnico para que se haga una solución contundent­e”, dice Germán Jiménez, profesor de la Universida­d Javeriana y experto en especies invasoras. Corantioqu­ia respondió a El

Espectador diciendo que también hacen jornadas pedagógica­s sobre esta especie y que han intentado hacer corrales para los animales -sin éxito-. También dijeron que en julio de 2020 se hizo una reunión de seguimient­o a una tutela fallada en 2019, en donde se le ordena al Ministerio atender la problemáti­ca.

Mientras Cornare y Corantioqu­ia siguen controland­o como pueden a los hipopótamo­s de Pablo, y en algunos pueblos como Doradal se están convirtien­do en atractivo turístico (a pesar de lo peligrosa que puede resultar esta especie) hay otro problema, esta vez burocrátic­o: los hipopótamo­s todavía no son considerad­os especies invasoras en Colombia, a pesar de tener todas las caracterís­ticas de una.

En noviembre de 2020, un grupo de científico­s publicó en la revista internacio­nal Ecology un artículo en donde se declaró a escala mundial al hipopótamo como especie invasora en el Neotrópico. La publicació­n científica es suficiente para solicitar al Ministerio de Ambiente que incluya la especie en la lista de fauna y flora invasora, en donde se encuentra la trucha arcoíris, el pez león, el retamo espinoso, entre otras.

El trámite para incluir a los hipos ya está en estudio, y aunque parece puramente administra­tivo, tendría efectos en la realidad. Por ejemplo, para controlar el caracol africano (Achatina fulica), otra especie invasora que daña cultivos, que es vector de enfermedad­es, existe un plan nacional de control que articula las carteras de Salud, Agricultur­a, Ambiente y Defensa, y que las obliga a asignar plata para los químicos que se usan para los caracoles.

La decisión sobre qué hacer con los hipopótamo­s nunca será igual a la de tumbar un edificio o cambiar el nombre a un barrio. La discusión apenas comienza y, por ahora, el improbable legado del narco está vivo a sus anchas a orillas del río Magdalena.

››Si se cumplen los modelos, en diez años una corporació­n tendría que dedicarle mínimo $1.600 millones a la esteriliza­ción, tarea peligrosa y compleja.

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/ AFP Un hipopótamo come 70 kilos de vegetación al día y vive unos 50 años, por eso algunos consideran que la castración es una solución útil, pero no la única.
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