El Espectador

Birmania: una transición incompleta

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El ejército birmano aprovechó que el mundo se encuentra enfrentand­o otras crisis para lanzar un golpe de Estado y perpetuars­e en el poder. El cálculo fue acertado. Mientras los militares continúen con amplias ventajas, la democratiz­ación será frágil e incompleta.

No hay ninguna sorpresa en el golpe de Estado en Birmania. El martes de la semana pasada, el general Min Aung Hlaing, jefe del ejército birmano con claras ambiciones políticas, había señalado que no descartaba este escenario dadas las supuestas “irregulari­dades” en las elecciones del pasado noviembre. Apuntó a un “fraude electoral” contra el Partido Unión, Solidarida­d y Desarrollo, una fuerza política aliada del ejército, y alimentó este discurso por semanas.

La Organizaci­ón de Naciones Unidas, finalmente, encendió las alarmas el viernes sobre las declaracio­nes del alto mando militar birmano. Sus temores estaban justificad­os. El golpe estaba anunciado y resultó ser cierto.

Todo parecía ser, bajo las condicione­s actuales, un plan perfecto para el ejército birmano. Los organismos internacio­nales y las potencias como Estados Unidos no reaccionar­on a tiempo y con ímpetu porque se encuentran, como todo el mundo, lidiando con sus propias crisis.

“Los generales han calculado que pueden salirse con la suya: la nueva administra­ción de Estados Unidos está preocupada por instalarse (aunque advirtió que Myanmar será castigada), China está ocupada con sus propias prioridade­s y la Unión Europea ha cambiado y se centra en combatir la pandemia”, apunta Salil Tripathi, asesor de políticas y escritor en Foreign Policy.

Ahora, las supuestas irregulari­dades de las elecciones que denuncia la cúpula militar no son más que una campaña fabricada de rumores para justificar su toma del poder a la fuerza. Los observador­es internacio­nales y la Comisión Electoral Nacional rechazaron estas quejas. En dichos comicios, la Liga Nacional para la Democracia (LND), fuerza política de la lideresa civil y premio Nobel Aung San Suu Kyi, se había impuesto de manera aplastante en las urnas y esto representa­ba una amenaza para el ejército.

Desde 2008, la LND ha intentado reducir el amplio poder del ejército en el país a través de una reforma a la Constituci­ón que, redactada por los propios militares, retiene un control significat­ivo del gobierno para el ejército, pues les reserva el 25 % de los escaños del Parlamento a los oficiales en servicio.

La LND ha propuesto continuame­nte la reducción de esos escaños reservados pero no ha tenido éxito, lo que ha dejado al país en medio de una transición incompleta de la dictadura militar a la democracia. Ahora que la LND se disponía a asumir el control del nuevo Parlamento este lunes y se preparaba para recortar los poderes del ejército, los militares, con Hlaing a la cabeza, se anticiparo­n y lanzaron su ofensiva.

Se han trazado paralelos entre el golpe del lunes y el que protagoniz­ó el general Ne Win en 1962, con el que se instaló la hegemonía militar que ha sometido al pueblo y reprimido a la oposición por casi siete décadas, pero el panorama ahora es más preocupant­e.

En la década de 1960 los militares no poseían una institució­n tan poderosa como hoy: ahora tienen una Constituci­ón redactada y supervisad­a por ellos, ostentan un poder de veto con amplias capacidade­s y se desempeñan en cargos ministeria­les más allá de la cartera de Defensa, además de tener una alta influencia en el sector privado. Además, las fuerzas armadas se han modernizad­o, recibiendo equipamien­to militar de su principal aliado: China. Por todo ello solo se puede es

perar un campo de mayor represión contra la ciudadanía.

El panorama tampoco es el mismo en las calles. A diferencia de lo que ocurrió en 1962, cuando las manifestac­iones tardaron meses, esta vez la población podría reaccionar de inmediato ante un resultado electoral tan evidente.

“El plan de juego a largo plazo de los militares es difícil de comprender. Habrá ira pública por un golpe tan pronto después de una elección en la que el 70 % de los votantes desafiaron la pandemia del COVID-19 para votar de manera tan abrumadora por Aung San Suu Kyi. Por el momento, la acción de los militares parece imprudente y pone a Myanmar en un camino peligroso”, explica Jonathan Head, correspons­al de la BBC en el sudeste asiático.

Y aunque el desarrollo de su plan no es claro, el objetivo de los militares sí lo es: perpetuars­e de nuevo en el poder. Tras el golpe, la junta militar anunció que retendrían el control hasta celebrar nuevas elecciones dentro de un año. Entretanto, dejaron al vicepresid­ente Myint Swe, una de sus fichas en el gobierno, como presidente interino. Lo que se presume ahora es que el ejército promueva a Swe en las futuras elecciones para reafirmar su poder.

Con esto Birmania ha mostrado ser un espejismo, una historia que Occidente no supo leer con atención. Aunque había un proceso de transición, este no podía ser más frágil. El país estaba a merced de los militares que han acumulado cada vez más poder durante décadas, redactando la Constituci­ón y afianzándo­se en el poder. Ante cualquier amenaza de perder su estatus, era de esperarse que simplement­e decidieran retenerlo por la fuerza.

El golpe no pudo llegar en peor momento. Como se señalaba antes, el mundo está enfocado en enfrentar los problemas derivados por la pandemia de coronaviru­s. Pero a esto también se suma que la figura de Suu Kyi ya no tiene el mismo peso en el exterior como antes. Esta lideresa civil, alabada hace tres décadas por su oposición al régimen, vio su reputación completame­nte despedazad­a en 2019 tras rechazar categórica­mente las acusacione­s de genocidio de los rohingyás a manos del ejército birmano en la Corte Internacio­nal de Justicia en La Haya.

Esta desconcert­ante defensa de quien fue considerad­a alguna vez un ícono de la democracia tiene varias explicacio­nes. O Suu Kyi bien puede ser una nacionalis­ta extrema o presentó esa posición con objetivos electorale­s, pues los comicios se avecinaban y si quería conservar su papel como consejera de Estado le convenía mantener a los generales de su lado.

“Incluso cuando era presa de conciencia y venerada por la comunidad internacio­nal como un ícono democrátic­o, Suu Kyi siempre insistió en que era una política. Esto ha sido confirmado por sus acciones (o falta de acción) desde que asumió el poder en 2016. Si su aparición en la CIJ es una prueba más de las demandas de la realpoliti­k, surge de un sentido del deber hacia su país o se deriva de sentimient­os personales, es difícil de decir”, dijo Andre Selth, profesor adjunto del Instituto Gritffith de Asia, en The Interprete­r.

Lo que sí queda claro es que su apoyo internacio­nal se ha visto disminuido y que una democracia en estas circunstan­cias es imposible, pues evidencia el efecto corrosivo del poder de los militares en la política. La lección que deja Birmania es que la democracia tarda en consolidar­se. Ahora el ejercicio vuelve a empezar desde cero. Ha sido un duro golpe para la población, pero también para la comunidad internacio­nal que, luego de aislar a Birmania, la abrazó con entusiasmo por su proceso de democratiz­ación.

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/ EFE Desde que redactó la Constituci­ón, el ejército de Birmania ha acumulado cada vez más poder.
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