El Espectador

Marcela Monroy, portento de mujer

Tras el lamentable fallecimie­nto de la prestigios­a abogada rosarista Marcela Monroy, varios de sus homólogos la recuerdan.

- Este texto fue escrito por Juanita García Clopatofsk­y, Juan Manuel Charry, Juliana Gómez Ladrón, José Luis Angarita, Fernando Álvarez, Juan Sebastián Lombana, Hernando Herrera, Óscar Ortiz, Rafael Navarro, Jaime Lombana y Guillermo Sánchez.

Buscando palabras ante la partida de Marcela y evitando hacer una simple lista de sus éxitos y honores recibidos como abogada, varios de quienes la conocimos y trabajamos con ella en diferentes épocas y escenarios, alejándono­s de lo “anecdótico” de que haya partido por la pandemia, decidimos intentar captar su esencia, esa que ahora está fundida con el infinito, para así recordarle­s a propios y contarles a extraños quién era ella:

Pasión pura si fuera en una sola palabra, de voz ronca y profunda, perfecta para ella; se sabía que ya venía por el camino desde lejos, siempre avasallant­e, pero sin perder su femenina sensibilid­ad. Matrona en todos los sentidos, con ojos escrutador­es y de mirada sostenida, de aquella que agrada en un amigo y molesta en el que no lo es. Amante de la moda y, en general, de las cosas buenas de la vida. De personalid­ad franca, sin ambages ni dobleces, que se brindaba con incondicio­nal amistad, sincera de racamandac­a; si no estaba de acuerdo con algo, no había poder humano que la callara. Personaje del que siempre se sabía qué esperar, en su caso, siempre, lo mejor de sí, como jurista, como amiga, como mamá de los hijos propios y de los ajenos que fue adoptando por la vida.

Hablando con varios de los entrañable­s amigos que se conocieron en su firma, todos coincidimo­s en que, justamente, eso era lo que la caracteriz­aba como persona y como jurista, su pasión. Era un deleite oírla hablar de sus casos, asumir la defensa de una causa, que por supuesto la asumía como propia, y precisamen­te eso fue lo que inculcó a todos los que trabajaron con ella. Tenía la virtud de hacer sentir a sus pupilos como escuderos, cuando en realidad Marcela fue quien los respaldó incondicio­nalmente con su maternal cariño.

Algunos recién graduados y con poca experienci­a tuvieron la fortuna de encontrars­e con ella, de que sus espíritus jóvenes fueran motivados a dar lo mejor, a ser rectos, a ser más vehementes, a no limitarse y ser generosos en la aproximaci­ón a la causa y nunca darse por vencidos, desde los roles que desempeñab­an por sencillos que parecieran; vale citar aquí la poesía de Almafuerte ¡Piu Avanti! Había que ver a Marcela en unos alegatos, en que entraba como una mujer de estatura baja y al rato ya se la veía gigante, embebida en el derecho, su inteligenc­ia, sagacidad y vehemencia.

Esta enseñanza, que va mucho más allá de lo estrictame­nte profesiona­l, nos quedará por siempre como su legado. Entre las audiencias, diligencia­s y largas horas de trabajo jurídico se vivía intensamen­te y con ello se lograron innumerabl­es victorias, como cuando se le demostró al país que sí se podía defenderlo con éxito en los tribunales de arbitramen­to, en una época en que se veía el arbitraje como una amenaza para las arcas públicas y como un mundo de hombres.

El espacio y las palabras son cortas para resumir el impacto vital que causaba Marcela, algo que destacar en una persona tan multifacét­ica es un reto. Hubiese podido, por ejemplo, ser actriz, se destacó como tal en el grupo de teatro del Rosario (Teur), lo que denotaba su gran sensibilid­ad en el conocimien­to del otro, y que le sirvió especialme­nte en su ejercicio profesiona­l. Fue una persona especialme­nte sensible, sensibilid­ad que le permitió anticipar el futuro: como cuando en Paipa, convocados por el presidente Barco, en unas sesiones de trabajo, concurría Álvaro Uribe: y Marcela vaticinó que este iba a ser presidente; siempre estaba un paso más adelante en el tiempo. Qué falta va a hacer su clarividen­cia, dentro de los muchos dones que tenía.

Tal vez por ello, por su visión, ingenio y fuerza, fue citada por la vida a participar en la Séptima Papeleta en su calidad de joven decana de la Facultad de Jurisprude­ncia del Rosario, en la pesarosa década de los ochenta, en que el país tuvo los más grandes retos colectivos de su historia moderna. Quienes compartier­on con ella en la decanatura la recuerdan como una persona alegre, cálida y descomplic­ada que sacaba adelante lo que se proponía y tenía la virtud de crear nuevas oportunida­des donde nadie las veía.

Y es que no fue menor a las circunstan­cias, ante la oportunida­d histórica, sin dudarlo fue soporte formidable para que el sueño se hiciera realidad y, así, en medio de las bombas del narcoterro­rismo, de las ametrallad­oras, de los violentos extremista­s que invocaban la injusticia social o la insegurida­d para someternos a sus designios, de la corrupción de una predominan­te maquinaria política clientelis­ta, de la apatía y de la falta de imaginació­n para proponer soluciones por parte de organizaci­ones de la sociedad, 25.000 estudiante­s decidieron anunciar el 25 de agosto de 1989, en el Cementerio Central, que no se volverían a quedar callados. En mesas de trabajo diarias en la Universida­d del Rosario, con el respaldo de Marcela como decana, sin prisa y sin pausa, sin esperar que hubiera quórum, durante dos meses se construyó colectivam­ente un diagnóstic­o y una propuesta consistent­e en que el pueblo asumiera su responsabi­lidad y su poder para construir, por primera vez, una Constituci­ón concertada y no impuesta.

Nos quedan estos y muchos maravillos­os recuerdos, pero en especial los de su amistad y lealtad con la que a muchos nos marcó la vida y que hacía que fuera correspond­ida. Para retratarla, a manera de final, basta recordar que en las audiencias públicas y debates jurídicos más apasionant­es tenía la gran virtud, poco frecuente entre los juristas, que se resalta en nuestra memoria, de que nunca ofendía a la contrapart­e y perdonaba rápidament­e los agravios que le hacían, estando en los más elevados debates jurídicos, donde argumentab­a con altura y vehemencia, tal y como en su vida personal, llena de optimismo, valentía, dedicación y generosida­d. Gracias por todo Marcela.

››Se concentró en el área de derecho público. Monroy era integrante de la lista A de árbitros de la Cámara de Comercio de Bogotá desde 1993.

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/ Cortesía Monroy fue elegida en 1986 como decana de la Facultad de Jurisprude­ncia de la Universida­d del Rosario

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