Marcela Monroy, portento de mujer
Tras el lamentable fallecimiento de la prestigiosa abogada rosarista Marcela Monroy, varios de sus homólogos la recuerdan.
Buscando palabras ante la partida de Marcela y evitando hacer una simple lista de sus éxitos y honores recibidos como abogada, varios de quienes la conocimos y trabajamos con ella en diferentes épocas y escenarios, alejándonos de lo “anecdótico” de que haya partido por la pandemia, decidimos intentar captar su esencia, esa que ahora está fundida con el infinito, para así recordarles a propios y contarles a extraños quién era ella:
Pasión pura si fuera en una sola palabra, de voz ronca y profunda, perfecta para ella; se sabía que ya venía por el camino desde lejos, siempre avasallante, pero sin perder su femenina sensibilidad. Matrona en todos los sentidos, con ojos escrutadores y de mirada sostenida, de aquella que agrada en un amigo y molesta en el que no lo es. Amante de la moda y, en general, de las cosas buenas de la vida. De personalidad franca, sin ambages ni dobleces, que se brindaba con incondicional amistad, sincera de racamandaca; si no estaba de acuerdo con algo, no había poder humano que la callara. Personaje del que siempre se sabía qué esperar, en su caso, siempre, lo mejor de sí, como jurista, como amiga, como mamá de los hijos propios y de los ajenos que fue adoptando por la vida.
Hablando con varios de los entrañables amigos que se conocieron en su firma, todos coincidimos en que, justamente, eso era lo que la caracterizaba como persona y como jurista, su pasión. Era un deleite oírla hablar de sus casos, asumir la defensa de una causa, que por supuesto la asumía como propia, y precisamente eso fue lo que inculcó a todos los que trabajaron con ella. Tenía la virtud de hacer sentir a sus pupilos como escuderos, cuando en realidad Marcela fue quien los respaldó incondicionalmente con su maternal cariño.
Algunos recién graduados y con poca experiencia tuvieron la fortuna de encontrarse con ella, de que sus espíritus jóvenes fueran motivados a dar lo mejor, a ser rectos, a ser más vehementes, a no limitarse y ser generosos en la aproximación a la causa y nunca darse por vencidos, desde los roles que desempeñaban por sencillos que parecieran; vale citar aquí la poesía de Almafuerte ¡Piu Avanti! Había que ver a Marcela en unos alegatos, en que entraba como una mujer de estatura baja y al rato ya se la veía gigante, embebida en el derecho, su inteligencia, sagacidad y vehemencia.
Esta enseñanza, que va mucho más allá de lo estrictamente profesional, nos quedará por siempre como su legado. Entre las audiencias, diligencias y largas horas de trabajo jurídico se vivía intensamente y con ello se lograron innumerables victorias, como cuando se le demostró al país que sí se podía defenderlo con éxito en los tribunales de arbitramento, en una época en que se veía el arbitraje como una amenaza para las arcas públicas y como un mundo de hombres.
El espacio y las palabras son cortas para resumir el impacto vital que causaba Marcela, algo que destacar en una persona tan multifacética es un reto. Hubiese podido, por ejemplo, ser actriz, se destacó como tal en el grupo de teatro del Rosario (Teur), lo que denotaba su gran sensibilidad en el conocimiento del otro, y que le sirvió especialmente en su ejercicio profesional. Fue una persona especialmente sensible, sensibilidad que le permitió anticipar el futuro: como cuando en Paipa, convocados por el presidente Barco, en unas sesiones de trabajo, concurría Álvaro Uribe: y Marcela vaticinó que este iba a ser presidente; siempre estaba un paso más adelante en el tiempo. Qué falta va a hacer su clarividencia, dentro de los muchos dones que tenía.
Tal vez por ello, por su visión, ingenio y fuerza, fue citada por la vida a participar en la Séptima Papeleta en su calidad de joven decana de la Facultad de Jurisprudencia del Rosario, en la pesarosa década de los ochenta, en que el país tuvo los más grandes retos colectivos de su historia moderna. Quienes compartieron con ella en la decanatura la recuerdan como una persona alegre, cálida y descomplicada que sacaba adelante lo que se proponía y tenía la virtud de crear nuevas oportunidades donde nadie las veía.
Y es que no fue menor a las circunstancias, ante la oportunidad histórica, sin dudarlo fue soporte formidable para que el sueño se hiciera realidad y, así, en medio de las bombas del narcoterrorismo, de las ametralladoras, de los violentos extremistas que invocaban la injusticia social o la inseguridad para someternos a sus designios, de la corrupción de una predominante maquinaria política clientelista, de la apatía y de la falta de imaginación para proponer soluciones por parte de organizaciones de la sociedad, 25.000 estudiantes decidieron anunciar el 25 de agosto de 1989, en el Cementerio Central, que no se volverían a quedar callados. En mesas de trabajo diarias en la Universidad del Rosario, con el respaldo de Marcela como decana, sin prisa y sin pausa, sin esperar que hubiera quórum, durante dos meses se construyó colectivamente un diagnóstico y una propuesta consistente en que el pueblo asumiera su responsabilidad y su poder para construir, por primera vez, una Constitución concertada y no impuesta.
Nos quedan estos y muchos maravillosos recuerdos, pero en especial los de su amistad y lealtad con la que a muchos nos marcó la vida y que hacía que fuera correspondida. Para retratarla, a manera de final, basta recordar que en las audiencias públicas y debates jurídicos más apasionantes tenía la gran virtud, poco frecuente entre los juristas, que se resalta en nuestra memoria, de que nunca ofendía a la contraparte y perdonaba rápidamente los agravios que le hacían, estando en los más elevados debates jurídicos, donde argumentaba con altura y vehemencia, tal y como en su vida personal, llena de optimismo, valentía, dedicación y generosidad. Gracias por todo Marcela.
››Se concentró en el área de derecho público. Monroy era integrante de la lista A de árbitros de la Cámara de Comercio de Bogotá desde 1993.