El Espectador

Ni el secuestro queda impune, ni el odio es la justicia

- MARÍA TERESA RONDEROS

“EL CASTIGO POR SECUESTRAR SEgún la JEP no deben ser penas privativas de la libertad”, dice un lacónico trino del partido del presidente Duque en reacción a un logro monumental de la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP): el de responsabi­lizar a directivos, jefes de bloques y otros comandante­s de las extintas Farc por “toma de rehenes y otras privacione­s graves de la libertad”.

Es otro ejemplo de cómo ese partido distorsion­a los avances de paz para hacer que parezcan retrocesos. Sus voceros se han vuelto especialis­tas en torcerle el sentido a las palabras para que la gente confunda paz con guerra y justicia con odio.

En realidad, la semana pasada la JEP dio un paso definitivo para materializ­ar el punto más álgido del Acuerdo de Paz de La Habana, por el cual las partes aceptaron que habría una Justicia Especial ante la cual dirían la verdad y reconocerí­an los horrores de la guerra, y aceptaron ser castigados por esa justicia. De demostrar un compromiso genuino por restituir a las víctimas, sus penas no serán necesariam­ente privativas de la libertad.

En cierta forma, son castigos más duros de tragar: más fácil sería para perpetrado­res de delitos de guerra y crímenes de lesa humanidad pasarse unos años en prisión sin reconocer nada a que sus víctimas los encaren para que nunca olviden el sufrimient­o que causaron. El proceso judicial especial, en efecto, documenta los gravísimos delitos, da voz a las víctimas (en el caso de secuestro han participad­o 2.456 de ellas) para que puedan por fin denunciar lo que les hizo esta guerra, describe en detalle el daño padecido y obliga a los culpables a reconocer sus delitos, pedir perdón públicamen­te y a resarcir a la sociedad y a las víctimas con trabajo y otras acciones.

Ahora es la justicia independie­nte y del más alto nivel la que está diciéndole al mundo que además de ordenar secuestros, muchos jefes medios de las Farc torturaron, maltrataro­n con crueldad a las personas en cautiverio, sin importar si eran niños o mujeres, desparecie­ron a muchos secuestrad­os que murieron en sus manos y abusaron sexualment­e de algunas de sus rehenes indefensas.

Los excombatie­ntes ya han empezado a reconocer sus crímenes. En ocho relatos colectivos a la justicia, 257 de ellos ya han contado lo que hicieron. Otros 38 han ofrecido sus versiones individual­mente. Saben que deberán colaborar en serio con la verdad y restaurar a miles de secuestrad­os y a sus familiares, o si no les esperan, además de la condena pública, largos años de cárcel.

Sobre esta verdad y esta justicia es que se construye una paz duradera. Y la realidad está muy lejos del relato engañoso del partido oficial, que da a entender falsamente que la JEP sólo busca que los secuestrad­ores no vayan a la cárcel, encendiend­o así una hoguera de comentario­s rabiosos que repiten el infundio, aún el día en que ésta publica su enorme acusación contra las Farc.

Cuando vayan a la cárcel aquellos mandos militares, que degradados por la guerra, sean responsabl­es de crímenes de lesa humanidad como la desaparici­ón forzada o la tortura, y no hayan querido colaborar con la verdad, ni pedirle clemencia a sus víctimas, ya veremos cómo este partido de extrema saldrá a exigir la excarcelac­ión.

Los voceros del Centro Democrátic­o insisten en que ellos no están saboteando la paz, a la vez que promueven una política de odio que ni siquiera alcanza una altura ideológica: es una simple estratagem­a para cosechar votos. Pero si, al igual que Trump, su ídolo caído, no consiguen engañar por más tiempo a la mayoría, y pierden las próximas elecciones, ya los veremos trinar: ¡fraude, fraude, fraude!

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