El Espectador

“La locura de Machuca”: vanguardia tropical desde Barranquil­la

Este proyecto, liderado por Lucas Silva y Samy Ben Redjeb, es una compilació­n con algunos temas del catálogo de Discos Machuca, un sello disquero arriesgado, extraño y desconocid­o de la música colombiana.

- DAVID MARTÍNEZ HOUGHTON

El personaje (el profeta)

Luego de dejar su oficina en el centro de Barranquil­la, Rafael Machuca, abogado, se encuentra con su amigo Humberto Castillo, comerciant­e de discos, en la esquina de la 72 con 46 para contratar un conjunto vallenato. Esa noche de 1975, su jefe hará una fiesta y le ha dado unos billetes para que contrate a los músicos. Después de acordar con los hermanos Caraballo, se embarca en una farra de varias noches y al menos tres ciudades. En una de esas borrachera­s, o mejor, en un momento de lucidez que le dejaba esa borrachera de una semana entera, el doctor Machuca, hasta ese momento burócrata de Impuestos y Aduanas Nacionales, habla de grabar un disco, de dejar todo, de prensar esa música que le impide irse a dormir y volver con su familia. Aunque nadie lo toma en serio, esta idea queda girando en su mente varias semanas y al final, obstinado, convence a su amigo Humberto de que lo apoye. En cuestión de días, este personaje anodino, funcionari­o promedio, se propone crear un sello disquero.

El lugar

Machuca sabe que lo bueno de Barranquil­la es que toca buscar en el fondo, en el barrio, en el callejón, en los patios de las casas, en la trastienda. Ahí empieza a revelarse la ciudad. Gracias a Dios, él ha aprendido a buscar. Por eso, cada que se emborracha en una casa en el Prado o en el Country, deserta y toma un taxi que lo lleva a buscar fiestas en las que tocan músicos anónimos. Solo 15 cuadras al sur, el paisaje sonoro cambia: soukous, highlife, champeta, cumbia, afrobeat, psicodelia, funk, demencia, bailoteo, poca compostura. Esa es la ciudad que quiere poner a sonar en sus discos.

El momento

¿Cuál es el momento para la vanguardia? Cualquiera. Algunos dirán que la innovación en el arte es imposible, que después del surrealism­o y el dadá todo es cliché. De pronto ser vanguardis­ta es saber copiar con estilo. Como en el rap, como en los picós, como en la vida. De cualquier forma, en el año 1975, en una ciudad intermedia de un país del tercer mundo, un hombre crea un sello disquero de vanguardia. Copia, hace covers, graba a sus artistas favoritos, improvisa. Al principio fue un delirio de borrachera. Meses después, aún en el delirio, se convierte en una empresa más digna de un poeta que de un abogado de la DIAN. Machuca Records. Discos Machuca. Pareciera un nombre para un sello pensado por un hípster londinense. Pero es 1975, y en Europa todavía no se interesan por la música tropical. Así que Machuca toma su apellido y este es el único respaldo para crear su proyecto. Machuca es libre y nadie espera nada de él. Así que lo mejor es tomar el riesgo. Al fin y al cabo el mundo se está acabando, Barranquil­la desaparece del mapa y todo se va por un arroyo. Solo queda la música, la de las fiestas de barrio. Sus amigos de la oficina creen que en esas farras todo es peligro, puñal, picós, perico, putas. Y Machuca sabe que de eso hay, no lo niega, pero no es solo eso. También hay música psicodélic­a, ácida, de esa que se siente como un disparo en el cerebro y luego como un manoseo lento, seguro y perfecto.

La gesta

Por supuesto, grabar discos no es gratis. Para pagar su capricho, Machuca se endeuda y con eso produce canciones de grandes como Aníbal Velázquez y Alejo Durán. A ellos hay que dejarlos tocar. Ya traen todo. Así, Aníbal grabó 30 canciones en dos horas y Machuca y Humberto no dijeron ni mu. Un monstruo, un gigante. Pero Machuca lo que quiere es probar, ensayar, tirar los dados. Para eso necesita bandas jóvenes. Agrupacion­es que él mismo crea en la antesala y que luego bautiza con nombres kitsch: La Francachel­a, El Grupo Folclórico, Cumbia Siglo XX, El grupo d’Abelard, King Somalie y hasta un pastiche con todas las de la ley, Myriam Makenwa. El resultado, un pequeño pero sorprenden­te catálogo que se mueve entre la psicodelia, el funk, la cumbia y la champeta, entre África y el Caribe.

El legado

Colombia es, desde hace décadas, una meca musical de América Latina. Lo saben los de KEXP, lo saben en radio Gladys Palmera, lo sabe David Byrne, lo sabe la gente de Soundway, lo sabe Peter Gabriel de Real World, lo sabe Quantic y lo supo a tiempo Richard Blair. Lo malo, o quizá lo inevitable, es que en este país casi nadie lo sabe. Por eso hablar de legado es difícil. Un legado se expande, se enaltece, se recuerda, se cuida. Pero no en Colombia, mucho menos en Barranquil­la. Aquí se echa cemento, se reemplaza, se evade, se derrumba. La meta es parecerse a Miami, pero sin los barrios del sur, sin Soledad. Por eso no es extraño que nadie hable de Machuca. Toca ir a Discolombi­a, toca ir a los barrios en los que pasan las cosas. Toca buscar, toca preguntar. Lo cierto es que discos Machuca se creó, existió y dejó una huella. Y ocurrió en Barranquil­la, mientras no estaba pasando nada.

Los exégetas

Quedan algunos que se aferran, que hablan de ese pasado y a veces, solo a veces, son escuchados. Está Eblis Álvarez y su Cumbia Siglo XXI. Está Mario Galeano y sus cumbiones ácidos. Están Palenque

Records y los demás sellos pequeños de música tropical. Está Don Alirio. Están los dueños de los picós que aún se arriesgan a poner los temas del Grupo Bola Roja y del Conjunto Barbacoa. Está, como un gran planeta que se sostiene en su propia órbita, Discos Fuentes, que terminó por comprar el catálogo de Machuca. Está, gracias a los dioses, el maestro Abelardo Carbonó. Y al final, como episodio reciente, está la edición recopilato­ria editada por el sello alemán Analog Africa. El resultado de diez años de trabajo, de arqueologí­a sonora, de esfuerzos entre Lucas Silva y Samy Ben Redjeb. Diez años de huaquear, de gastarse los ahorros personales y echar adelante un proyecto que, hasta ahora, sigue volando en la cabeza de algunos europeos y uno que otro coleccioni­sta de Chapinero, pero que aún reclama mayor difusión. Es muy posible que predicar este evangelio de psicodelia tropical sea como arar en el mar. Puede que no. Puede que esa tarea de conservar el pasado y ponerlo a hablar con el futuro sea algo necesario, heroico y solitario. Algo que nadie agradece ni reconoce, pero que al final termina por hacer la vida de algunos un poco más llevadera.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia