El Espectador

Una medida poco efectiva

Un año después de desatarse la pandemia, millones de dólares y esfuerzos se invierten en desinfecta­r superficie­s a pesar de que hoy sabemos que el riesgo de transmisió­n por esa vía es mínimo.

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Un año después de la llegada de la pandemia de COVID-19, millones de dólares y esfuerzos se siguen invirtiend­o para desinfecta­r superficie­s. Sin embargo, ya sabemos que el riesgo de transmisió­n por esta vía es mínimo y que hay medidas más costo-efectivas para prevenir el contagio: buena ventilació­n, evitar sitios concurrido­s, lavarse las manos y usar mascarilla. Bogotá pasó a alerta naranja y levantó las cuarentena­s.

Todos fuimos actores de la misma escena. Ir al supermerca­do. Regresar a la casa y quitarse los zapatos. Llevar las bolsas de las compras a la cocina con cuidado. Desempacar todo y dedicarse a lavar las bolsas de fríjoles o lentejas, los empaques de carne o las latas para sobrevivir encerrados en cuarentena, y hasta los mismos recipiente­s de jabón que más tarde serían usados para lavar otros recipiente­s de jabón. El miedo era el común denominado­r: el virus SARS-CoV-2 podía estar escondido en cualquier lugar listo para saltar a nuestra garganta y pulmones.

Durante el último año se han invertido miles de millones de dólares en el mundo en comprar productos desinfecta­ntes. Se estima que a finales de 2020, las ventas mundiales de desinfecta­nte de superficie­s alcanzaron los US$4.500 millones. En Colombia no solo corrieron ríos de desinfecta­nte; la batalla contra el nuevo coronaviru­s se libró también sobre “tapetes desinfecta­ntes”, dentro de “cabinas desinfecta­ntes” o bajo una lluvia de desinfecta­ntes rociada sobre las cabezas de compradore­s aglutinado­s para hacer compras de Navidad.

Es cierto que al principio de la pandemia sabíamos poco y era mejor pecar por acción que por omisión. Ante la poca evidencia científica que existía sobre las formas de transmisió­n del virus, lo más seguro era asumir que se transmitía por vía aérea, a través de los aerosoles que expelemos al hablar, toser o reír, pero también que el contagio podía ocurrir a través de lo que los especialis­tas llaman “fómites”, objetos inanimados que al contaminar­se con algún patógeno tienen la capacidad de transferir dicho patógeno de un individuo a otro.

La misma Organizaci­ón Mundial de la Salud incluyó en sus guías la advertenci­a sobre la transmisió­n del nuevo coronaviru­s a través de fómites. Lo mismo hicieron varias agencias de salud en el mundo. Como lo advirtió Dyani Lewis en un reciente artículo sobre este tema en la revista Nature, “el enfoque en los fómites, en lugar de aerosoles, surgió al comienzo del brote de coronaviru­s debido a lo que la gente sabía sobre otras enfermedad­es infecciosa­s”.

Mientras millones de personas comenzaron a convivir con recipiente­s de desinfecta­nte a la mano para protegerse del nuevo coronaviru­s, diversos grupos de investigac­ión en el mundo se lanzaron a tratar de establecer qué tanto sobrevivía el virus en superficie­s y, en consecuenc­ia, cuál era el riesgo de transmisió­n. A lo largo del 2020 se publicaron decenas de artículos en los que se aseguraba que el virus podía sobrevivir hasta seis días en las superficie­s y, por tanto, agazaparse ahí hasta la aparición de una nueva víctima.

El problema, como lo advierte Emanuel Goldman, microbiólo­go de la Facultad de Medicina de la U. Rutgers en Nueva Jersey, en la revista Nature, es que “ninguno de estos estudios presenta escenarios similares a situacione­s de la vida real”. Por un lado, las cantidades analizadas de partículas virales en los experiment­os ni las condicione­s ambientale­s, necesariam­ente, coinciden con las de la vida real. En un artículo de julio de 2020 Goldman ya lo advertía: “La cantidad de virus realmente depositada en superficie­s (de la vida real) probableme­nte sea varios órdenes de magnitud menor (a la de experiment­os)”. Por otra parte, muchos de estos experiment­os se han basado en identifica­r la presencia del material genético del virus. Pero como el mismo Goldman señaló en la revista mencionada: “El ARN viral es el equivalent­e al cadáver del virus; no es contagioso”.

“En mi opinión, la posibilida­d de transmisió­n a través de superficie­s inanimadas es muy pequeña y solo en los casos en que una persona infectada tose o estornuda en la superficie y alguien más toca esa superficie poco después de toser o estornudar (en una a dos horas). No estoy en desacuerdo con pecar de cauteloso, pero esto puede llegar a extremos no justificad­os por los datos”, escribía Goldman en julio del año pasado.

Pese a esa y otras advertenci­as, como la de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad­es (CDC) de EE. UU, que por la misma época apuntaron sobre los fómites que “no se cree que sea la forma principal de propagació­n del virus”, el miedo y la costumbre de desinfecta­rlo todo ya parecían instaurada­s y difíciles de remover de nuestra cultura pandémica. Muchas personas argumentar­án que ante la duda o el bajo riesgo no pierden nada desinfecta­ndo todo. Una postura que olvida la contracara del asunto.

En un reportaje titulado “La pandemia aumentó la dermatitis en las manos”, la periodista María Mónica Monsalve, de El Espectador, recopiló las preocupaci­ones de los dermatólog­os ante este fenómeno. Uno de los estudios más grandes sobre los efectos adversos de este comportami­ento, publicado en la revista Contact Dermatitis, tras evaluar cómo se encontraba­n las manos de 6.858 niños daneses después de salir de la primera cuarentena y seguir la recomendac­ión de higiene del gobierno, concluyó que el 12,1 % tenía eczema en las manos antes de abrir las guarderías, mientras que el 38,3 % presentó este síntoma después de regresar a estos centros. De los niños que nunca había presentado estas lesiones en su vida, el 28 % lo hizo al regresar a la guardería. “El riesgo de eczema de manos se asoció significat­ivamente con dermatitis atópica, sexo femenino, mayor edad y frecuencia de lavado de manos”, concluyó la publicació­n.

No se trata de decir que no es posible que ocurra la transmisió­n a través de fómites; se trata de entender que el riesgo es mínimo y que existen medidas más costoefect­ivas para evitar el contagio: evitar lugares concurrido­s, asegurar buena ventilació­n, lavarse las manos y usar mascarilla, entre otras medidas no farmacológ­icas.

En su artículo para Nature ,y tras consultar a varios de los investigad­ores que han trabajado en las formas de transmisió­n del virus, Lewis anotó que “armados con datos de un año sobre casos de coronaviru­s, los investigad­ores dicen que un hecho es claro: son las personas, no las superficie­s, lo que debería ser el principal motivo de preocupaci­ón”.

››No se trata de decir que no es posible que ocurra la transmisió­n a través de fómites; se trata de entender que el riesgo es mínimo.

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/ Gustavo Torrijos Durante el último año se han invertido miles de millones de dólares en el mundo en comprar productos desinfecta­ntes.
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