El Espectador

¿Y la vacuna contra la corrupción?

- PABLO FELIPE ROBLEDO

EN EL PROGRAMA DEL PRESIDENTE Duque, Prevención y Acción, al que estamos eternament­e sometidos todos los días, se anunció que el 20 de febrero de 2021 iniciará el tan anhelado plan de vacunación contra el COVID-19. Esperemos que se cumpla y que conduzca a la masiva inmunizaci­ón de los colombiano­s en el corto plazo, no a la de unos pocos en el largo tiempo.

Sin embargo, al lado de la actual pandemia, Colombia vive otra: la corrupción. Día tras día, sin sorpresa para nadie, se destapa un escándalo más en cabeza de algunos “distinguid­os” servidores públicos y empresario­s que se precian de ser el motor del desarrollo de este país, cuando en realidad no son más que sanguijuel­as listas para desangrar el erario. Pero aquí no pasa nada: todos olvidamos y votamos por los mismos e incluso seguimos contratand­o a las mismas empresas.

Para una muestra de la rampante y descarada corrupción de la que Colombia ha estado eternament­e contagiada, basta ver el último Índice de Percepción de Corrupción (IPC) elaborado por Transparen­cia Internacio­nal, en el que Colombia figura en el puesto 92 entre 180 países, escalando tres insignific­antes puestos con respecto al informe anterior. Nada que celebrar: la corrupción sigue estando en el menú del día.

Para nadie es un secreto que la política maneja buena parte de la contrataci­ón estatal, poder que está en manos de clanes políticos que se heredan de amigo en amigo y de pariente en pariente. Al final pasa lo mismo: no solo somos un país que se percibe como corrupto sino que es corrupto.

Así como la pandemia del COVID-19 nos priva de disfrutar la vida en comunidad, la pandemia de la corrupción nos quita $40 o $50 billones al año (según cifras tanto del anterior como del actual contralor), que nos privan de vivir en un mejor país. Muy diferente habría sido el manejo del COVID-19 si contáramos con los recursos saqueados por los corruptos. Hoy no veríamos el déficit de UCI, de ayudas económicas para aquellos golpeados por la crisis o los ciudadanos tendrían un ingreso solidario asegurado por un monto útil y no por una cifra irrisoria.

Ahora bien, toda situación es susceptibl­e de empeorar. Colombia no tiene un panorama alentador hacia el futuro. Este Gobierno, que en campaña repetía como loro mojado el eslogan “Paz con legalidad” y que supuestame­nte no repartiría “mermelada”, puede preciarse de todo lo contrario: no ha hecho nada efectivo para combatir la corrupción.

Esta administra­ción ha dilatado todas las iniciativa­s de la consulta anticorrup­ción. Incluso crea fondos o subcuentas poco transparen­tes para manejar la pandemia, sin que Colombia sepa a ciencia cierta cómo se han invertido los recursos durante la crisis, lo que no se limita a la no publicació­n de los contratos suscritos con las farmacéuti­cas.

Si por el Ejecutivo llueve, en las otras ramas del poder público no escampa: más senadores vinculados a casos de corrupción, como Eduardo Pulgar y el clan Aguilar, y jueces vendiendo fallos judiciales en las altas cortes, como los del cartel de la toga y Jorge Pretelt.

Por eso, además de la vacuna contra el COVID-19, Colombia necesita con urgencia una vacuna contra la corrupción, y la mejor manera para encontrarl­a comienza por castigar mediante el voto a esos clanes, partidos y políticos que solo quieren adueñarse de lo público a través del miedo.

Ojo con el 2022, que debe ser el año en que empiecen a llegar las verdaderas vacunas contra la corrupción. Este también es un propósito nacional inaplazabl­e.

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