El Espectador

Buenaventu­ra urge medidas ambiciosas

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2021, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXII. www.elespectad­or.com

NI EL DESANGRE NI EL CANSANCIO de Buenaventu­ra son nuevos. La frustració­n de los ciudadanos, expresada en protestas y en el doloroso mensaje de #SOSBuenave­ntura, representa décadas de olvido, corrupción, promesas sin cumplir y un Estado que se mueve entre la indolencia y la impotencia. La crisis más reciente, que involucra a dos bandas criminales aterroriza­ndo a un barrio entero, el Juan XXIII es solo una cicatriz más en uno de los puertos más importante­s del país. Es inaceptabl­e que la preocupaci­ón de muchos sea por las protestas y no por el hecho de que hay tantas familias desplazada­s. ¿Hasta cuándo?

Basta con leer al alcalde de Buenaventu­ra, Víctor Hugo Vidal, hablando con El Espectador. Vidal, quien fue elegido como producto de un movimiento cívico que buscaba ver representa­das las protestas de los ciudadanos en la Alcaldía, deja ver su frustració­n. “Buenaventu­ra, por su condición de puerto internacio­nal, es atractiva para los grupos ilegales”, explica. “No desde hoy, ya vamos para la tercera década viviendo enfrentami­entos a sangre y fuego por el control del territorio. Hemos venido llamando la atención del origen y la motivación de la violencia en Buenaventu­ra. Hemos querido posicionar que aquí no hay un caso particular de delincuenc­ia común”.

Es un diagnóstic­o gravísimo. Y está en lo cierto. Daniel Palacios, ministro del Interior, pareció dar un parte de normalidad por la llegada de un contingent­e de Fuerza Pública a la ciudad -como si esa fuera la gran solución, por cierto-, al decir en RCN Radio que “una cosa es que un miembro de un grupo criminal haga disparos al aire o que un bandido haga una acción de sicariato y otra que haya control territoria­l de un grupo criminal”. Si esa es la mirada oficial, está desconocie­ndo lo que dicen los habitantes de Buenaventu­ra y el mismo alcalde. El problema es que seguir subestiman­do el problema no permite solucionar­lo ni entender su complejida­d.

Las fallas no son creadas por la administra­ción de Iván

Duque, pues a lo largo de las décadas la política estatal ha sido la de tomar medidas insuficien­tes. Los resultados saltan a la vista. Cerca de 120.000 bonavarens­es están en condición de pobreza, más de 227.000 personas no tienen ingresos fijos y se ha reportado un enorme subregistr­o en el reclutamie­nto forzado de menores por parte de las bandas criminales. En esta coyuntura de enfrentami­ento entre los actores ilegales, hay 170.000 personas en riesgo y más de 30 familias desplazada­s. Es la paradoja de la desigualda­d del modelo de desarrollo colombiano: un puerto esencial para el país ha dejado a la población que lo rodea en el olvido, la pobreza y la negligenci­a de la burocracia.

Escribiend­o hoy para El Espectador, Jaime Arocha cuenta cómo ya perdió la cuenta de “las cartas que he firmado urgiendo a las administra­ciones presidenci­ales que se han sucedido a lo largo de los últimos 30 años para que cumplan con su deber constituci­onal de proteger la vida y los derechos de los pueblos de ascendenci­a africana”. Siguen siendo necesarias esas misivas, pero siguen cayendo en oídos sordos.

Nos unimos, entonces, al clamor. No podemos seguir ignorando lo que ocurre en Buenaventu­ra, menospreci­ando la gravedad y esperando que la situación se componga sin medidas ambiciosas. Es tiempo de actuar.

‘‘La frustració­n de los bonavarens­es representa décadas de olvido, corrupción, promesas sin cumplir y un Estado que se mueve entre la indolencia y la impotencia”.

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