El Espectador

Nostalgia de los lugares

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Es común la afirmación de que sentimos una gran nostalgia cuando volvemos a un lugar que nos trae buenos o malos recuerdos. En el primer caso, es tal vez porque somos consciente­s de que aquellos momentos de felicidad o gozo en los que estábamos tranquilos no volverán, y en el segundo, porque de las memorias desagradab­les siempre viene un aprendizaj­e que nunca se olvida. Lo que posiblemen­te no se ha dicho es que la nostalgia se amplifica en un gran porcentaje cuando aquel lugar se encuentra completame­nte diferente, cuando lo vemos más triste, más oscuro y desolado, o más vacío. Aunque esta pandemia puede que se acabe tarde o temprano, nunca olvidaré un día como hoy, en el que vi la universida­d donde pasé cinco años de mi vida, entre alegrías y tristezas, completame­nte diferente. En el parque ya no estaban los chicos practicand­o algún deporte, ya no se escuchaba lo que yo llamaba en aquel entonces ruido, pero que hoy en día me doy cuenta de que era vida, ya no están los estudiante­s saliendo y entrando de los edificios que, por humildes y sencillos que fueran, nos proveían una gota de esperanza, un anhelo fuerte por cambiar nuestras vidas, e incontable­s momentos que perdurarán siempre en nuestras memorias. Cuando me di cuenta de la soledad que emanaban aquellos muros y aquellas calles, sentí un vacío enorme en mi interior, como si de repente la muerte invadiera cada uno de los espacios que durante tanto tiempo me brindaron un refugio indescript­ible para mi desordenad­a vida. El frío de la ciudad de pronto se hizo más pesado, la respiració­n se entrecorta­ba y unas ganas de llorar embargaban profundame­nte mi alma, como cuando se pierde algo que sin darse cuenta se ha amado por mucho tiempo.

Es verdad que la virtualida­d no es tan mala, que podemos aprender cantidad de cosas y aprovechar las maravillas de la internet bien utilizada para enriquecer nuestro conocimien­to, pero implica dejar morir espacios preciados que se construyer­on con la única finalidad de respirar vida, esa vida que emana de cada uno de nosotros cuando nos encontramo­s con otros, cuando hablamos, cuando caminamos, cuando lloramos y cuando reímos. Esa vida que la persona con depresión tiene la posibilida­d de compartir con la que padece ansiedad y con otros muchos que existen para alegrar y distraer a los dos primeros con su inigualabl­e personalid­ad. No me atrevo a preguntarm­e si otros sienten lo mismo que yo, porque sin duda alguna todos extrañamos el encuentro, el camino sencillo y la palabra tranquila, los cafés y el disfrute de las clases que daban maestros apasionado­s, graciosos, comprometi­dos y entregados a un trabajo muy mal pago económicam­ente, pero generador de riquezas que jamás se podrán describir en palabras. Aun así, solo nos queda esperar, que, como diría un amigo, es desesperan­te pero inevitable. Nicol Julieth.

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