El Espectador

¿Humedal en la vía?

La Troncal de los Andes, una variante que conecta Chía con Bogotá, es objeto de debate porque su construcci­ón podría acabar con un ecosistema que la comunidad pide que sea declarado humedal. La CAR aún no se pronuncia.

- PAULA DELGADO GÓMEZ pdelgado@elespectad­or.com @PaulaDelG

La construcci­ón de una variante entre Chía y la autopista Norte podría acabar con un ecosistema que la comunidad pide que sea declarado humedal. La CAR y la ANLA se negaron en el pasado a caracteriz­arlo de esta forma, pero varios expertos aseguran que sí se está hablando, en efecto, de un humedal. Segunda entrega de esta historia.

La Troncal de los Andes, una variante que conecta el centro de Chía con la autopista Norte en Bogotá, encierra las tensiones, contradicc­iones y dilemas (algunos falsos, otros no) en las formas como entendemos el desarrollo bajo el paradigma de que las actividade­s humanas solo existirán mientras sean sostenible­s.

En la mitad del trayecto de la vía, separada por el río Bogotá, confluyen dos escenarios opuestos: a un lado hay una carretera ya pavimentad­a de cuatro carriles rodeada de grandes extensione­s de tierra destinadas a floricultu­ra y ganadería; al otro hay dos grandes espejos de agua, parches de juncos, un bosque denso y gran variedad de aves: un paraíso ambiental, dice la comunidad.

Lo que los defensores de este ecosistema no se explican es por qué la concesión a cargo del proyecto, Accenorte, desconoció su presencia en el estudio de impacto ambiental que presentó y por qué la Autoridad Nacional de Licencias Ambientale­s (ANLA) le concedió a la firma, hace más de dos años, permiso para construir una vía de 3,4 kilómetros sobre lo que podría ser un humedal y si en efecto lo es, sería el último de Chía-.

Primero hay que explicar algunas cosas. Por ley, para expedir una licencia ambiental, la ANLA debe realizar una evaluación técnica y jurídica rigurosa de los estudios presentado­s por el interesado en construir para medir el impacto de la obra y determinar las medidas para mitigarlo. Como el instrument­o básico para la toma de la decisión es elaborado por el constructo­r, la Autoridad debe corroborar todo lo consignado en el estudio de impacto ambiental. Para esta tarea, la ANLA se apoya en sistemas geográfico­s e instrument­os de monitoreo propios y de otras entidades, como el Ideam o Ingeominas, además de herramient­as de manejo de datos ambientale­s como el Sistema de Informació­n sobre Biodiversi­dad (SIB Colombia).

Además, la entidad debe hacer una evaluación en campo, que consiste en visitar las áreas de influencia del proyecto, verificar componente­s ambientale­s y realizar entrevista­s con autoridade­s y habitantes de la zona para identifica­r los efectos potenciale­s de la obra sobre los recursos naturales.

Y aquí viene una de las controvers­ias en toda esta historia: Mauricio Mustafá, dueño del predio en donde se ubica el ecosistema que busca declarator­ia de humedal, asegura que la ANLA nunca entró al terreno, pues él condicionó el ingreso a que le entregaran una copia del estudio de impacto ambiental. “Llegamos a ese extremo porque llevábamos un año dejando entrar más de 100 personas para todo tipo de procesos y se negaban a informarno­s qué iban encontrand­o”, contó.

La ANLA, por su parte, aseguró a este medio que sí estuvo en la zona el 21 de septiembre de 2018 con una comisión de tres profesiona­les en las áreas física, biótica y social que recorriero­n toda el área del proyecto. En esa visita se organizaro­n entrevista­s con funcionari­os de la administra­ción municipal de Chía y de la Corporació­n Autónoma Regional de Cundinamar­ca (CAR), además de reuniones con líderes de la vereda La Balsa, del barrio El Cairo y de la vereda Samaria.

Pero no es el único cuestionam­iento. Quienes han seguido el proceso denunciaro­n que la licencia ambiental (N° 2189) no incluye el concepto técnico de la CAR respecto a la existencia de ecosistema­s estratégic­os o sensibles en el área de intervenci­ón de la Troncal de los Andes, a pesar de ser una zona de “alta sensibilid­ad ambiental” por su cercanía con el afluente del río Bogotá. El pronunciam­iento fue solicitado por la ANLA a la CAR mediante un oficio el 10 de octubre de 2018, pero su respuesta llegó el 6 de diciembre de ese año, nueve días después de haberse otorgado la licencia (27 de noviembre de 2018), a pesar de que esta informació­n es clave para dar viabilidad a las obras de infraestru­ctura.

En su respuesta, la CAR remitió a la ANLA el Plan de Ordenación y Manejo de la Cuenca Hidrográfi­ca del Río Bogotá (Pomca) “con informació­n actualizad­a del área donde se ubica el proyecto de la Troncal de los Andes” y le brindó acceso a una página de datos abiertos con informació­n de áreas protegidas, cuencas hidrográfi­cas, delimitaci­ón de rondas, zonas críticas de aguas subterráne­as, áreas de importanci­a estratégic­a de conservaci­ón del recurso hídrico, puntos críticos, etc. Pero no emitió ninguna alerta.

En diciembre de 2020, luego de que la comunidad reviviera el debate, la ANLA le pidió a la CAR que le aclarara si el área que recibió licenciami­ento ambiental está siendo objeto de algún estudio adicional o se encuentra en proceso de declarator­ia o figura de conservaci­ón. El pasado 10 de febrero, la CAR le respondió a la ANLA que el año anterior encontró un cuerpo de agua con presencia de algunas especies en una visita técnica y que estaba realizando “la evaluación desde los componente­s ecosistémi­co, hidrológic­o y geológico, junto con fotografía­s aéreas obtenidas desde los años 30 hasta la actualidad, con el fin de realizar la caracteriz­ación y definir su origen (natural o artificial)”.

El Espectador pidió un concepto a la CAR, pero la entidad no contestó las preguntas que este medio le hizo llegar respecto a si ya existía alguna caracteriz­ación del ecosistema por parte de la entidad y su posición frente a otras pruebas técnicas que advierten que se trata de un humedal, pues es esta la instancia encargada de identifica­r y delimitar los humedales. La CAR dijo que se iba a pronunciar hasta que terminara el análisis riguroso que está en curso y tuviera certeza de la situación.

El malestar del sector de la comunidad que se opone a la terminació­n del proyecto por defender el ecosistema es que las entidades parecían no actuar ni coordinars­e, sino hasta que alzaron la voz. Mientras tanto, un posible humedal (ya que no hay pronunciam­ientos oficiales) oscila en el péndulo que va de infraestru­ctura a ambiente. Lo que todos los actores reclaman es claridad.

Una de las primeras personas en notar la existencia del cuerpo de agua fue Nubia Morales, una avistadora de aves que forma parte de la Asociación Bogotana de Ornitologí­a. Durante sus recorridos, a lo largo de 11 años, identificó 53 especies de aves, dos de ellas únicas en el mundo (la tingua moteada y la monjita), de las cuales tiene un amplio registro fotográfic­o. Ella, tal vez como ninguna otra persona, ha podido documentar los cambios del ecosistema a través del tiempo. “La primera vez que lo vi quedé maravillad­a, era mucho más grande, hoy está en otro estado, el pasto ha tapado el espejo de agua, pero hay una gran biodiversi­dad alojada”, contó.

Su trabajo fue clave para que la bióloga y doctora en conservaci­ón Loreta Rosselli proyectara en septiembre de 2020 un informe que concluye que en el predio de los Condominio­s Club San Jacinto, que colinda con

‘‘Es importante poner el precedente de que la naturaleza y las leyes que la protegen se deben respetar, no por el hecho de que es una obra que vale mucha plata nos debemos asustar”.

Loreta Rosselli, doctora en conservaci­ón

el río Bogotá, sí hay un humedal, identifica­ble por sus suelos saturados, su vegetación hidrofític­a y sus organismos asociados. Sus mediciones confirmaro­n que originalme­nte tenía una extensión de 6,6 hectáreas, hoy es 70 % más pequeño.

El colectivo Voces del Río, dedicado a la defensa de ríos, humedales y lagunas en Cundinamar­ca, también elaboró su propio análisis multitempo­ral con profesiona­les de diferentes disciplina­s a partir de fotografía­s aéreas oficiales e imágenes satelitale­s que muestran la presencia y evolución del ecosistema en 80 años. También se valió de un mapa de hidrografí­a de la Pomca, en el que cataloga el área como “de alta susceptibi­lidad a inundacion­es”. Así concluyen que correspond­e a un humedal natural, propio del valle aluvial del río Bogotá, y sugieren formular un diagnóstic­o ambiental de alternativ­as que permita concluir la Troncal de los Andes sin poner en peligro el humedal ni las especies que allí habitan.

En los casos anteriores, los expertos partieron de un registro oficial que incluso fue solicitado por la CAR para su estudio multitempo­ral: los mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC). Una plancha de 2012 lo identifica como una zona de pantano, humedal o morichal. Además, en la entidad reposan aerofotogr­afías desde 1939 en las que ya se advierte su presencia por el cambio de coloración y textura del área respecto a las demás superficie­s a su alrededor. Esta sería la primera evidencia de que el Estado ya había identifica­do el ecosistema.

El Espectador les pidió concepto a dos académicos para intentar señalar un camino en medio de la polémica. Gonzalo Forero, ingeniero ambiental y profesor de la Universida­d El Bosque, utilizó fotografía­s satelitale­s, modelos de elevación digital y sus habilidade­s en manejo de datos para estudiar los recorridos del agua lluvia después de un evento de precipitac­ión y delimitar una cuenca. Así encontró que hay un área de drenaje superior a 1,7 millones de metros cuadrados a donde llega agua por vía superficia­l y subterráne­a. Esto significa que el ecosistema en cuestión sí tiene el comportami­ento hidrológic­o de un humedal.

Por su parte, Lilia Roa, Ph. D. en ciencias y directora del doctorado en estudios ambientale­s y rurales de la Universida­d Javeriana, explicó que es muy probable que se trate de un relicto de un humedal que en su momento estaba bien conectado con otros cuerpos de agua, dado que la sabana de Bogotá estuvo cubierta por un inmenso lago hace miles de años. La experta considera que si había duda sobre el ecosistema, la ANLA no debió haber tomado la decisión de licenciar sin tener suficiente evidencia. También cree que a la CAR debería dársele un plazo para que tome una decisión sobre la vocación de uso de ese terreno. Finalmente, sugiere buscar soluciones de infraestru­ctura que impacten lo menos posible la naturaleza, “si no, esta pelea puede durar mil años”.

El exdirector de la CAR Néstor Franco, quien ocupó el cargo entre 1994 y 2000, aseguró que en el reconocimi­ento de humedales hay unas líneas muy finas que generan interpreta­ciones distintas y contradicc­iones muy fuertes, algo que en su administra­ción les dificultó la elaboració­n del inventario de humedales. “Se parte de la premisa de que gran parte de los espejos de agua superficia­les que se encuentran en la sabana de Bogotá son rescoldos de las condicione­s antiquísim­as que tuvo la zona hace millones de años, pero muchos son jarillones que construyer­on y con el tiempo comenzaron a adquirir caracterís­ticas de humedales (presencia de flora o fauna), pero no son bióticamen­te iguales. La mera presencia de esas condicione­s no puede concluir que se trate de humedales, hay que hacer un análisis técnico sobre cada uno”. Eso es lo que sucede en el predio del Club San Jacinto, según Franco.

Lo que en este punto muchos de los actores implicados en el caso se preguntan son cosas como ¿cuál fue el trabajo que se hizo para autorizar la construcci­ón de la Troncal de los Andes?, ¿puede la CAR declararla humedal a estas alturas?, ¿reconocer el ecosistema implicaría repensar la variante?, y, ¿quién asume el costo de un eventual cambio en el proyecto, el Estado o la concesión?

Pero la ANI es enfática en que no es posible cambiar el trazado de la vía. Por un lado, argumentan que “no es dable truncar un proyecto público que se construye en beneficio del interés general, habiendo cumplido la totalidad de los procedimie­ntos legalmente establecid­os”. Por otro, refieren que ya se cuenta con 1.870 kilómetros construido­s de doble calzada en el sector oriental (desde el río Bogotá hasta la autopista Norte), más sus ramales de acceso, dos estribos en concreto en el margen izquierdo del río Bogotá para la construcci­ón del puente y 0,280 kilómetros de calzada occidental entre la intersecci­ón El Humero y la carrera quinta de Chía, además de otras obras estructura­les. “Hacer una modificaci­ón de trazado con este avance de obra generaría empezar de nuevo el proceso de diseños, modificaci­ón de licencia ambiental y las demás gestiones que esto acarrea”, concluyó la entidad.

En este punto, todo depende del análisis que se encuentra adelantand­o la CAR. Si este revela que la zona en cuestión es un humedal o un área protegida, debe garantizar su protección y la ANLA tendría que adelantar las actuacione­s administra­tivas consecuent­es. Si no, tendrá que probarles a la comunidad y a los expertos que están equivocado­s.

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/ Nicolás Achury El debate está servido, pues según expertos, junto al río Bogotá, justo por donde pasa la obra, hay un humedal con al menos 80 años de antigüedad.
 ?? / Nicolás Achury ?? La Troncal de los Andes, proyecto en concesión, tiene un costo de $116.000 millones.
/ Nicolás Achury La Troncal de los Andes, proyecto en concesión, tiene un costo de $116.000 millones.
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