El Espectador

La desfachate­z

- PABLO FELIPE ROBLEDO

COLOMBIA NECESITA SACUDIRSE. No es posible seguir teniendo un país en el que las empresas del hombre más rico del país pagan un millonario soborno a un viceminist­ro para la adjudicaci­ón de una gran obra de infraestru­ctura; donde los paramilita­res, narcotrafi­cantes y guerriller­os financian campañas políticas de Congreso, alcaldías, gobernacio­nes y hasta de presidente; donde un “caballero de industria” es postulado para recibir el reconocimi­ento como empresario del año, a pesar de que todo el mundo sabe que ha tenido vínculos con el tráfico de armas, el narcotráfi­co y la corrupción; o donde el político más poderoso de las últimas décadas goza de todo tipo de vínculos, acusacione­s e investigac­iones que lo juntan a la más temible criminalid­ad. Me resisto a ello.

Hemos vivido por décadas bajo ese panorama y ya nada debería sorprender­nos. Sin embargo, las noticias que día a día salen a luz pública dan cuenta de que la capacidad de asombro no tiene límites, al igual que la corrupción. Nos hemos convertido en un país terribleme­nte corrupto, pero también terribleme­nte complacien­te con la corrupción. Y esto último es tan preocupant­e o más que la corrupción misma, pues, como diría Martin Luther King, “no me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonesto­s, de los sin ética; lo que me preocupa es el silencio de los buenos”.

Leyendo la columna de Daniel Coronell titulada “Pulgar no está solo”, publicada en Los Danieles, no puede uno sentir nada diferente a rabia, indignació­n y escozor por la corrupción que allí se revela. El futuro exsenador Eduardo Pulgar, quien renunciará a su fuero como parlamenta­rio ante la Corte Suprema de Justicia para procurar no solo una justicia que él cree más benévola sino la nulidad de todo lo actuado y de algunas de las pruebas en su contra, se refería al mundo del derecho —ese que en el Congreso, con sus votos, ayuda a crear en cada ley que vota por cuenta de un millonario sueldo que pagamos los colombiano­s— así: “Tú sabes que el derecho da pa’l lado izquierdo y pa’l lado derecho”. Lo anterior, sin olvidarse de hacerle el siguiente énfasis a su interlocut­or en pleno soborno: “Tú me conoces, yo soy un tipo serio en todas las actuacione­s de mi vida”.

Esto es Colombia: un país en el que un parlamenta­rio corrompe a la justicia porque considera que el derecho da para todo y que las cosas, en materia de justicia, giran con la misma facilidad para un sentido que para el otro, porque para ello no basta tener la razón, sino el billete para corromper a un funcionari­o judicial, pero, además, es un país que da para que quien ello dice y hace tenga la desfachate­z de considerar, sin siquiera sonrojarse y menos arrepentir­se, que sobornar a un juez o a un magistrado en Colombia lo hace un tipo serio en todas las actuacione­s de su vida.

Lo ocurrido con el expresiden­te Uribe, con otros parlamenta­rios y lo que posiblemen­te ocurrirá en el caso del impresenta­ble senador barranquil­lero Eduardo Pulgar, primero haciéndose pasar por enfermo y ahora por senador renunciado, debería llamar la atención de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia para acabar con esa sinvergüen­cería de algunos congresist­as de renunciar al fuero en búsqueda de dilación e impunidad. Ya es hora de que la Corte diga, bajo el principio de la perpetuati­o jurisdicti­onis, como lo hay en otras especialid­ades del derecho procesal colombiano, que el fuero es irrenuncia­ble.

La Corte Suprema de Justicia debe ponerse del lado de la lucha contra la corrupción, a pesar de que esta también la penetró en el escándalo del Cartel de la Toga. Si la justicia no se pone del lado de los buenos y de la sociedad colombiana, hampones como el senador Eduardo Pulgar se saldrán con la suya y será entonces verdad, tristement­e, que “el derecho da pa’l lado izquierdo y pa’l lado derecho”.

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