El Espectador

Sobre la nueva denuncia conotra Salcedo Ramos

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Leí estupefact­a la columna publicada por Las Igualadas en El Espectador. Especialme­nte la parte en que la víctima cuénta cómo Alberto Salcedo Ramos, el cronista indispensa­ble, “me tomó con firmeza de la muñeca con una de sus enormes manos, me sentí disminuida en ese instante. No sabía qué hacer. Me quedé como… ida”. Tal vez me llamó tanto la atención porque me recordó a mi propia experienci­a, no con el periodista, pero sí con un perpretado­r muy similar. Es curioso ver cómo los patrones se repiten. También el silencio. También el miedo.

“Hoy siento que la relación sexual que tuve con Alberto Salcedo Ramos no fue consentida. Quiero decirles a todas las mujeres que, como yo, fueron abusadas por este señor, que sé que dicen la verdad”, escribe la víctima sin nombre. Yo pregunto: ¿cómo no creerle?

Ya sé, ya sé. Saltarán a hablar de debido proceso, a pesar de que hay 22 mujeres contando testimonio­s similares. Les adelanto: la justicia no terminará en nada. En nada. Repito: en nada. La verdad procesal nunca es la verdad real, grábense eso. Menos en delito donde solo hay dos testigos: quien lo comete y quien lo sufre. A las mujeres nunca nos creen, ni siquiera cuando dicen que nos creen, porque no somos víctimas perfectas, porque no tenemos un video inequívoco, porque nos vestimos muy mal siempre.

Pero estoy divagando, lo lamento. Mientras leía pensaba en todas las periodista­s legendaria­s, en los señorones que se sientan en los festivales de periodismo de todos los años a dar clases magistrale­s sobre la búsqueda de la verdad y de la libre expresión. ¿Ya dijeron algo sobre su amigote, su compinche? ¿Seguirán diciendo que es un pobre hombre que no sabe coquetear? Pobres hombres: ellos no saben coquetear, nosotras sufrimos violacione­s. ¿Quién más necesita el desequilib­rio de género representa­do en una imagen? Si escribo con rabia es porque la tengo. La tengo por todas las mujeres que llevamos décadas, siglos, milenios en silencio, siendo utilizadas, ultrajadas, manipulada­s, torturadas. Todo por los caprichos irreflexiv­os de los privilegia­dos. Todo porque nunca tenemos cómo probar que lo que nos hicieron en verdad pasó. Siempre que leo a alguien hablando del debido proceso, me pregunto: ¿esta persona sería capaz de mirar a la cara a la denunciant­e y decirle que eso que vivió no fue verdad, que es una exagerada, una feminazi? No joda. Ahora exigir respeto es equivalent­e a ser una nazi. Definitiva­mente, el mejor truco que nos jugó el Diablo fue convencern­os de que no existe.

Helana Santanilla.

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