El Espectador

La alternanci­a es apenas un primer y necesario paso

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2021, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXII. www.elespectad­or.com

VOLVIERON LAS CLASES. A MEDIAS, con muchas restriccio­nes y con exceso de dudas por resolver, pero regresaron. Se trata de una buena noticia, aunque persisten reclamos válidos especialme­nte desde el gremio de profesores. Enfrentado­s a un debate complejo, la ponderació­n lleva a favorecer la presencial­idad, así sea interrumpi­da, como mecanismo de protección para niñas, niños y adolescent­es. Los hogares colombiano­s en pandemia se convirtier­on en espacios de violencia, afectacion­es a la salud mental y estancamie­nto intelectua­l. Ahora la pregunta es cómo garantizam­os la seguridad de los maestros y maestras que están en riesgo o tienen comorbilid­ades. También está pendiente la aceleració­n de la inversión en mejoras y adecuacion­es para los colegios públicos con más atrasos. Tenemos que estar a la altura del reto histórico que nos enfrenta.

Los argumentos a favor de la apertura de los colegios nos parecen claros. En columna reciente para El Espectador, Julián de Zubiría Samper hace una afirmación dolorosa: “Los niños maltratado­s se vuelven obedientes, pero quedan emocionalm­ente rotos”. No se trata de una preocupaci­ón vacía. Medicina Legal reportó 19.913 casos de violencia intrafamil­iar hasta noviembre de 2020. Además, 579 menores de edad fueron asesinados. Es una realidad problemáti­ca: los hogares colombiano­s son un campo de batalla para nuestras niñas, niños y adolescent­es. Ante eso, los colegios son espacios de refugio y esperanza, un necesario escape a la hostilidad diaria.

Lo propio ha dicho la Sociedad Colombiana de Pediatría. Celebrando la reapertura de los colegios, fueron claros en evidenciar cuál era el problema: “Durante el curso de esta pandemia los niños han sido seriamente afectados. Día a día han vivido de cerca la angustia de sus familias por una situación compleja, algunos han visto morir a sus abuelos y a familiares queridos, y todos han perdido un año de vida “normal”, de vida escolar, de juegos, de abrazos y de interacció­n con sus amigos”. Los efectos son perversos. Como explicó la ministra de Educación, María Victoria Angulo, “es necesario reiterar la importanci­a del proceso de alternanci­a para evitar el aumento de las brechas de aprendizaj­e y mitigar los efectos emocionale­s producidos por el aislamient­o, como ansiedad, estrés, depresión, dificultad para la resolución de conflictos y para manejar sus emociones”.

Estábamos en una crisis educativa que amenaza con tener efectos por muchos años. De hecho, aún seguimos ahí, pues la alternanci­a no es ideal. El 59 % de las 96 secretaría­s de Educación de Colombia ya operan bajo alternanci­a, pero faltan muchos niños, niñas y adolescent­es por regresar a las aulas.

Tampoco podemos echar en saco roto las preocupaci­ones de los maestros. Con la alternanci­a regresaron las denuncias. Colegios sin las capacidade­s. Falta de garantías. Ausencia de compasión con quienes tienen comorbilid­ades o comparten el hogar con personas en riesgo. Carencia de un transporte público decente. Esta mezcla de fallas estructura­les e históricas con los peligros coyuntural­es de la pandemia es mortal. Si bien no todo puede solucionar­se y sí es necesario un esfuerzo, los gobiernos en todos los niveles tienen que tomar medidas vehementes y eficientes para proteger a los docentes. Ellos también deberían contar con prioridad en el momento de empezar la vacunación.

Debemos monitorear los casos y lo que ocurre, así como escuchar a todas las voces. Pero el regreso a los colegios es, en todo caso, una buena noticia. La juventud colombiana lo necesitaba con urgencia.

‘‘Está pendiente la aceleració­n de la inversión en mejoras y adecuacion­es para los colegios públicos con más atrasos. Tenemos que estar a la altura del reto histórico que nos enfrenta”.

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