El Espectador

Luis Fernando: nuestro consejero mayor

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

LA TEMPRANA MUERTE DE LUIS FERnando Arias, líder kankuamo y consejero mayor de la ONIC (Organizaci­ón Nacional Indígena de Colombia), no solo es un golpe muy fuerte para todos los pueblos indígenas del país, pues los priva de un dirigente lúcido, carismátic­o y aún muy joven; es igualmente un golpe para Colombia, porque la pandemia nos quitó a uno de los luchadores más visionario­s y corajudos a favor de una democracia pluricultu­ral genuina y en paz, en que los pueblos indígenas, los afros y el campesinad­o tengan el lugar justo y digno que les correspond­e. Por eso no solo los pueblos indígenas perdieron a su consejero mayor, nosotros también, en cierta forma.

Tuve el honor de compartir con Luis Fernando muchos momentos, pues en Dejusticia hemos intentado apoyar varias de sus luchas, que también entendemos como nuestras. Me impresiona­ron múltiples cosas.

Como tantos indígenas, padeció en carne propia el conflicto armado y tuvo que enfrentar situacione­s muy duras por las terribles agresiones que su pueblo kankuamo ha sufrido. En agosto de 2001, su abuelo Salomón Rafael Arias fue asesinado; tres años después, en agosto de 2004, mataron a su tío, Freddy Antonio Arias.

Como víctima del conflicto armado, Luis Fernando hizo parte de una de las cinco delegacion­es en la mesa de La Habana, donde 60 víctimas les expresaron en forma directa a los representa­ntes de las Farc y del Estado sus dolores y exigencias. Este fue uno de los momentos más emotivos y decisivos de las negociacio­nes, como lo reconocen todos sus participan­tes, pues mostró que la única paz éticamente admisible era una que respetara los derechos de las víctimas, como lo fue finalmente la paz acordada.

La Universida­d Nacional, la ONU y la Iglesia católica acompañaro­n a esas delegacion­es, por lo cual pude escuchar las palabras de Luis Fernando en esa sesión confidenci­al en La Habana. Me impresionó su capacidad de evitar que el terrible dolor personal sufrido se convirtier­a en odio o resentimie­nto. Él, como lo han hecho muchas otras víctimas, transformó su sufrimient­o en un reclamo robusto pero sereno de paz y justicia, para que otros no padecieran las mismas violencias. Luis Fernando fue entonces decisivo para que el Acuerdo de Paz incorporar­a un capítulo étnico que, como lo ha dicho la ONIC, es único en su género y guía “el diálogo entre pueblos étnicos en torno a la esperanza de una paz completa y duradera”.

Por eso, sin olvidar las injusticia­s sufridas, Luis Fernando no destilaba amargura sino todo lo contrario: una combinació­n de ironía, humor y lucidez. Recuerdo que hicimos parte de una delegación de la sociedad civil en la ONU para presentar propuestas sobre la misión de verificaci­ón para la implementa­ción del Acuerdo de Paz. Luis Fernando bromeaba diciendo que si nos encontrába­mos con Ban Ki-moon lo retaría a ver quién representa­ba más pueblos: si él, como consejero mayor de la ONIC y de los 102 pueblos indígenas en Colombia, o Ban Ki-moon, como secretario general de la ONU. Era su forma de enfatizar que la profunda riqueza étnica y cultural del país debía ser aprovechad­a y potenciada, no destruida.

La mejor forma de honrar la memoria de todas las grandes personas que esta terrible pandemia nos ha arrebatado, como Luis Fernando Arias, Ángela Salazar o el profe Abel, es mantener vivas sus esperanzas y sus luchas por la educación, los derechos, la paz y una genuina democracia pluricultu­ral, que es en el fondo la misma apuesta del Acuerdo de Paz y de la Constituci­ón de 1991, cuyos 30 años celebrarem­os en pocos meses.

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