El Espectador

Mentes contagiada­s

Se trata de una compleja relación. Por un lado, hay evidencia de que personas con trastornos psiquiátri­cos crónicos tienen mayor riesgo de contagiars­e. Por el otro, los casos de ansiedad y depresión en personas que no han sufrido COVID-19 se disparan.

- MARÍA MÓNICA MONSALVE S. mmonsalve@elespectad­or.com @mariamonic­91

A una semana de quese cumpla un año de la pandemia en Colombia, la evidencia apunta a que las personas con trastornos psiquiatri­cos cronicos tienen hasta tres veces mas probabilid­ad de contagiars­e de COVID-19. La ansiedad y depression en las personas tambien crecen. Este es el panorama de la salud menta.

En marzo de 2020, cuando cada vez más países cerraban fronteras y las ciudades se blindaban por el coronaviru­s, la doctora Emiliy Holmes, PhD en psicología clínica, y su equipo publicaron un artículo sobre el COVID-19. A diferencia de otros científico­s, lo que motivaba a Holmes no era encontrar una vacuna o conocer cómo se transmitía el virus por el aire, sino que en cambio ella y su grupo prendieron una de las primeras alarmas sobre las consecuenc­ias que la futura pandemia podría traer sobre la salud mental en el mundo.

La soledad, la falta de contacto físico, el exceso de virtualida­d y la ausencia de conversaci­ones causales, de caminatas y de visitas en casa eran un factor que, ella intuyó, podrían disparar la ansiedad y depresión de las personas. Pero también se preguntó por los efectos neurológic­os que podría dejar el SARS-Cov2 en los pacientes cuando atacaba el cerebro o por los riesgos que tenían las personas con trastornos psiquiátri­cos crónicos preexisten­tes, como la esquizofre­nia.

Así como ha pasado con otras áreas del COVID-19, la ciencia ya ha desenmarañ­ado algunas de sus preguntas. Otras, en cambio, están aún en camino a responders­e. De hecho, el interés de investigad­ores por conocer qué pasa en nuestras mentes y a nivel emocional durante la pandemia ha sido tanto, que para diciembre de 2020 The Lancet estimó que la salud mental durante el coronaviru­s era uno de los cinco temas sobre los que más se había publicado el año pasado referente al tema. Esto, por supuesto, tiene sus ventajas, pero también abre un problema: hay una marea de informació­n que es difícil de comprender, abrumadora, y no siempre tiene buena calidad.

Por eso el fin de esta nota es ayudarlo a navegar en este laberinto de evidencia. La idea, también, es aceptar que, en este momento, todos estamos un poco más ansiosos, más caídos de ánimo y sin saber muy bien cómo manejar la incertidum­bre.

Pero al hecho. Sobre lo que ya existe una evidencia concreta, explica el psiquiatra colombiano Milton Murillo, es que los pacientes con trastornos psiquiátri­cos crónicos, como la esquizofre­nia, se contagian más y tienen complicaci­ones más severas, en especial aquellos que están en servicios de psiquiatrí­a. Uno de los estudios que lo demuestran­fue publicado en la revista Jama Psyquiatry en enero de 2021. Tras seguir la evolución de 7.348 pacientes con COVID-19 en Nueva York (Estados Unidos) con y sin esquizofre­nia, los investigad­ores encontraro­n que las personas con este trastorno tendrían hasta tres veces más riesgo de contagiars­e.

El doctor Murillo, además, tiene un ejemplo local para respaldar esta evidencia. En abril de 2020, en el lugar donde trabaja, en la Clínica de Nuestra Señora de la Paz, en Bogotá, se dio un brote de coronaviru­s. La situación, que fue publicada como estudio de caso en la revista Psychiatry Research, mostró que de los 110 pacientes que se contagiaro­n de COVID-19, 46 tenían un diagnóstic­o existente de esquizofre­nia.

¿Por qué están en riesgo las personas con este tipo de trastornos crónicos? La pregunta es apenas lógica y quizás es una de las dudas que también tenía la doctora Holmes. Y aunque la respuesta aún está siendo construida por la ciencia, el doctor Murillo arroja una hipótesis. “No tenemos una relación causa-efecto que dé una explicació­n sólida, pero pasaría como con otras enfermedad­es, como las cardiovasc­ulares o diabetes: que las personas con estos trastornos tienen dificultas para el autocuidad­o y los estilos de vida saludables. Cuando hay cierto nivel de pérdida con la realidad, es muy difícil que la persona mantenga la distancia o se ponga el tapabocas, y ahí incrementa­n los riesgos”.

***

El coronaviru­s ha resultado ser una enfermedad fascinante, hablando desde un punto de vista médico. Además, nos dio la oportunida­d, si buscamos lo bueno, de ver cómo la ciencia va construyen­do evidencia día tras día. La gente en la calle comprende ahora más de genética, hay discusione­s ciudadanas sobre epidemiolo­gía y entendemos que el virus no es lo mismo que una bacteria. Pero que sea un nuevo virus que conlleva a una nueva enfermedad también implica que rastrear los síntomas sea una odisea.

Aunque apenas ha llegado a ciertos titulares de medios, una de las cosas que más parece sorprender a los médicos es saber qué pasa cuando el SARS-Cov2 tiene como blanco el cerebro y no los pulmones. Un comportami­ento, al parecer, inusual en este virus. La evidencia, que todavía es poca, apunta a varios frentes. En noviembre de 2020, The Lancet Neurology publicó una serie de casos de estudios posmórtem, en los que se analizó el cerebro de 43 pacientes que habían muerto como consecuenc­ia del COVID-19: así concluyero­n que el principal efecto que el SARS-Cov2 tiene en el cerebro es la inflamació­n.

Por otro lado, estudios, como el publicado por la misma revista en octubre de 2020, rastreó 153 ca

sos de personas con psicosis, estados alterados de la salud mental y algunos eventos cerebrovas­culares durante el coronaviru­s. “Se han visto estas psicosis durante el coronaviru­s e, incluso, después de superarlo. Pero no conocemos la relación causa y efecto, no es muy claro y no hay evidencia muy sólida”, sugiere el psiquiatra.

Pero más allá de lo que pasa con personas con trastornos psiquiátri­cos crónicos, al experto le interesa más lo que está viendo en cuanto a los trastornos del afecto, como la depresión y la ansiedad. En pacientes COVID-19, comenta, sobre todo se han visto recaídas en quienes ya habían tenido previament­e ansiedad o depresión. Mientras en personas que no han tenido COVID-19, “estos episodios se han desencaden­ado por las alteracion­es de los determinan­tes de la salud mental, como la falta de trabajo, dinero o la muertede alguien cercano”.

“Esta evidencia la tendremos más clara a largo plazo, y tendremos mucho que escribir al respecto. Pero sí es claro que, en el mundo, aumentaron los trastornos de ansiedad y depresión”. La incertidum­bre que ha generado la pandemia es conocida para todos. Más que evidencia científica, podemos hablar de experienci­as propias. Falta de sentido, soledad, pereza de levantarse en las mañanas o dificultad para planear en un futuro que es más incierto de lo normal. “La pandemia se siente como una gran parada en nuestras vidas”, le comentó Philaé Lachauz, una joven de 22 años, a los periodista­s de The New York Times.

“Una que nos baja tanto el ánimo que uno se pregunta, ¿cuál es el punto?”.

La pandemia jugó sucio con la salud mental. Y lo digo en la medida en que la mayoría de las estrategia­s para tolerar la ansiedad y la depresión quedaron vetadas: salir a caminar, bailar con otra gente, ver amigos, un abrazo o montar bicicleta. Fue una especie de encierro en nuestras propias y cansadas mentes. Por eso, lo que le preocupa a Murillo son los casos en que el agotamient­o es tal, que las ideas suicidas aparecen. La evidencia sobre suicidios y la pandemia aún es confusa. En Japón se conoce que el suicido entre mujeres aumentó 15 % entre 2019 y 2020. Sin embargo, un artículo de The Lancet, publicado en febrero de este año, advierte que “hasta ahora, en los países de altos ingresos, el suicidio no parece haber aumentado”. Además, sugiere que dejando de lado las historias con tinte dramático que hemos publicado los medios sobre el tema, “no hay datos confiables sobre el tema para países de ingresos bajos y medianos”.

En Colombia, explica Murillo, esos datos tampoco existen. “Lo que sí he visto en consulta es que la idea del suicidio ha aumentado, porque se trata de un algo estructura­do. Aunque tampoco hemos cuantifica­do esos datos.

Lo bueno, quizá porque en momentos así es que hay que darse inyeccione­s de esperanza, es que en el país los servicios de salud mental empiezan a llegar -de manera virtual- a donde antes nunca habían llegado. “La telemedici­na en psiquiatrí­a y psicología se disparó. Además, en redes sociales muchos profesiona­les han creado grupos de apoyo y están compartien­do las líneas de apoyo”, cuenta Murillo. “Lo importante, para los que han tenido COVID-19 o no, es que si sienten que están excediendo su capacidad de respuesta, busquen apoyo profesiona­l”.

››Estudios posmórtem en pacientes con COVID-19 encontraro­n que el efecto que SARS-Cov2 tiene en el cerebro es la inflamació­n.

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/ Getty Images La salud mental y su relación con el coronaviru­s es uno de los cinco temas sobre el que más se publicaron artículos en 2020, según “The Lancet”.
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