El Espectador

Un “articulito” para Duque

- CECILIA OROZCO TASCÓN

EMPEZABA EL AÑO 2004 Y APENAS habían transcurri­do 14 meses del único mandato legal de Álvaro Uribe, en la Presidenci­a, cuando la embajadora de Colombia en España, Noemí Sanín, soltó una frase como sin querer pero queriendo, a la salida de una visita a su jefe, en la Casa de Nariño: “El presidente lo está haciendo muy bien (y) por eso quiero preguntarl­es a los colombiano­s: si el Gobierno va bien y si llevamos año y medio pero necesitamo­s más tiempo de los cuatro años, ¿por qué no planteamos la posibilida­d de hacer una reforma que permita la ampliación del periodo?”. Y aunque, en entrevista con Yamid Amat, Noemí negó que estuviera haciendo un mandado, pocos días después quedó claro que ella era solo la mensajera que nos estaba comunicand­o el inicio de una estrategia.

A la semana siguiente, Fabio Echeverri Correa, el empresario más influyente de la época y el consejero predilecto del mandatario, asumió, en público, el papel de personaje central de la conspiraci­ón para mover el engranaje de toda la nación, en beneficio de un individuo. “Solo hay que cambiar un articulito”, dijo, de manera cínica, como si la Carta Política fuera un rollo de papel toilette. ¡Y la usó como tal! Diez meses después, con los votos comprados del Congreso, la ayuda de connotados políticos y expresiden­tes que, hoy, pasan de agache, y el aval de la Corte Constituci­onal que cambió, a última hora, su fallo en contra de la reforma de la Carta por otro que le concedía el favor a Uribe, el presidente que había sido elegido para un cuatrienio pudo permanecer otro periodo a la cabeza del país. Uribe Vélez manipuló, desde el 7 de agosto de 2002, los hilos de la institucio­nalidad para satisfacer su ambición, como fue obvio debido a la feroz campaña que emprendier­on sus ministros, consejeros y aliados. Pues bien: parece que Colombia no aprende de su pasado. Hace unos días, de la nada y tal como lo hiciera la embajadora Sanín hace 17 años, un sujeto de lo más viscoso que existe en el territorio nacional, hablando como vocero de los municipios, propuso una prórroga de dos años a la presidenci­a de Iván Duque. Ese señor, de apellido Toro, tiene todos los defectos imaginable­s pero no es loco ni bobo. Es un vivo. Alguien le sugirió botar la idea con la misma disculpa de siempre, la unificació­n de las elecciones locales y nacionales, para calibrar las reacciones.

Bueno es recordar: siendo candidato en 2002, Uribe Vélez aseguró, en un debate, que no debía establecer­se la reelección inmediata del presidente, “pues este podría utilizar la politiquer­ía para hacerla aprobar”, según contó Alfonso Gómez Méndez en una de sus columnas, en 2004 (“¡Vivir para ver!”, dijo, entonces, el exfiscal). Duque, recién posesionad­o, contestó a pregunta que le formulara un reportero en el Vaticano, antes de una audiencia con el papa Francisco, que “fuimos elegidos por cuatro años y vamos a gobernar a Colombia por cuatro años buscando la unidad del país”. En octubre de 2018, cuando Duque llevaba escasos dos meses en la Casa de Nariño, el congresist­a mandadero Ernesto Macías salió con la estrambóti­ca proposició­n de que el periodo del nuevo mandatario no fuera de cuatro sino de cinco años. Ahora, el mensajero de esta época, Gilberto Toro, vuelve a la carga. Pero estamos en una etapa diferente: restan 17 meses del cuatrienio y los resultados del actual Gobierno son, francament­e, desastroso­s. Un “respirito” de dos años le caería bien al uribismo para tratar de reacomodar los pesos que no le son favorables. ¿Qué ha dicho el presidente ante la “novedosa” propuesta de Toro? Hasta donde sé, ha guardado absoluto silencio. Como Uribe cuando a Noemí se le prendió el bombillo. Casualment­e, el consejero predilecto del mandatario actual es Luis Guillermo Echeverri, hijo de Fabio, el motor de la reelección ilegítima de Uribe. ¿Casualment­e?

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