El Espectador

Las voces de los exiliados en las fronteras

En los últimos 20 años, al menos 524.496 personas solicitaro­n refugio en los cinco países que tienen fronteras con Colombia, pero solo el 5 % de estas han sido reconocida­s como víctimas del conflicto. Esperan que Colombia entienda lo que significa el exil

- BEATRIZ VALDÉS CORREA bvaldes@elespectad­or.com @Beatrijele­na

Orlando Castaño Cuéllar tiene 21 años. Es colombiano, pero no tiene cédula. Y por su acento es difícil saber dónde nació. A veces, cuando va a decir “pan”, realmente dice “pam”, tal como la gente del Valle del Cauca. Pero cuando se refiere a la universida­d, dice “la facultad”, como lo hace la gente en Argentina. “Muchas cosas se me han pegado”, explica refiriéndo­se a su forma de hablar y de comportars­e. Nació en Cali y vivió en Dagua hasta sus seis años. Es el menor de los tres hijos de Humberto y Marisol, y el que hoy en día cuenta la historia de su familia, una que se sostenía de la panadería y se vio alcanzada por el conflicto armado y, para protegerse, se exilió en Ecuador y luego llegó a Argentina con cuatro cajas de cartón envueltas con cinta pegante.

A pesar de que varios de sus recuerdos sobre el conflicto son vagos, Orlando tiene clara la historia de su familia a fuerza de escucharla y narrarla muchas veces. Su relato comienza saliendo de Dagua, donde su padre era panadero, y yéndose a Llorente, un corregimie­nto de (Nariño) a buscar una oportunida­d para mejorar su economía. La encontraro­n, sí, se hicieron a una finca llena de árboles y estaban felices, pero también los sorprendió el conflicto. Llegaron finalizand­o 2008, un año en el que se reportaron 12.609 víctimas del conflicto en el municipio. El año siguiente, 2009, se reportaría­n casi 17.000.

Pero los Castaño Cuéllar solo pensaban en mejorar su vida. Humberto, el padre, comenzó a hacer pan, mientras Marisol y su hijo mayor, de 15 años, salían a venderlo en una carreta. A principios de 2009, cuando Marisol fue a inscribir a su hijo al colegio, un hombre le dijo que si él mataba a su marido, ella tenía que ser la mujer de él. A eso se le sumó que miembros de la guerrilla de las Farc anotaron al joven para luego ir por él y llevárselo a raspar coca. En los meses siguientes apareció un conocido que dijo que tenía un local en San Lorenzo (Ecuador) perfecto para poner una panadería donde podían irse a trabajar. Humberto fue a verlo y, sin pensarlo dos veces, toda la familia se desplazó a Ecuador el 1° de abril de 2009. Dejaron la finca, los electrodom­ésticos y muebles, y se llevaron la ropa. Los hijos desertaron del colegio.

“El exilio es algo de lo que se puede hablar, pero que es muy difícil que te hagas a la idea, porque cuando no se ha vivido una experienci­a así, no se sabe lo que significa el desarraigo total, la pérdida de vínculos”, dice el comisionad­o de la Verdad, Carlos Beristain, quien se ha dedicado a escuchar las voces de las víctimas en el exilio. Lo que algunas personas le han dicho es que “se trata de empezar de nuevo la vida, pero no desde los pedazos, sino desde las cenizas, porque a veces no quedó nada. No quedó nada de lo que éramos”. Ese recomienzo resulta más difícil si se suma que sucede en las fronteras: lugares invisibles en los que pasa todo, pero nadie mira. Es ahí, en los cinco países que limitan con Colombia, hacia donde han salido la mayoría de exiliados de este país.

“La población que ha tenido que huir a través de los países en frontera, en muchos sentidos, es una población más vulnerable. Tiene un perfil sobre todo de personas del mundo campesino. Algunas comunidade­s étnicas binacional­es que han tenido que huir, y también población afrodescen­diente”, explica Beristain.

Por eso la Comisión de la Verdad reconocerá este sábado 27 de febrero a las personas exiliadas en las fronteras con Colombia en un encuentro que pretende no solo dar a conocer lo que ha significad­o el exilio para miles de personas, sino también hacer un camino de vuelta con quienes confiaron sus relatos.

Orlando y su familia se sintieron identifica­dos cuando escucharon hablar a la gente de la Comisión en la búsqueda que estaban haciendo para recoger testimonio­s en los países vecinos. Cuando ese encuentro se dio, la familia Castaño Cuéllar llevaba años en Argentina, donde llegaron tras dos desplazami­entos más.

Las cosas en San Lorenzo tampoco fueron como pensaban. El hombre quiso que trabajaran mucho más de lo pactado y, después de demorarse una mañana entera en la oficina de la organizaci­ón HIAS (Organizaci­ón Judía Global que protege al refugiado cuya vida se encuentra en peligro) para pedir protección internacio­nal, los echó porque estaban incumplien­do los horarios. Les consiguier­on un hogar temporal y luego se mudaron a una casa. Los niños volvieron a estudiar y el padre a la panadería. Las cosas empezaron a mejorar, incluso pudieron contratar a empleados del barrio que, además, los protegían de las pandillas que controlaba­n la zona. Sin embargo, un malentendi­do con uno de esos grupos los llevó a desplazars­e otra vez.

En HIAS les aconsejaro­n mudarse a Santo Domingo. Les consiguier­on vivienda y se fueron.Pero allí también llegó el conflicto. “Otra vez con miedo. Volvimos a ir a HIAS y les contamos la historia que le estoy contando, y nos dieron una opción que se llama ‘la opción del tercer país’. La historia se enviaba a diferentes países de Latinoamér­ica, Europa o cualquier parte y el país elige, te dice: me parece que puedo ayudar. Y nos ayudaron a venir a Argentina”.

El 28 de diciembre de 2012 se bajaron de un avión cargando cuatro cajas de cartón embaladas en cinta pegante. Una vez más habían tenido que dejar todo y, esta vez, el hermano mayor se había quedado en Ecuador, pues se enamoró y formó allá su familia.

Ese último hecho es el único que hace que la voz de Orlando se entrecorte y pare el relato. Es difícil para ellos saber que tienen una nueva integrante en la familia, una nieta de seis años a la que solo conocen por videollama­da. Para Orlando ese es quizás uno de los puntos que más lo pone a pensar sobre lo que significa el exilio.

“Lo más difícil ha sido la cuestión de la familia. Yo salí muy pequeño, me acuerdo muy poco de mi familia y en 2017 mi abuelo por parte de padre murió. Para mí fue muy duro por el hecho de no acordarme de nada. Y el 12 de febrero mi abuelo por parte de madre murió también”, entonces piensa en su sobrina, en que ella tampoco tiene recuerdos con sus abuelos.

La posibilida­d de retorno para la familia divide las opiniones. Por un lado, Humberto, el padre que tiene ya 61 años, piensa como el comisionad­o Beristain: “Los procesos del retorno siempre son un nuevo desplazami­ento. No son volver a la situación que fue”. Por eso se pregunta quién en Colombia le va a dar trabajo o cómo podría volver a montar un negocio desde cero, y para qué si en Argentina ahora les está yendo bien. Marisol, la madre, y Maricel, la hija mayor, en cambio, sienten un gran aprecio por Colombia y extrañan a la familia. Quisieran volver.

‘‘Los procesos del retorno siempre son un nuevo desplazami­ento. No son volver a la situación que fue”.

Carlos Beristain, comisionad­o de la

Verdad.

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/ Comisión de la Verdad Venezuela es el país fronterizo que ha recibido la mayor cantidad de exiliados del conflicto colombiano.
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